martes, 7 de septiembre de 2010

PODWÓJNE ZYCIE WERONIKI. (La doble vida de Weronika)

Golpea con sus tibios nudillos en la madera carcomida y después echa a correr. Es tan rápido su instinto que nunca le da tiempo de comprobar sí desde el otro lado de la puerta la bruja ha respondido a su llamada. Durante unos segundos sólo escuchará el eco de sus pasos alejándose del viejo caserón abandonado, y el rumor de las risas nerviosas y cómplices de sus amigos, que empiezan a asomar sus cabezas por las esquinas, por las cancelas, de detrás de las tapias, y que pasados unos segundos echan a correr tras ella, arropando su huida diaria. Para Weronika y el resto de los chiquillos, ese enorme caserón, con el techo hundido a punto de venirse abajo por el peso del tiempo, sin ventanas y con sus paredes recubiertas en igual proporción de pintadas y de esconchones, es en realidad el edificio más enigmático y a la vez cautivador de cuantos se levantan en el pueblo. Sobre la puerta, fijado con remaches, en una placa metálica, aparece dibujada una tétrica calavera. Y debajo de ella, un aviso: NO PASAR. PELIGRO DE DERRUMBE.

Todos sabemos lo rápido que se dispara la imaginación de los niños, y los caminos tan retorcidos y sorprendentes que esa imaginación puede tomar; aunque de igual modo, esa fantasía desatada suele tener un pie en la tierra, una base mundana que sus mentes incipientes comienzan rápido a remodelar. Para los niños del pueblo, esa calavera sombría, es el aviso, es la rúbrica, de que en ese caserío se esconde una bruja. Unos a otros se contagian su ilusión y sus temores, pronto entre la chiquillería arraiga la convicción de que tras esa puerta apuntalada, tras ese letrero fronterizo, tras esa advertencia de las madres “niñanoteacerquesahí” esa bruja juega en su marmita con el espacio y el tiempo, coge pedazos de lo uno y de lo otro, los troncha, los desmiga, los desmenuza y los mezcla bien con un enorme cucharón. Se puebla ese caldo al momento con los seres más extraordinarios, surgiendo así, casi al instante, los mundos más increíbles. Unos mundos que a los chiquillos les gustaría corretear.

Por eso, todas las mañanas los niños al salir de la escuela, dan un largo rodeo para rondar por el vetusto caserón. Quieren vigilar también esta tarde, si será Weronika de nuevo capaz de llegar hasta la puerta y llamar para comprobar si está la bruja dentro.

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Vemos a Weronika muchos años después, una Weronika ya mujer, una mujer hermosa, de larga melena rubia y ojos claros, como nuevos pórticos, que esconden renovados mundos prodigiosos. Reposa su cabeza en este momento sobre el cuerpo de Alexandre. Acaban de hacer el amor, y Weronika, relajada, abatida nuevamente por el placer, deja mecer su rostro por la ligera cadencia de la respiración de él. Comprobamos que Weronika nada tiene que ver con la niña que antaño llamaba a una puerta, todos su rasgos a medio terminar, todas sus curvas infantiles, todos los rincones cándidos y latentes de su cuerpo, se han alargado y se han ido abultando de madurez y deseo. Sin embargo le ha quedado a Weronika un poso, una rémora, un hábito de esos primeros años vividos en el pueblo. Weronika acerca su mano al torso de su amante, alza su mirada buscando su complicidad, y tamborilea con sus dedos varias veces sobre el pecho de él. Es un gesto tenue, ligero, cariñoso, casi imperceptible, que siempre repite y al que Alexandre ya se ha acostumbrado pero que sigue sin comprender. No escucha Alexandre, no se percata, que Weronika está llamando a las puertas de su corazón. Quiere Weronika ver qué se esconde detrás de su piel, de esa piel que tanto le gusta recorrer y que ya se ha aprendido de memoria, pero que sigue resultando, en cierto modo, recóndita e infranqueable. Se imagina Weronika nuevamente mundos maravillosos a escasos centímetros bajo su mejilla y sus dedos.

Aunque nuevamente deberá huir tras su llamada, sin tiempo para esperar la respuesta. Deben vestirse rápido, deshacer su encuentro, porque dentro de pocas horas, será otro el cuerpo que ocupe esa cama, otro el torso sobre el que Weronika apoyará su rostro saciado, será también otro el corazón al que Weronika estará llamando, y otra piel la que estará sobrevolando.

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Quisiera a su vez, y ahora volvemos al pasado, la niña Weronika de tres años, en su impaciencia y primera intuición de bruma, que la mujer futura que será, viniese algún día desde sus logros y le cogiese de la mano, le llevase a pasear por las calles del pueblo, la colocase delante de las puertas adecuadas y le explicase qué puede encontrar detrás de ellas, ante cuáles merece la pena detenerse y ante cuáles no. Anhela la niña Weronika comenzar a vivir sin miedos y no errar nunca en los pasos que vaya dando.

Nunca llegó, sin embargo, la intuición o la visita de la mujer que será, y nunca esperó la chiquilla Weronika a que la bruja le abriese la puerta. Está por eso, Weronika adulta, Weronika mujer, Weronika abocada a la búsqueda y la huida, determinada a llamar siempre a las puertas de todos los corazones con los que se cruce, a escrutar minuciosamente las pieles, los gemidos y los sollozos con los que se vaya encontrando para adivinar qué hombres los habitan.