lunes, 21 de septiembre de 2009

Die Oktoberrevolution -- Великая Октябрьская социалистическая

Llegó la revolución casi sin darnos cuenta. Sin saber en qué momento exacto se apoderó de nuestra ciudad. A nuestro improvisado refugio sólo llegaba el cañoneo lejano, casi inofensivo, como los truenos de una tormenta lejana. Día a día el número de los refugiados que estábamos apiñados, apretados nuestros cuerpos contra los polvorientos muros de hormigón, iba en aumento. La mayoría de estos nuevos inquilinos eran soldados de nuestro ejército que se habían desposeído de sus armas y arrancado sus galones para intentar pasar desapercibidos. Pese al desmoronamiento general del frente, la traición aún se castigaba con la pena de muerte. Llegaban como sombras y se sentaban en los pocos sitios que aun quedaban libres. Por ellos sabíamos que el enemigo estaba muy cerca. Los rumores eran numerosos pero muy confusos. Unos hablaban de una pronta caída de la ciudad, otros sin embargo hablaban de una contraofensiva milagrosa que daría un vuelco a esta guerra. No había miedo entre nosotros. La sensación principal, que aplastaba nuestro espíritu como una losa, era la de hastío, la de agotamiento, la de desidia. Llevábamos semanas, quizás meses, hacinados en ese refugio, durmiendo unos sobre otros, alimentándonos únicamente de galletas y pan duro. Salíamos únicamente al exterior, y no todos se atrevían, para hacer nuestras necesidades. Algunos nunca regresaban.

Todos estábamos cansados de esta guerra tan larga, y se puede decir que la mayoría aguardaba con cierta esperanza la llegada del ejército invasor. Otros rumores hablaban de la benevolencia de los soldados del ejército enemigo. Además, y esto era quizás, lo que más excitaba nuestro ánimo, traían comida. Ingentes cantidades de latas de carne o verduras en conserva, que en nuestra imaginación desatada se tornaban en suculentos manjares. Aparte, esos mismos soldados nos traerían los milagros de su revolución. Venían de un país en el que era el pueblo quién mandaba. Venían de un paraíso terrenal en el que todo abundaba y todo era de todos. Ellos enterrarían el fascismo y nos cogerían de la mano para llevarnos a un mundo mejor, un mundo que ellos habían creado. Habían tardado casi treinta años pero por fin estaban aquí, a las puertas de nuestra ciudad.

El cañoneo se fue haciendo más próximo. Además, a este, se unieron los ruidos de las ráfagas de ametralladora, el tiroteo intermitente de los fusiles, los gritos de los que iban cayendo, el zumbido de los aviones. Estábamos atrapados en el ojo de un huracán. Apenas sin noticias, intentando adivinar los movimientos de las tropas simplemente por el ronroneo de sus vehículos. Y un buen día, de repente, cesaron todos los ruidos. Cuando este repentino silencio se fue haciendo hueco entre nosotros empezamos a mirarnos unos a otros estupefactos. Un ligero brillo fue surgiendo del fondo de nuestras pupilas. ¿Era ese silencio la primera señal del fin de la guerra?

Un cuerpo surgió entonces por el marco de la puerta. Era apenas un chiquillo, embutido en un enorme uniforme mugriento. Empezó a gritarnos algo en un idioma extraño, aunque por los gestos dedujimos que quería que saliésemos fuera del refugio. Ansiosos como estábamos por volver a ver la luz del sol obedecimos rápidamente sus órdenes. Nos colocaron en fila junto a la puerta, formábamos una curiosa caterva de fantasmas desaliñados, pero algunas nos permitimos esbozar una ligera sonrisa de agradecimiento. Frente a nosotros, un hatajo caótico de soldados nos miraba con una curiosidad idéntica a la nuestra. Nos colocaron frente a algo que no tenía nada que ver con el glorioso ejército rojo que esperábamos liberaría a Alemania del yugo nazi. Frente a nosotros, una masa de seres desarrapados, mugrientos, vestidos con uniformes raídos y portando viejos fusiles. Seres agotados, de hombros caídos, con la mirada encendida por el odio, la lascivia y la sed de venganza. Volvieron a gritarnos en ese idioma del que nada entendíamos. Nos separaron en grupos; a las mujeres nos dejaron frente a la puerta del refugio, formaron otro grupo con los hombres, y aun un tercero con los chiquillos y los ancianos. La mayor parte de los soldados empezaron a agruparse en torno nuestro. Y poco a poco el cerco se fue estrechando, comenzaron a tirarnos de los brazos, a intentar separarnos del corrillo de mujeres apiñadas y asustadas que formábamos. Al final estalló un caos enorme. Me di cuenta entonces de que esos soldados no nos traían nada parecido a la libertad. Aquello se parecía más a una cacería, y como otras mujeres empecé a correr. Pero no llegué muy lejos. Un par de hombres se me echaron encima, me arrastraron hasta una de las esquinas del refugio, me apoyaron contra la pared y empezaron a manosearme. Noté sus manos frenéticas tanteando todo mi cuerpo, desgarrando mis ropas, apretando mis pechos, arañando mi vientre, abriendo mis muslos. Escuchaba su risa nerviosa, cargada de odio y lujuria. Me tiraron al suelo. Cerré los ojos y le escupí a la cara al soldado que ya tenía sobre mí: ¡¡¡товарищ!!! ¿Qué estás haciendo? ¿Es esta la revolución que me traes?¿Eres tú quién ha venido a liberarme?. Durante unos segundos ambos atacantes se quedaron quietos, creo que sorprendidos por haber escuchado alguna palabra en su idioma, pero inmediatamente retomaron su embestida. Fui violada allí mismo, delante de las personas que durante semanas, habían esperado conmigo la llegada de estas tropas. El fin de la guerra, el principio de la revolución.

Dedicado a José Antonio Pérez Martín

viernes, 18 de septiembre de 2009

SI LO SÉ NO VENGO


San Petersburgo, 3 de noviembre de 1917




Mi querida Pepa,



Si lo sé no vengo. Hace un frío que te hiela hasta el pensamiento. La compañía está deseando actuar para quitarse este frío que nunca se te va aunque estés envuelto en mil abrigos.



Tengo el presentimiento desde que llegamos a este país que las cosas no van como debieran. Entiendo que el frío que reina aquí debe afectar al comportamiento de la gente y que decir tiene de una cultura que dista unos cuantos miles de kilómetros de la soleada Trebujena. A pesar del frío, hay mucha gente en las calles vociferando y enarbolando banderas rojas, será una manera de mantenerse caliente. Sea de día o de noche, puedes ver inmensas colas para comprar pan, según parece artículo de lujo por estas tierras, con el frío que hace no sé de donde sacan el trigo.

La palabra es FRÍO. No puedo pensar en otra cosa, frío. ¿Cómo pueden vivir aquí?

Aunque no te engañe mis palabras, a pesar del ambiente helado son gente jaranera y juerguista, anoche se llevaron tirando cohetes y gritando calle arriba, calle abajo. Al día siguiente la nieve estaba toda roja, se debieron hartar de vino tinto.



Llevamos varios días sin saber nada del traductor, y en el hotel no hacen más que entrar y salir gente con fusiles, creo que se está al caer la temporada de caza. No entiendo nada de lo que dicen pero cualquier cosa que dicen lo hacen gritando, quizás las bajas temperaturas los deje un poco sordo.



No podemos ensayar en el teatro que está tomado por los cazadores, supongo que será costumbre reunirse en un teatro antes de ir de caza.





(MAÑANA LA SEGUNDA HOJA DE LA CARTA)

lunes, 14 de septiembre de 2009

Good Bye


“La vida da tantas oportunidades como amaneceres, sin embargo cada una tiene que ser aprovechada como si fuera la última.



El camino sólo tiene una dirección, hacia delante.

Hoy empiezas a construirte, cimientos, paredes, tejado… hazlo con esmero y sin prisas.

Y recuerda que estás sólo en esta empresa…”



Así habló el anciano Zelic al joven Broz que, con una sonrisa forzada, le despidió desde la plataforma del tren en marcha.

La Revolución y Yo



Visto lo visto… os propondría un tema libre pero eso es hacer trampa. Así, a pesar de que el tiempo es escaso y a ciertas edades muy valioso, el tema de este duelo será: La Revolución y Yo. Narrad en primera persona la experiencia de vivir una revolución sin previo aviso. Si no tenéis ideas, os recomiendo la película Reds con Warren Beatty y Diane Keaton.