Que el mal puede tener mil caras eso lo aprendí muy pronto. Que la ausencia del mal fuese una de esas caras, de eso me di cuenta demasiado tarde.
Siendo siempre de naturaleza neófita, y ansioso además por aprender de aquellos temas que mis maestros se empeñaban en ignorar y esconderme una y otra vez tras la señal de la santa cruz, empecé a leer con avidez desde el "Corpus Hermeticorum" hasta el "Sargozasht Is-Sayyidna”, pasando por el "Teatrum Diabolorum", además de cualquier necronomicón y todo libro maldito que encontrase en el biblioteca del monasterio. Tenía que hacerlo siempre a escondidas, en soledad, a espaldas de mis tutores, aprovechando, por ejemplo, las horas nocturnas después de las completas, cuando el resto de seminaristas dormían ya. La zozobrante luz de las velas creaba sobre las hojas extrañas sombras que le daban a esos prohibidos escritos una dimensión aún más oscura, puede que incluso más atrayente. Muchas mañanas, me despertaba extenuado, tumbado sobre el libro abierto, y sobresaltado por el crujir quejumbroso de la puerta de mi celda, que algún presbítero abría con una arcaica llave. Apenas me daba tiempo a esconder los gruesos volúmenes debajo de mi camastro y, alisando mi sotana, acudir como uno más al matutino aviso al primer rezo. Andando presuroso por el claustro palpitaban todavía en mi cabeza los extraños conjuros que, encriptados en antiguas lenguas casi muertas, había logrado descifrar y conjurar la noche anterior. Todos y cada uno de esos hechizos hacían mención e invocaban a seres ancestrales, habitantes todos de cavernas, de criptas y catacumbas, de cárcavas y cementerios, pobladores de rincones perdidos en lugares donde nunca había llegado la misericordia humana. Todos ellos tenían asimismo espantosas formas, eran criaturas imposibles, tales como grifos, machos cabríos, mujeres de grandes ubres, serpientes o leviatanes. Algunos de esos ancestros, todo hay que decirlo, eran de naturaleza femenina. Formas todas que fui estudiando, y que poco a poco fui memorizando y reconociendo, hasta quedar bien avisado y dispuesto para luchar, si surgiese la ocasión, contra y ellas.
Siendo siempre de naturaleza neófita, y ansioso además por aprender de aquellos temas que mis maestros se empeñaban en ignorar y esconderme una y otra vez tras la señal de la santa cruz, empecé a leer con avidez desde el "Corpus Hermeticorum" hasta el "Sargozasht Is-Sayyidna”, pasando por el "Teatrum Diabolorum", además de cualquier necronomicón y todo libro maldito que encontrase en el biblioteca del monasterio. Tenía que hacerlo siempre a escondidas, en soledad, a espaldas de mis tutores, aprovechando, por ejemplo, las horas nocturnas después de las completas, cuando el resto de seminaristas dormían ya. La zozobrante luz de las velas creaba sobre las hojas extrañas sombras que le daban a esos prohibidos escritos una dimensión aún más oscura, puede que incluso más atrayente. Muchas mañanas, me despertaba extenuado, tumbado sobre el libro abierto, y sobresaltado por el crujir quejumbroso de la puerta de mi celda, que algún presbítero abría con una arcaica llave. Apenas me daba tiempo a esconder los gruesos volúmenes debajo de mi camastro y, alisando mi sotana, acudir como uno más al matutino aviso al primer rezo. Andando presuroso por el claustro palpitaban todavía en mi cabeza los extraños conjuros que, encriptados en antiguas lenguas casi muertas, había logrado descifrar y conjurar la noche anterior. Todos y cada uno de esos hechizos hacían mención e invocaban a seres ancestrales, habitantes todos de cavernas, de criptas y catacumbas, de cárcavas y cementerios, pobladores de rincones perdidos en lugares donde nunca había llegado la misericordia humana. Todos ellos tenían asimismo espantosas formas, eran criaturas imposibles, tales como grifos, machos cabríos, mujeres de grandes ubres, serpientes o leviatanes. Algunos de esos ancestros, todo hay que decirlo, eran de naturaleza femenina. Formas todas que fui estudiando, y que poco a poco fui memorizando y reconociendo, hasta quedar bien avisado y dispuesto para luchar, si surgiese la ocasión, contra y ellas.
Nunca imaginé sin embargo, siendo como soy, sacerdote consagrado, que el mal, ese que tanto había vilipendiado y siempre reconocido en todos sus infinitos y pérfidos perfiles, aparecería en la forma de ese monaguillo de rubios bucles, ese ser frágil e infantil que tantas noches yació desnudo junto a mí, por el simple favor de ayudarme a conciliar mi anciano sueño. Nunca entenderé como el señor juez, ministro de los mortales que no de los cielos, no llegó a deducir que en todos mis actos, que en todas las caricias que derramé sobre ese níveo e impúber cuerpecillo, también en los besos castos que le di, volcaba simplemente toda mi protección y sabiduría, sin pretender nada más, nunca queriendo profanar, como se ha pensado, su impoluto cuerpo. Que eran siempre mis carantoñas simples gestos de agradecimiento y condescencia. No entiendo señor juez, mísero y sordo pagano, cómo nunca pudo comprender mis motivos y acabé siendo por ello, juzgado y además, condenado. Le digo por último señor juez, que no acato su orden y que por eso, huyendo de la que es sólo su justicia, abandono esta celda y salto al vacío, sabiendo que mi bienamado Señor, pese a mi gesto suicida, me recogerá y arropará en su magnánimo seno.
10 comentarios:
Polémico relato Julián, muy bueno, como siempre.De tema transgresor y en primera persona...atrevido.
Aquí va mi aportación a esta semana. Como siempre un poco forzada pero en fin... tampoco está tan mal, que carajo...lo saqué anoche otra vez de manos de una repentina inspiración. A ver que os parece compañeros.Espero con ganas los cuentos que faltan.
Tema fuerte, pero bien escrito, por un rato me has trasladado a la soledad la tristeza, la oscuridad y el frio aterrador del que busca el saber más allá de lo permitido. Quizas lo veo más como un monje medieval que como un sacerdote. final discutible. ánimo espero el siguiente.
Julián me ha gustado mucho, es un relato con muchísima fuerza....deja rápidamente mucho q pensar y decir al lector...
Yo tb lo veo mas como un monje medieval, al menos a mi me has trasportado según lo leía a esa época.
Mucho animo, me alegra muchísimo verte tan animado con este blog.
Un beso.
Gracias por los comentarios. Sí, un poquito medieval me ha quedado, a ver si puedo darle otro aire. Recordad que el margen de cada cuento es de sólo un folio (normas del blog), al menos hasta que sepamos como añadir pdfs y todas esas cosas. Gracias otra vez, tenéis razón en las críticas. A ver si me centro y le doy un repaso. Gracias a Celia y a anónimo.
¡Que alguien responda a ese sacerdote, por Dios!
Muy bueno Julián, éste me ha gustado mucho, forma y contenido. A ver si publico el mío, que ya va siendo hora...
PD. Consígueme un rubito de esos.
Me encanta Julian. Muy buena historia y muy bien escrita. Ahora, críticas:
- Por muy viejo que sea el sacerdote este, si hay un Juez que lo juzga por paidofilia (segun la rae, es mas correcto que pedofilia, y yo, desde que se me criticó, busco cada una de mis simples palabras en el diccionario...), no pdría ir al Scriptorium del monasterio (se llaman bibliotecas desde hace bastante más de un siglo).
- Maitines es antes del amanecer. Lo has puesto como que es a las doce o así de la noche. No puede despues de maitines quedarse leyendo muchas horas y luego dormirse y además despertarse y correr a la matutina llamada del primer rezo...
Son dos tonterias, pero me ha gustado tanto que si lo arreglar para mí está perfecto.
Ahora toca que me critiquen a mí. que pa' eso estoy.
Hombre lo de scriptorum era para darle un toque más siniestro a los libros y al ambiente (hasta parecer medieval), aparte de que he pecado de bibliotecario y lo de maitines un fallo muy gordo, se ve que el google que miré no estaba bien, ups, muchas gracias por los comentarios y sobre todo por las anotaciones.Ya están hechos los cambios
Cris, el domingo mismo estoy en la puerta de la iglesia y te robo uno de esos rubitos, je je. Un beso.
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