viernes, 20 de mayo de 2011

EL DESPISTE


Salía del bar, después de desayunar, cuando escuché que el camarero gritaba a mi espalda. “¡Oiga señor, que se olvidaba esto sobre la mesa!” Extendí las manos hacia él, para recoger lo que me entregaba, aunque sin saber muy bien qué era. Sin tiempo de darle las gracias, me miré las palmas para comprobar que, amontonados y arrugados como bolas de papel, me había devuelto un puñado de sueños.

jueves, 19 de mayo de 2011

 











 

¡¡¡EL 19 DE JUNIO ALBACETE TOMA LA CALLE DE NUEVO!!!

Concentración Plaza del Altozano, a las 20:00


 

¡¡¡EN HAMLET SE TOCA PENSANDO EN TI TAMBIÉN ESTAMOS INDIGNADOS.
APOYANDO DESDE AQUÍ UNA DEMOCRACIA REAL, YA!!!

Podéis seguir las movilizaciones en Albacete en: http://www.albacetetomalacalle.com/

martes, 17 de mayo de 2011

IDIOSINCRASIA (o porqué Jimena se hizo bibliotecaria)(2ª parte)

Creyó comprender entonces nuestra protagonista que cada palabra era un pedacito del mundo que le rodeaba, un mundo que todavía era muy reducido: su casa, las casas de sus amigas, las calles que la llevaban a la escuela y la propia escuela en su pueblo de la montaña. Pero empezaba a darse cuenta de que esa palabras que iba recogiendo, sopesando y guardando, eran como pedazos de un mundo mucho mayor, el mundo que se extendía más allá del mundo que habitaba. Esos retales de otras vidas, eran algo así como las aves migratorias que uno ve volar en las tardes de otoño, aves que apenas nos hablan, pero que desprenden de sus alas el misterio de otras tierras.

Jimena se miraba en el espejo. Veía lo pequeña que era, lo ridículas que eran sus manitas que apenas podían atrapar los objetos, lo cortas que parecían sus piernecitas para echar a andar. Con ese cuerpo jamás podría recorrer ese mundo exterior que se le antojaba infinito Pero tenía a las palabras, mensajeras que traerían ese mundo hasta a ella.

Doblegó entonces sus esfuerzos en leer y aprender todo cuanto pasaba por sus manos. “Llegarás tarde al cole” le decía su madre. Y se le enfriaba el desayuno, absorta como estaba en leer todos los ingredientes que aparecían enumerados en la caja de cereales. “¿Jimena te gusta este vestido?” Pero ella apenas reparaba en colores o el corte de las telas, a la primera ocasión, buscaba alguna etiqueta entre los pliegues de la falda y leía: “algodón, poliéster, lavar en frío…”. “Mmmm, poliéster”, se relamía, “¿de que rincón del mundo habrá surgido una palabra tan curiosa?”. Así era la vida de esta niña de cinco años, una constante búsqueda de palabras, y un imaginarse mundos maravillosos tras cada una de ellas.

Aparte de leer, sólo había otra tarea a la que le dedicase su tiempo, y esa tarea, era por supuesto escribir. La parecía un milagro, le hacía sentirse como una diosa, el hecho de que, con un simple lápiz y una hoja de papel, pudiese recrear también esas palabras. Se pasaba horas y horas, sentada en la mesa de la cocina, copiando las palabras que había aprendido. Del mismo modo que se esmeraba en pronunciarlas con la mejor de las entonaciones, procuraba transcribirla con la más preciosa de las caligrafías. Las copiaba cientos de veces, con lentitud, con parsimonia, alargando al máximo las curvas de cada letra, disfrutando en toda su intensidad de ese momento de creación, sorprendiéndose del hermoso rastro gris, del hermoso mundo que iba desplegando el lápiz tras su devenir sobre el papel. Se sentía feliz, con esa felicidad desatada que sólo pueden sentir las niñas pequeñas, tras cada nueva creación. Por supuesto, Jimena tenía una caligrafía perfecta, atípica para una chiquilla de su edad. Era una caligrafía pulcra, barroca; creaba volutas y filigranas allá donde las letras se prestaban a ello. Una “t” podía ser un precioso árbol con unas raíces que se aferraban con fuerza a los márgenes de la libreta, una “v”, alargaba por arte de magia sus brazos hasta convertirse en un hermoso cisne, una “o” era la boca de un pozo cargado de arcanos secretos.
Era curioso, pero había una palabra, una sola palabra, que no le gustaba, es más, casi se podría decir que sentía odio por esa palabra. Era una palabra orgullosa, acaparadora, era una palabra que intentaba negar la existencia de las demás. Una palabra juez, una palabra policía, una palabra frontera. Esa palabra era “etcétera”. ¡Cómo se enfadaba Jimena cada vez que la leía al final de cualquier enumeración, como dando por concluida la frase, no dejando pasar con su severa presencia las palabras que aún quedaban por llegar! Una palabra tan intensa que no hacía falta que acudiese toda ella para hacer su trabajo, pues tan conocida era en su mundo: “Etc.”. Ah, cómo la despreciaba, tan autoritaria, con lo que le gustaba acunar entre sus labios cuantas palabras llegasen a ella. Esa palabra le privaba de un modo tan drástico de su mayor placer. Aprendió así Jimena que las palabras podían ser poderosas, incluso que podían hacer daño.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE.

sábado, 7 de mayo de 2011

IDIOSINCRASIA (o porqué Jimena se hizo bibliotecaria) 1ª parte

Jimena a sus tres años no tenía pájaros en la cabeza, Jimena, tenía miles de palabras. Aún no lo tenía claro, pero intuía que esas pequeñas filigranas puestas sobre cualquier superficie, eran algo importante en el mundo de los mayores. Eran como duendecillos de múltiples apariencias que a ratos eran puertas, y a ratos eran llaves.

Por eso, procuraba guardar en su cabecita cuanta palabra se pusiese a su alcance. Ya antes de aprender a leer, se fijaba en cualquier garabato que pasase ante sus ojos y lo miraba durante mucho tiempo, hasta aprenderse de memoria todos sus giros. Nunca le interesaron los colores, o los sonidos, ni los arrumacos que se empeñaba en hacerle todo aquel que la cogía en brazos; eran mensajes para ella quizás demasiado precisos o demasiado estúpidos, y no dejaban lugar al misterio. Le gustaban las palabras por su pequeñez, por su carencia de adornos, por su aparente fragilidad, por sus múltiples formas retorcidas. Conforme iba aprendiendo a leer su asombro no dejaba de crecer, y con su asombro iba parejo su necesidad de acaparar más y más de esas palabras. Sería imposible describir el gozo de Jimena, la inmensa felicidad que le recorrió todo su cuerpecillo cuando descubrió que sobre esas pequeñas lagartijillas petrificadas giraban cientos de sonidos diferentes: cada combinación poseía un rumor propio. No eran solo formas, estaban llenas de vida. Y Jimena quería atrapar todas esas vidas en su cabecita.

No es te extrañar que aprendiese a leer con una facilidad pasmosa. No hacía otra cosa que leer y leer, y conforme avanzaba en sus lecturas, con más avidez exigía otras. Sus padres pronto se dieron cuenta de la afición de su hija y no dejaban de regalarle libros. Pasaban también muchos ratos con ella en su regazo, compartiendo nuevas lecturas, aunque sin comprender del todo el bullicio y la fiesta que originaban cada nuevo vocablo en su mente-jaula inquieta.

Jimena poseía también una memoria prodigiosa. Cómo si no, podría acaparar y esconder tantas y tantas palabras nuevas a cada minuto. Con un libro entre las manos, se inclinaba sobre él, leía con lentitud, y repetía los sonidos hasta conseguir la entonación que creía más precisa y más preciosa para cada palabra. Del mismo modo que las niñas de su edad vestían y desvestían sus muñecas, ella engalanaba cada palabra con el eco que creía más apropiado. Y una vez memorizada, la nueva palabra era durante unos minutos su juguete favorito: la paladeaba primero entre sus labios como si fuese un caramelo, antes de pronunciarla con una entonación definitiva, se imaginaba los mil mundos maravillosos que estaban encerrados detrás de ese sonido, y por fin, la soltaba al viento. Desmenuzaba sus sílabas, las gritaba despacio, notando el peso de cada una de ellas dentro de su boca, viendo como sus palabras se asemejaban a pequeños polluelos que renqueantes remontan el vuelo. Le gustaba sobretodo a Jimena ver qué reacciones producían esas nuevas palabras entre los adultos que la rodeaban. Cuando dominaba una nueva captura, corría rauda donde estaba su madre, su padre o alguno de sus hermanos mayores y de sopetón, les gritaba: “¡deletrear!” o “¡tembleque!” o “¡rimbombante!” o “!sentimiento¡”. Después se quedaba muy quieta, esperando una respuesta, alguna risa, o como también descubrió con desagrado, recibiendo alguna que otra reprimenda. Aprendió así que las palabras también podían ser ofensivas. “¡Jimena no digas eso!”, “Jimena una señorita no puede decir esas cosas”,”Jimena lávate la boca ahora mismo”. Entonces ella se ponía muy triste. Corría a su cuarto, se lanzaba sobre la cama y con la cara apretada sobre la almohada repetía mil veces ese vocablo oscuro. Intentaba así comprender el porqué de la maldición que había caído sobre esa palabra. No veía mal alguno en ninguna palabra, todas eran bellas, todas eran buenas. Jimena guardaba esas palabras en un rincón apartado de su memoria, las mimaba de un modo diferente a como cuidaba al resto de palabras, constantemente les susurraba mentalmente que no estaban solas, que ella era su amiga. “Nunca te olvidaré, palabra escorbuto”, “no dejaré que se rían de ti, palabra nacionalsocialismo”,”no estás sola, palabra gilipollas”. Y volvía a ser feliz, con su pequeño secreto creciendo dentro de su cabeza, con todas esas palabras convalecientes. Se veía entonces como una santa, como una mártir, como un adalid de las palabras malditas. Descubrió de ese modo, que las palabras no sólo eran garabatos, no sólo eran sonido, las palabras eran sobre todo, significado. 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

lunes, 2 de mayo de 2011

SSSSSSSSHHHHH-ILENCIO

Hoy vengo con una verdad morbosa. Lo confieso. Tengo un amante. Es más, me atrevo a escribir públicamente que ha ido ganando terreno poco a poco hasta convertirse en la gran figura masculina de mi vida.

Se llama Silencio y es un mochilero entrado en años que viaja de acá para allá en zapatillas de estar por casa, buscándose a sí mismo en cada rincón del mundo….

Mis vecinas, las mal intencionadas, hablan de un amor puramente carnal…..Seguramente tengan razón. Apenas cuento con él, si me sale un plan mejor lo dejo plantado y no atiendo a sus llamadas cuando no me conviene……

Habíamos coincidido muchas veces a lo largo de mi vida y si digo la verdad me caía bastante bien, pero por lo que quiera que sea no habíamos intimado mucho. Tan solo hace unos años que descubrí su potencial amatorio, fue fantástico. Ahora lo necesito, lo busco, lo llamo a mí, quedo con él y le agradezco sus apariciones de puntillas y sus abrazos nocturnos. Admiro su capacidad de escuchar, de comprenderme, de hacerme entender todo lo que está revuelto dentro de mi.

Es tan humilde que cuando conduzco y otra gente me acompaña, él cede su espacio y ocupa el asiento trasero, pero si voy sola se expande y llena cada centímetro cúbico del coche con su voz arrulladora.

Me encanta cuando en casa, después de todo el día escondido, sale de detrás de la cortina para tumbarse a mi lado en el sofá y besarme la frente mientras me acaricia delicadamente.

Para algunos seguro que esto será una locura, justo ahora que vivo en una nube y bailo con las estrellas cada noche, pero su compañía, su forma única de hacer el amor, sus manos calientes que lo abarcan todo, su voz honda y sincera, su mirada que taladra, su forma de pasar por el mundo desapercibido pero estando siempre ahí, me hacen atesorar cada momento que pasamos juntos y saborearlo como un manjar delicioso.

Algunos, que no lo conocen bien, hablan de él como alguien violento y amenazador…..a mi, cuanto mas lo conozco más me parece un amante tierno y respetuoso, humilde, delicado y agradable…..es más, os invito a hacerle un hueco en vuestra vida. No soy celosa y siempre me ha gustado compartir las cosas con la gente que quiero, así podremos echarnos un café de cotilleo y risas entre amigas contándonos los detalles de lo que sentimos cuando estamos a su lado.

desde Cuenca...