miércoles, 26 de agosto de 2009

Stupidity seriously harms you and others around you (4ª parte)


El cuatro ha sido desde tiempos inmemoriales un número sin personalidad. Sin embargo diremos a su favor que, al cuarto día Javier se pudo levantar sin necesidad del líquido elemento, el espíritu del Camino había hecho mella en él y en su estómago…

Tras 112 km de caminos de cabras y andurriales, Elena no se le agotaba la cuerda peregrina por muy cansada que estuviese y las historias fantásticas eran enlazadas unas a otras por el mismo hilo conducto… el interminable camino. Fuera por la mala vida que llevaba o por la comida en los bares del recorrido, Javier sentía unos retortijones en la barriga que eran resueltos tras la primera mata de rastrojos más alta que un hombre en cuclillas. Ese día, su cara cambiaba de color pasando del verde limón al blanco nuclear dependiendo del retortijón, si era de salida inmediata o salida anticipada. Ante tal estado, uno de los gentiles peregrinos se apiadó de él dándole unas pastillas para cortar aquella cloaca andante, y con un “buen camino” se despidió sin volver la vista a atrás. Entonces, Javier empezó a pensar que el camino era el lugar ideal para un psicópata ,que haciéndose pasar por peregrino ,fuera repartiendo pastillas para cargarse a cagones como él... pero sus dilema se esfumó cuando un retortijón le hizo elegir morir por el psicópata o por sus cagaleras… Otra duda le asaltó, si lo último que recordaba era una timba, ¿dónde había conocido a Elena?...y ¿porqué la gente es tan amable aquí’? ¿cuándo desaparece la amabilidad cuando regresan a casa?...

Gracias a la lluvia, Elena calló durante un rato y Javier pudo reflexionar sin interferencias…pensó que quizás no le vendría mal estar haciendo el camino, quizás podría poner en orden su vida y quizás había algo de verdad en todo aquello… quizás…


Final del cuarto día: Llegada a Ponferrada. Vino del Bierzo con unos garbanzos y un buen filete de ternera. Javier deja oficialmente de quejarse, hará el Camino por voluntad propia, Elena está algo más calmada… Eso es¡ me ganó por un full de reyes y ases… que cabrona…

lunes, 24 de agosto de 2009

LOS MUNDOS DE ALICIA

Siempre fue Alicia una niña inquieta. Una niña de ojos grandes, oscuros y profundos con los que intentaba atrapar todo lo que le rodeaba. Una niña a la que muy pronto se le quedaba pequeño todo lo que le rodeaba: las paredes de su habitación, el patio del colegio, la ciudad gris en la que vivía…Así, en ese estado de constante curiosidad, siempre esperaba con ansia la llegada del verano, con sus inevitables visitas al pueblo de los abuelos. Durante el invierno, la ciudad en la que vivía le resultaba oscura, flemática, sin alicientes. Apenas tenía amigos la pequeña Alicia. Una vez de vuelta a casa, corría siempre que podía a refugiarse en su cuarto. Allí pasaba largas horas leyendo cuentos, tumbada en el suelo, a la luz de una vela, para darle a la habitación un aire más místico o siniestro, según lo requiriese su imaginación. Leía, releía y memorizaba con avidez todas las historias fabulosas que pasaban por sus manos. Se fijaba con mucha atención en las descripciones de los aposentos de los castillos, palacios o conventos que habitaban las heroínas desamparadas de esos cuentos. También quería aprender de memoria cómo eran los caminos que atravesaban, las islas desiertas a las que arribaban los príncipes, los príncipes, los caballeros y demás galanes aventureros que iban en busca de las mujeres que amaban. Era de especial importancia para ella no perderse ningún detalle, recordar todos los matices de los escenarios que iba descubriendo, sus colores, sus olores, los seres que los habitaban. Quería recrearlos con total fidelidad allá en los campos que rodeaban el pueblo de sus abuelos, en el cual no se topaba con las fronteras que existían en la ciudad.

El primer día de verano, se veía una risueña Alicia sentada en el umbral de su casa, sus ojos aún más abiertos, como queriendo escapar de los contornos de su rostro, atenta al nervioso trajín de sus padre y su madre cargando bártulos en el coche. Y aún no se había detenido este frente a la puerta de la casa de sus abuelos, y ya estaba Alicia saltando y corriendo veloz a abrazarse a las enaguas de la yaya Dolores. Era quizás ese su único y primario gesto cariñoso con ella, pues el resto de las semanas, al igual que en la ciudad, se tornaba Alicia una niña intranquila, huidiza y solitaria. Desde muy temprano se la veía corretear por los caminos y sembrados de los alrededores de la casa, mirando fijamente árboles, cerros, peñascos, adjudicándoles a unos y otros el rango de castillos, islas misteriosas o países imposibles. Se prestaba rápida a crear su mundo maravilloso, a acotarlo y a mantenerlo apartado de las mentes adultas.

Pero de todos los rincones que encontraba en la enorme casona de sus abuelos, o por las cercanías del pueblo, de entre todos esos andurriales que tan rápidamente se tornaban sobrenaturales, prefería Alicia ir a recorrer la acequia, que estaba en el rincón más apartado de la parcela, bordeando el huerto. Tenía que atravesar, para llegar a ella, un precario puente de maderas carcomidas, en el que, por supuesto, siempre se demoraba imaginándose emboscadas o carreras de cuadrigas, cualquier cosa… Un puente en el que también se pasaba largas horas sentada, los pies sumergidos en la corriente de agua, arrojando palillos y viendo como eran arrastrados canal abajo. Le gustaba, a la vivaracha Alicia, imaginarse un gigante, capaz de recorrer mundos con sólo dar un par de zancadas. Transmutaba la acequia de leve caudal a océano infinito, y se entretenía entonces dando saltos de uno lado al otro. Brinco a brinco, mundo a mundo, recorría varios centenares de metros, hasta que se agotaban sus piernecillas y emprendía el regreso al puente de madera. Fue en uno de esos viajes que resbaló y fue a dar Alicia, con su juego, al fondo de la acequia. No era esta muy grande, de hecho tenía la anchura exacta de su cuerpo, por lo que al caer, quedó encajada cual larga era entre los muretes de cemento. Pero no se asustó al verse atrapada de ese modo sino todo lo contrario, tras la sorpresa, abrió los ojos. Y lo que descubrió le pareció asombroso…

Tantas horas, tantos días, tantos veranos se había pasado la pequeña Alicia pendiente de sus juegos, siempre con la cabeza inclinada sobre sus libros, o vuelta sobre sí misma, ajena a casi todo, que nunca se había fijado en la enorme cúpula azul que se desplegaba ahora infinita sobre ella. Nunca había imaginado que el cielo gris de la ciudad, fuese el mismo que esa repentina e inmensa carpa azulada. Nunca pensó que el cielo pudiese ser un escenario propicio para sus cientos de juegos inventados. Sin embargo ahora estaba extasiada, ajena incluso al peligro que corría, pues poco a poco el caudal empezaba cubrirla, se iba desbordando, empapando sus ropas y cubriéndole la cara. Pronto le costaría respirar. Pero ninguna amenaza podía despertar a Alicia de su descubrimiento. Tumbada y aprisionada como estaba, solo podía girar cabeza. Miraba con avidez a un lado y otro intentando atrapar cuanto detalle se desplegaba ante sus ojos. Entre el desmedido azul descubrió Alicia nubes formando antojadizas formas cambiantes, que el viento poco a poco iba deshilachando, descubrió también las caligrafías nerviosas y fugaces que trazaban las golondrinas.

Pero se quebró ese instante asombroso por un grito, una llamada que desmoronó el cielo y le hizo volver repentinamente a la realidad. Por el estupor, le entró agua en al boca y se atragantó, tosió, y empezó a asustarse. A la vez, escuchaba las voces de su tía Amelia, que preocupada por la ausencia de la chiquilla empezó a llamarla. Las voces se escuchaban cada vez más cerca, hasta que vio Alicia aparecer la cabeza de Amelia por uno de los bordes de la acequia. Le sonrió la niña. Pero la tía no vio ese gesto, sólo vio a su sobrina atrapada en el fondo del canal, cada vez más cubierta de agua. Saltó rápida, se situó detrás de sus hombros, se inclinó y no sin cierto esfuerzo, logró desencajarla. La levantó por fin, la apretó en un fuerte abrazo contra su pecho. Alicia, mientras tanto, se dejaba hacer, y no entendía el porque de los lamentos ni el lagrimeo de su tía. Alicia, abrazada al cuello de su tía Amelia, miraba de reojo al cielo y sonreía recordando el paraíso que había descubierto de esa manera tan rocambolesca. Pensaba también en la rapidez con que dicho descubrimiento se había quebrado, rasgado por las voces de alarma. Se propuso entonces, aflojando un poco el abrazo a su tía, que desde ese mismo día se mantendría aún más alejada de los adultos, que seguiría evitándolos en todo lo posible, pues esa tarde de verano había confirmado la rapidez con que se esfuman los sueños, las fantasías, conforme ellos se acercan.

Dedicado a Alicia , que ahora es una gran mujer, empeñada todavía en soñar y mantener vivos esos sueños. (Y a Bad..., su ciudad gris)

Stupidity seriously harms you and others around you (3ª parte)


En la tradición cristiana al tercer día resucitó… pero en el caso de Javier, la chica necesitó esparcir un gran vaso de agua en la cara para volverlo a la vida… no podía levantarse de la litera.

Le dolía todos los huesos y al mirar el reloj varias veces, llegó a la conclusión que jamás había visto las manecillas en aquella posición, eran las seis de la mañana. Con movimientos torpes se vistió y cargó con la mochila menguante (iba tirando poco a poco cualquier cosa que pesara más de lo necesario). Tras un café de pucherete y una magdalena dura ablandada ahogándola en el brebaje blanquinegro, partió con Elena que era como se llamaba la chica a la que acompañaba, información obtenida tras escuchar como se lo decía al hospitalero de Roncesvalles.
La primera hora de camino no se suele hablar demasiado, la gente aún está medio dormida, pero una vez pasado ese trance empezó con la mística del camino y los templarios y los druidas…creo que se salvaron los extraterrestres de haber recorrido el itinerario de Santiago.

Otro elemento a considerar cuando se anda mucho son los pies. El callo del dedo gordo le daba de vez en cuando calambrazos para alumbrar tres relámpagos y las rozaduras ensangrentadas te invitaban a salir de aquel martirio a escape.

Pueblo tras pueblo, la venta de souvenir y carteles luminosos de bares y hostales improvisados, daban un aire a la versión terruñera de La Vegas, donde todo se vendía, donde todo se compraba…la mística del Camino tan sólo quedaba en las palabras de Elena…

Final del tercer día : Como Jumanji, la estampida de la mañana se reconocía en los atestados albergues públicos de la tarde que te colgaban el cartel de "Full"…curiosa palabra para un jugador de poker como Javier, aunque hubiera preferido "Lleno" para no ofender al turismo nacional, porque de eso se trataba… de turismo y divisas ¿No?

sábado, 22 de agosto de 2009

Stupidity seriously harms you and others around you (2ª parte)


La cabeza actúa como una campana cuando se tiene resaca. Cualquier sonido por muy pequeño que sea acaba multiplicado por mil, y la realidad se convierte en un concierto de AC/DC escuchado en primera línea junto al bafle principal. De la luz del día, ni hablo…

La cabeza le daba vueltas y aquella chica no paraba de hablar y de andar como si la persiguieran. Llegaron a un albergue de peregrinos para obtener la acreditación, no sabía que para andar se necesitase papeles como si fueras una moto. Es curioso pero el encargado de los albergues se le llama Hospitalero, sin la cerveza preceptiva, Javier dio por sentado que se debía a algo relacionado con la hospitalidad pero conforme pasaron los días entendió que su sentido estaba más cerca de la palabra Hospital. Rebaños de peregrinos colapsaban los albergues con los pies llenos de ampollas, tobillos hinchados y el aspecto de haber sido apaleados por una banda de hooligans . Además, el camino se convertía cada mañana en una carrera por ver quién salía antes y pillaba sitio en el siguiente, y la espiritualidad quedaba en manos de unos pocos…

Ante aquella perspectiva, Javier pensó largamente la posibilidad de abandonar en el primer recodo de un andurrial a esta chica tan simpática, que con tanto ímpetu recorría kilómetros y kilómetros sin perder la sonrisa. Sin embargo, estar sobrio lo volvió cobarde y sensible, no sé a que proporción pero que no se decidió a dejarla sola.
Final del primer día : Le dolía hasta pensar, había andado tanto como en toda su vida junta y el albergue sólo tenía agua fría para ducharse…unas literas de la segunda guerra mundial y todo un elenco de personajes alucinados impregnados del espíritu del Pablo Coelho.

Javier intentaba recordar que paso en aquella timba de poker…

jueves, 20 de agosto de 2009

Stupidity seriously harms you and others around you




Miraba la hoja del calendario sin dar crédito a lo que veía. Habían pasado diez años desde aquel Camino de Santiago, recorrido con una bronquitis y una piedra en su riñón que no se decidía a salir. Diez años y no era capaz de recordar que le había sucedido en todo ese tiempo. Amnesia decían los profesionales, estupidez sostenía él.

Todo sucedió como la vida misma, en una timba de poker con alcohol y una apuesta estúpida. Era 1999 el mundo estaba a punto de acabarse ( como siempre) y Javier por prescripción médica tenía que tomarse un vaso de vino por eso de la tensión…baja…o era alta?… sea como fuere el médico dijo algo sobre el alcohol y su tensión. Por falta de inteligencia o concentración, Javier resolvió que sus males serían curados con cualquier líquido alcohólico y en su destrozada mente se imaginó a su médico invitándole a unas copitas…” Javier, como médico tuyo te recomiendo mucho alcohol, salidas nocturnas y nada de esfuerzos mentales, tu salud está por encima de matrículas de honor…” Así, la Universidad se convirtió en su segunda casa, bueno la cafetería cuando aún se podía fumar y beber algo más fuerte que una coca cola. Amanecía en sofás desconocidos en casas que no eran la suya. Por la calle le saludaban de forma amistosa gente que no conocía pero que le felicitaban por la juerga de la noche anterior y le invitaban a unirse a la siguiente. De fiesta en fiesta, Javier obtuvo la Cátedra en Noctambulismo y Artes Golfas.
Una mañana se despertó en un autobús, miró a su alrededor y no reconocía el paisaje, bosques, ríos… Miró el asiento de al lado y una chica desconocida le sonrió : “Uh ¡ Javier, pensaba que no te ibas a despertar nunca. Estamos a punto de llegar a Roncesvalles, ah¡ gracias por acompañarme a hacer el camino de santiago, eres un sol...”.

Se miró e iba ataviado como uno de esos que de verdad hacen cosas como andar y subir montañas por gusto, y lo peor era que no recordaba quién la había vestido así.

- Un momento ¡ ¿ Y el minero donde encaja en esta historia?.

Eso digo yo.

P.D. : Pido disculpas por la improvisación del relato, pero si queréis puede tener continuidad…to be continued…

miércoles, 19 de agosto de 2009

RENOVADOS CÁNONES INQUISITORIALES DE ESTE BLOG LITERARIO.

Hola queridos lectores:

Poco a poco, los tres escribanos integrantes de este blog, cuyo número esperamos ir ampliando, queremos retomar nuestros juegos literarios para intentar amenizar y entretenerles, en todo lo posible. Han de saber, que por ahora, nuestra gracia con la pluma es escasa, e irrisorio el número de visitas que las musas han tenido el privilegio de otorgarnos, por eso, valoramos de sobremanera cualquier comentario o cualquier crítica, por gongoresca que sea. Sabiendo vuesas mercedes de nuestra escasa inspiración, nuestro gusto desmedido por la absenta y nuestros constantes tropiezos en los procelosos mares de las buenas letras, por favor, postrados les rogamos que sean dadivosos con sus comentarios y que de no dejen de criticar sobre cuanto cuento o vivencia narrada aquí lean. También les animamos a aportar nuevas ideas, o unir sus plumas a las nuestras en todos los duelos literarios semanales en los que prometemos batirnos.

Han de saber también que las normas con las que surgió este blog, normas pocas y establecidas todas en beneficio del divertimento, y la lujuria narrativa, siguen vigentes y no habemos encontrado motivo para cambiarlas o rectificarlas en lo más mínimo. Dichas normas para participar en los duelos literarios de este rincón son las siguientes:

A saber:

- Los cuentos no deben sobrepasar nunca la extensión de un folio, en A4, letra times new roman, a 12.
- Los temas sobre los que versarán serán elegidos alternativamente por los componentes de este selecto grupo de escribientes. Dichos temas pueden ser muy variados, desde una palabra, una frase a una imagen. Lo que al retador en ese momento buenamente le plazca.
- La fecha de entrega de los cuentos propuestos no debe nunca sobrepasar la semana cristiana de siete días.
- Pueden participar en dichos duelos a cuántas personas le plazca, siempre que se atengan a estas tres sencillas reglas.
- En caso de no cumplir dichas reglas, contamos con el beneplácito inquisitorial para ejercer el castigo que creamos conveniente.



Por ahora, han de saber que los integrantes de este nefasto grupo de trovadores somos: la casquivana damisela cristiana, natural de la ciudad de Albacete, señorita Carneiro, el ilustre judío sefardí Xavier, que lustra con sus bigotes la muy no tan noble villa sevillana de Utrera, y el muy venido a menos, musulmán converso, rapiñero de las letras, Ibn Quzmán, huido de la hermosa ciudad de Granada.









Los componentes del blog en plena velada literaria.


Como ya ha quedado dicho, esperamos que pronto, demuestres tu osadía, oh venerado lector, por escasa, y decidas aunar hombros con este grupejo de villanos literarios.

Un cordial saludo, en el año del señor MMIX.

martes, 18 de agosto de 2009

SAN JUAN, BOLIVIA, 1967

"Tengo que salir de aquí” – piensa Edmundo. Afuera, mientras tanto continúa la balacera. Varias decenas de uniformados se han apostado en lo alto de las lomas del cerro de San Miguel y desde allí disparan indiscriminadamente contra los barracones o contra las sombras que corretean entre las fogatas. Nadie sabe porqué. Llegaron montados en recuas de mulas, emboscados por la oscuridad, por los caminos de La Salvadora , de Río Seco, y de Canañiri, y están poniendo todo su empeño en transformar la noche en una lluvia de fuego.
Pero Edmundo, acodado en la barra de una improvisada taberna, y con un vaso de chicha frente a los labios, permanece absorto a sus pensamientos. “Pero cómo abandonar este basurero, si no tengo dinero ni para pagarme la botella que me estoy bebiendo”. Piensa, mientras, a su alrededor, las tablas de la cantina no dejan de saltar en astillas allí donde son atravesadas por alguna bala. Algunos impactos dan sobre la barra, cerca de donde se halla sentado Edmundo. Estallan botellas con estruendo, se desmoronan un par de sillas, pero nada de esto hace mella en la concentración de Edmundo. Detrás de la barra o bajo las mesas, algunos de sus compañeros han improvisado parapetos en los que intentan guarecerse del aguacero de plomo que cae sobre ellos. "Edmundo, compadre, agáchate que te van a quebrar los milicos". Pero él continúa con su trajín metafísico, particular, sintiendo como la chicha enardece sus recuerdos y su resentimiento. “Esto es una mierda, nunca debía salir del pueblo para venirme a trabajar a la mina, ¿qué carajo hago aquí?”.

Edmundo, patizambo de piel tostada, bajo un poncho raído, su mono de minero comido por el polvo, prendas ambas que apenas le protegen del frío, lleva horas torcido sobre la barra. La chicha que engulle a tragos largos tampoco logra calentarle esta noche las entrañas, y alejarle de paso los malos barruntos. Tuerce el vaso y deja caer parte de su contenido amarillento sobre el suelo. Es su tributo a la pachamama, la madre tierra que lleva años horadando con sus manos. “Toma guarrona, ojalá revientes de una vez, ojalá te atragantes con las riquezas que nos niegas”. Junto a él, junto a miles de bolivianos, llegaron a las minas cientos de rusos, de yugoslavos, de judíos, de alemanes, todos atraídos por las promesas de unas ganancias rápidas, de unas riquezas que han resultado estar mucho más profundas de lo que el hombre puede alcanzar. Son esos compañeros engañados, soliviantados por el trabajo duro y los sueldos de hambre, los que ahora están siendo abatidos por los rifles del ejército, fusilados en la plaza del poblado, abatidos por la sorpresa en forma de bala en sus propias camas, o abrazados a una botella, acurrucados alrededor de las hogueras.

Pero de ese infierno desatado sobre el poblado sigue sin darse cuenta Edmundo, tal es el tamaño de la amargura que le abruma. Sigue arqueado sobre su taburete, aferrado una de las manos a la botella de chicha, la otra al vaso. Un vaso que no deja de llenar y llevarse a la boca. Sólo cuando se acaba la botella y busca con la mirada al cantinero para pedirle otra, empieza a notar que algo raro está ocurriendo. "¿Dónde diablos te has metido? Quiero otra botella. Hoy toca refriega dura con el alma". Se da cuenta entonces de que en su vaso vacío algo está girando, parece una canica, o quizás un trozo de hielo oscuro. Pero no, es una bala de plomo, un trozo deformado que ha salido rebotado y ha ido a caer en su vaso. Piensa que es una señal, una hoja caída que anuncia la llegada del otoño, la hora de tomar el camino de vuelta a su casa… “Sí, debo irme de este maldito lugar”… Es entonces cuando le vencen los vapores etílicos de la bebida y Edmundo se deja caer sobre la barra.
Será por la mañana, cuando Edmundo despierte y se tope con su resaca y con los restos de la matanza, cuando se entere de todo lo ocurrido, y también, cuando le abata la certeza de que nunca podrá abandonar esa mina, que está encerrado en ella para siempre, y que como otros muchos, se pudrirán sus huesos en las profundidades de esos cerros…
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[...] René Barrientos Ortuño, además de la masacre minera, fue el responsable directo del asesinato, encarcelamiento, tortura y desaparición de varios opositores a su gobierno, hasta el día en que murió calcinado en el mismo helicóptero que le obsequiaron sus aliados del norte. No obstante, a pesar de los múltiples testimonios de esta sombría historia, todavía hay quienes exaltan su “patriotismo” y le llaman “el general del pueblo”; cuando en realidad no era más que un simple general golpista, un aviador entrenado en Estados Unidos y un servil lacayo del imperialismo, que supo aprovechar su mandato presidencial para saquear los recursos naturales en medio de un país que se desangraba en la miseria y lloraba a sus muertos bajo la bota militar. (Víctor Montoya, "La masacre de San Juan". Publicado en BolPress, el periódico online de La Paz (Bolivia), el 19 de junio de 2007. Reproducido en el semanario Peripecias Nº 53 el 20 de junio de 2007. )



martes, 11 de agosto de 2009

رفض (Un cuento sin usar la letra “o”).

Aba Abd ar-Rahman Azzam Ali ibn Nusayr ibn Abd ar-Rahman Zayd al-Lajmi, a la cual llamaré, (desde este instante y hasta el final de esta fábula para más ventaja y deleite de leyentes y escuchantes), simplemente Azzam Ali. Azzam Ali, más niña que mujer, suspicaz de su pareja, de sus parientes y de su suegra, aunque también fémina cava, casquivana, ligera y huidiza de Alá, une a sus matutinas ansiedades esta madrugada, la de las turbas que empiezan a inundar calles y mezquitas, hammanes y bazares. Granada, musulmana desde hace setenta décadas, y ayer aún sarracena, amanece sin su media luna, caída ésta, increpada y derribada; en su lugar una cruz rumí se levanta: que será Granada desde este día y para siempre, recuperada, hispana y cristiana.


¡¡Qué Alá se apiade de sus creyentes!!. ¡¡Atraviesan las puertas, asaltan las murallas huestes bautizadas. Ceden las atalayas ante el empuje de la desgracia !! La advertencia inunda, cual riada de lágrimas, las calles de la ciudad. Acurrucada, huérfana a las faldas de su Alhambra, que era hasta hace unas lunas, alcazaba altanera y fiada. Desde el Genil sube hasta el Albaycín bruma y andanada de injurias, sacudida de cancelas, quiebra de ventanas, retintines firmes de celadas y armaduras. Cabalgaduras y catervas de militares infieles dejan tras de sí tupidas hileras de islamitas que se ahuyentan de sus casas, de sus viviendas agarenas.

Azzam Ali, perdida, asustada, atrapada, se sabe incapaz esta mañana de llegar entre tan repentina algarabía a su carmen. Deja pues que la muchedumbre la arrastre, desea que entre tanta gente, Alá, esa deidad de la que a veces descree, haga transmutar su materia de gallarda puta a vara de mimbre. Aire anhela ser Azzam, tal vez ser el agua de una acequia que la lleve rápida a las afueras de Granada. Su fragilidad, su ligereza de caña, su mirada extraviada en nada pueden enfrentarse a tan multitudinaria huída, y decide virar su peregrinaje hasta la casa de su padre, palacete que se ubica en el arrabal: sus paredes y ventanas más alejadas de este inevitable desfile de penas y penitencias.

Su padre ya está en la puerta. Intuía la llegada de su hija, y sale a esperarla fuera. Caída entre las callejuelas su piel de ramera, la figura que aparece ante Yussuf vuelve a tener talante y maneras de niña y de hija, también de fruta y esperanza. Que Azzam es para Yussuf cada mañana, la primera de sus alegrías, de esas mismas mañanas que al padre le traen nuevas albas, y a la hija, nuevas idas y venidas entre la negrura de estancias y pasajes.

Se abrazan sin decirse nada, empapan de lágrimas sus mejillas y espaldas y funden sus túnicas en un ir y venir de muecas, en una rueda de ademanes, en un descubrir y desmigar las almas entre las esquinas y curvas de sus vestimentas.

- ¿Qué demencia flagela la ciudad, padre? ¿Cuál es la causa de tanta tristeza?


- Apenas sé que decirte, querida niña.- gime el padre.


- ¿Y qué le pasará a nuestra casa?


- La mula es muy pequeña, hija mía. Sus talegas estrechas para guardar en ellas nuestras paredes y sus filigranas de arcilla. Nuestra casa debe quedarse aquí, hija del alma..

- Y dime padre, y que Alá te tenga entre sus palmas. ¿Restablecerá Granada algún día su fe musulmana?

La respuesta, ya se sabe: رفض. Fue siempre la misma respuesta esa mañana y será siempre la misma pasadas las centurias, hasta llegar a mis días. Fue la misma a cada suplica de la hija: رفض. Para acabar esta quimera diré que tendrán las últimas plegarias de Azzam silueta de arena, y regará su estirpe las arenas del Sáhara. Su padre Yussuf, tendrá más suerte: fallecerá antes en la ciudad ya bautizada cristianamente Almuñecar.


Advertencia: Has de saber, si ya estás en el final de esta fábula, que esta leyenda está escrita sin usar en ninguna de sus partes, ni en sus palabras ni en sus frases, esa letra, que es cuarta, situada después de la i y antes de la u. Aunque admite Julián María Guzmán Tapia, pequeña trampa y licencia, pues رفض en árabe significa no, y ahí, esa letra, es inevitable.

lunes, 10 de agosto de 2009

EL VIAJE MÁS EXTRAORDINARIO

Esto me ocurrió hace un par de días. Estaba limpiando la cocina cuando llamaron al timbre de casa. Al abrir la puerta me encontré frente a mí a una viejecita pequeña, encorvada, de rostro arrugado, vestida con hábitos de monja. Sin darme tiempo a preguntarle qué es lo que deseaba, fue ella la primera que habló. “Buenos días, joven. ¿podría pedirle un favor”. La estudié con rapidez, buscando en sus manos o entre los pliegues de su ropaje, algún libro o alguna otra cosa. Supuse que vendría a venderme una biblia o algo por el estilo. “Hola, ¿qué es lo que desea?”.Será sólo un momento. ¿Podría pasar a su salón?” No supe muy bien qué responderle. Su petición me resultó un tanto extraña, me desconcertó también su tono seguro y confiado. Ante una anciana así no sé muy bien cómo comportarme. Cuál es el gesto exacto que debo adquirir para no resultar maleducado o brusco. Frente a ese rostro ajado y esa mirada expectante se desvaneció rápido cualquier excusa. “Mire señora, ando mal de tiempo…” La vieja pareció intuir la causa de mi recelo e insistió. “Será solo un momento. No vengo a venderle nada ni soltarle ningún sermón. Sólo deseo asomarme un momento a su balcón”. Ante esa insistencia no supe muy bien que decirle. Así que abrí más la puerta al tiempo que me apartaba para dejarla pasar. “Gracias joven, será solo un momento” Murmuró sin mirarme, mientras se adentraba en la casa. Me coloqué detrás de ella, mirando por encima de sus hombros, intentando adivinar algún gesto que me hiciese comprender qué estaba pasando. “El salón está al final del pasillo”. Le dije, aunque no parecía hacerme mucho caso. Avanzó con el cuello rígido, la cabeza agachada, oculta bajo la capucha de su traje, con pasos pausados pero decididos. Alcé mi mano por encima de su cuerpo minúsculo y empujé la puerta del salón. Ella continuó su lento tránsito y yo me quedé parado, apoyado en el quicio, unos metros por detrás. Observé como llegó hasta el balcón y se quedó allí quieta, apoyándose en la barandilla. No hizo ningún gesto, simplemente torció un poco más su ya giboso cuerpecito y miró hacía la calle. “¿Quiere que le traiga una silla?”. Pero continuó ausente, torcida, mirando hacía el exterior en silencio. Permanecí unos minutos callado, observando la escena hasta que me aburrí y decidí retomar lo que estaba haciendo en la cocina. La anciana no parecía que fuese una amenaza, así que decidí dejarla sola. Volvía de vez en cuando, quedándome siempre en la entrada del salón, la anciana estaba siempre en la misma posición, con el mismo gesto petrificado, las manos apretadas a la barandilla y el rostro inclinado hacía fuera. Decidí por fin situarme a su lado, traía una cerveza del frigorífico, además había encendido un cigarro. Me di cuenta entonces que lo qué observaba con tanta atención era el convento que había justo frente a mi piso, al otro lado de la calle. Comprobé además, que la monja estaba llorando. Un llanto callado, casi imperceptible que se escurría por su rostro plagado de arrugas. “¿Le pasa a usted algo? ¿Se encuentra mal?” “No, no joven, estoy muy bien. Lloro, pero es de emoción.” Dijo esto sin volverse hacía mi, la mirada siempre clavada en el claustro del convento. Un edificio que yo mismo había estudiado muchas veces, siempre que salía al balcón a tomarme el café o echarme un cigarro. Es una construcción agradable, coqueta, añeja, que más de una vez me he planteado visitar. “¿Es bonito, verdad? Paso buenos ratos en este balcón echándole un vistazo” Adopté una postura idéntica a la de ella, apoyado en la barandilla metálica, con el rostro inclinado, dándole intermitentes caladas al cigarro o echando un trago a la lata de cerveza. “Yo vivo, ahí, ¿sabe?”. Esta confidencia me pilló desprevenido. No sabía que el convento fuese de clausura. De hecho nunca me había parecido ver a nadie andando por el patio del claustro. Creía incluso que el edificio estaba abandonado, o en desuso. “Y esta es la primera vez que he salido de él”. “Vaya, ¿en serio? Me parece increíble”. “Llevo mucho tiempo viendo este balcón y siempre he querido subir hasta aquí para ver el convento desde fuera”. “Pues nada, puede venir a mi casa cuando lo desee. ¿De verdad nunca ha salido del convento. Ni siquiera para ir al médico o visitar a su familia?”. “Me dejaron en la puerta cuando era un bebé. Mi familia es desde entonces las hermanas que vivimos en el convento, siempre me han atendido muy bien. Y siempre he sido muy feliz” . Esa revelación precipitada hizo vibrar mis sentidos. Noté como me invadía cierta ternura, como se sobrecogía mi estómago y que empezaba a estudiar el convento con más detenimiento, como queriendo encontrar la confirmación a sus palabras en las columnas del patio o en los cipreses que bordeaban el edificio. “Ya va siendo hora de que regrese. No quiero que se preocupen por mí.” “No es molestia, puede estar aquí todo el tiempo que quiera. Yo no tengo nada que hacer”. “Gracias joven, ya he visto lo que deseaba. Estoy muy emocionada”. La viejecita se giró con lentitud y comenzó su lento peregrinaje hasta la salida. Yo, de nuevo detrás de ella, como en procesión, acoplé mi ritmo a sus cortos pasos, a su andar cansino. Otra vez en la puerta, volví a abrírsela para que pudiera salir. Vi cómo se marchaba, parsimoniosamente, casi sin levantar los pies del suelo, siempre con la espalda encorvada, oculta bajo la gruesa tela marrón. Sólo se volvió hacía mí cuando llegó a la puerta ascensor. “Todos deberíamos tener este privilegio antes de morir”. “No le entiendo, ¿qué privilegio?, ¿qué es lo que quiere decir?".Todos deberíamos poder echarle un último vistazo al mundo que hemos habitado antes de dejar esta vida. Hacer así balance de nuestros actos, de las obras que dejamos tras nosotros. No sabe usted lo feliz que me ha hecho dejándome asomar a su balcón.” Justo en ese momento llegó el ascensor a la planta. Y la monja desapareció ante mí, con la misma sorpresa con la que había venido.