jueves, 29 de agosto de 2013

DE VIAJE POR LATINOAMÉRICA

Soy de Ámerica Latina, un pueblo sin piernas, pero que camina. "Calle 13"

Para este viaje volví a cargar mi maleta de libros. Todos de autores latinoamericanos. Monterroso, Belli, mi entrañable Girondo, los inevitables Cortázar, Borges y Neruda, un largo etcétera, aunque  teniendo siempre en lo más alto a Benedetti y su compatriota Galeano. Viajaría en esta ocasión por Ecuador, Perú, y Bolivia, aunque quizás el tiempo, el dinero, las carambolas, la suspensión de vuelos o las huelgas de transportes, me llevasen también a Chile, Brasil o Argentina... Pretendía que estos escritores, también Pizarnik, Echenique, Quiroga, Vallejo, Martí, Futuranski y otro largo etcétera, fueran mi guía durante este viaje. Que ellos me hablasen antes de llegar yo a las sorpresas, que ellos me desvelasen los misterios de estas tierras tan plagadas de rincones. Pero una vez emprendido el camino apenas pude dedicarles tiempo. Muy pronto, en mi maleta, sus libros fueron sólo un peso muerto. El constante cansancio me impedía escuchar sus voces y entre ciudad y ciudad, la tensión de la espera lo ocupaba todo. Además, enseguida descubrí que lo que ellos me enseñaban apenas se parecía a la latinoamérica que iba recorriendo. La mayoría de las personas con las que me cruzaba en los inicios del viaje desconocían los nombres de estos autores.

La latinoamérica real ha resultado ser mucho más directa, más agresiva, cómo sólo puede serlo un continente habitado por supervivientes. Es una isla infinita en la que apenas tienen cabida las ensoñaciones. Su aroma es fuerte, a ratos amenazante, huele a restos de mercado, a sudor rancio, a arroz y choclo hervidos, a chancho frito, a grasa y gasolina, a frutas maduras, a chicha, a jugos y cerveza. Sus sonidos son enérgicos, su música irritante, cansina, sus ritmos a ratos ancestrales, a ratos delirantes. Para mí, con un espíritu tan ajeno al baile, resulta simplemente agotador, quizás hasta prescindible este son son lastimoso y repetitivo que lo envuelve todo. La función de esta banda sonora total es como la de un aniversario diario, como una fiesta de pueblo que se celebrase a cada rato, me advierte, me atonta, me recuerda, no lo olvido, que estoy en latinoamérica. Latinoamérica entera me empuja cuando voy andando por la calle, me obliga a caminar con prisa, a desprenderme de mis pensamientos, los que traje a modo de coraza desde España, a desprenderme incluso de mis gestos, afuera mis certezas, cada esquina me hace evocar a mil fantasmas, y me juego la vida cada vez que cambio de acera. Dentro del gran viaje que estoy realizando, cada día realizo miles de viajes minúsculos y puedo acabar charlando con los incas si compro tabaco en un puesto. Los colores de latinoamérica son los colores de un millón de winphalas agitadas por los vientos que bajan de las cumbres de los Andes. Todo me estalla en los ojos, llevo siempre el sol desparramado sobre mi piel y un eco anciano en las entrañas. Su tacto es el tacto de las piedras talladas con el sudor de otras piedras. Y el tacto de sus minerales ya no es un tacto, es sólo el recuerdo de un tacto robado. Al pasear por sus ruinas, sus venas abiertas, comprendo al momento todos sus fracasos: sus ruinas no me muestran lo que fue latinoamérica, sino lo que no la han dejado ser. Sólo queda certero, cargado de remordimientos, de tacto cargado de auxilio y reproche, el tacto de la tierra seca, o el tacto apabullante de la tierra húmeda, hinchada por sus ríos que pretenden ser mares. Es también incontable el tacto del millón de hojas de todas sus selvas.   ¿Y a qué sabe latinoamérica? Sus sabores no puedo describirlos, necesitaría una nueva lengua sólo para enumerar sus árboles y los frutos que revientan cada día en sus ramas.

Latinoamérica es tan grande que no cabe en ella misma. No cabe en sus libros, no cabe en las gentes que la habitan. No cabe siquiera en sus ruinas ni en los sueños que de ellas surgen. No cabe en sus mapas ni cabe en su historia. No cabrá, por supuesto, en este cuento. Latinoamérica es como una gran Anaconda rabiosa. Así, tan imprevisible e inmutable mi única certeza de este viaje será que latinoamérica es inviajable. Me iré de aquí deslumbrado, agotado, cargado de asombros pero sin comprender apenas nada. Imposible llegar al final de los caminos que he emprendido, que no dejan de culebrear delante de los pasos que voy dando. Porque en latinoamérica serán siempre más los caminos por recorrer que los ya recorridos.
 (Dedicado a Isabel Montojo, Gema, Francisco, Sonia, Yolanda, Pilar, Isa Pelaz, Miriam, Vanesa Arroyo, Arrate, Vanesa Salazar, Elena, Bea, Alba, Vero, Beatriz Rubio, Ana, Itxaso y Shandu, grandes cooperantes de Macará, Ecuador)
(Escrito con el móvil, después pasado a mi diario, en Santa Cruz, Bolivia, 28 de agosto del 2013)