viernes, 17 de diciembre de 2010

...


"Para el que no sabe hacia a donde va,
cualquier camino le llevará hasta allí"

                                                        PROVERBIO RABÍNICO o NO…





Un pequeño pajarillo se posa en un tendedero. Con movimientos espasmódicos de cabeza observa a su alrededor e inicia con su canto el Adagio de Khachaturian. El Sol del Mediodía ilumina con su tonalidad amarillo limón paredes y edificios... el olor de la primavera flota en el aire y una brisa cálida, nos reconforta a quienes sentados en una terraza del Albayzin disfrutamos de una buena copa de vino...

La Vida no puede ser más maravillosa ¡

Somos nueve, el número perfecto sino fuera impar y premonitorio... La Vida nos sonríe, nuestro pajarillo regresa para continuar con el intermezzo de la obra.

El reloj se para por unos instantes, ya no hablamos de un pasado mejorado con el tiempo sino de un presente y futuro cargado de esperanza de quienes sienten cada rayo de Sol de nuestro particular Oriente...

Es Mayo en Granada, aún nos espera una noche mágica de calles adoquinadas y la siempre inspiradora brisa que transciende de la ladera de la Alhambra...

El final de la obra es interpretada a modo de vuelo rasante de nuestro pajarillo que marcha hacia otro adagio, esta vez, mirando hacia Oriente.







BOLA DE GRANITO (Última parte)

IV


Y siguieron pasando los años y la muerte fue la única variante que se introdujo en nuestro eterno grupo de peregrinos sin rumbo. Tolos de los hombres que habían empezado esta andadura siendo jóvenes, fueron cayendo derrotados al fin por la vejez. Y aún así, pese a las bajas, el ritmo nunca cejó. También sin una orden previa, los huecos que iban quedando en los arneses, eran ocupados por nuevos jóvenes voluntariosos, que eran incorporados en el primer pueblo que cruzaban. Llegó un día, en que nuestro protagonista fue el último que quedaba del grupo original que había empezado a arrastrar la mole esférica. Y yo no sabría decir si fue su fuerza prodigiosa lo que le sostuvo en pie, o fue sin embargo, la duda que un día surgió en él y se apoderó de todo su ser. Si su ímpetu se mantenía inquebrantable por esa necesidad de responder a la mirada indagadora de una sencilla muchacha que un día descubrió al borde del camino. Esos ojos penetrantes continuaban, pasados tantos años, anclados en su alma, y él continuaba sin saber qué responderle, cómo justificar el esfuerzo que llevaba realizando durante toda su vida. Y así fue aguantando, hasta que un buen día, él lo reconoció al instante, volvieron a entrar en el pueblo en el que se topó con la muchacha. Inmediatamente se desató un ansia dentro de él y comenzó a buscarla. Y no tardó en encontrarla. Lógicamente la muchacha había crecido, era ya una hermosa mujer, a cuya mano se aferraba una dulce niña, que, por el parecido físico, debía ser su hija. Y ahora, de nuevo entre un clamor envolvente y ensordecedor, madre e hija eran las únicas que permanecían impasibles, examinando a la comitiva que se deslizaba delante de ellas. Volvió a cruzar la mirada con la mujer, y volvió a sentir un doloroso vacío dentro de él. No estaba seguro de que la mujer le hubiera reconocido, porque tras tantos años erráticos, continuaba sin saber qué responderle. Algo definitivamente se rompió dentro de él. Aunque tardó en percatarse de la brecha mortal que se había abierto en su conciencia. Ya estaban a las afueras del pueblo cuando por fin se decidió a detener su paso. Inmediatamente empezó a desprenderse de todas las correas, cinchas y hebillas que habían tenido amarradas a su cuerpo durante tantos años. Los que iban detrás de él comenzaron a empujarlo y a increparlo. No entendían que estaba ocurriendo, sólo sentían que algo entorpecía de repente sus pasos. Nuestro hombre cayó al suelo. Su cuerpo, libre al fin de las ataduras, pero acostumbrado desde hace tanto tiempo a la inercia del grupo, se convirtió de repente en algo parecido a una caña, frágil y quebradiza, zarandeada por el movimiento. Sintió como sus compañeros le pisoteaban, impasibles, constantes, ajenos a su derrumbe. El último pensamiento de nuestro hombre, justo antes de que la esfera de granito que había arrastrado durante toda su vida le pasara por encima, fue que necesitaba enfrentarse una vez más a los ojos de la muchacha que un día le enseñaron a dudar. Durante unos kilómetros, sobre la superficie de la bola de granito, apareció estampada una costra roja, que poco a poco fue mezclándose con el polvo del camino…

(Fin de la última parte)







Granada, 10 de noviembre de 1996.
Dedicado a Gerardo, hacedor de tesauros.

BOLA DE GRANITO (2ª parte)

II

Como ya he dicho, no llevaban guía. Simplemente empezaron a tirar porque asumieron con increíble rapidez que era lo que debían hacer. Me atrevo a decir que el ambiente entre ellos era en estos primeros momentos muy jovial. Se miraban unos a otros, se saludaban; todos se conocían pues eran vecinos del mismo pueblo, compañeros de escuela que habían crecido viéndose unos a otros arrastrando siempre torneadas piedras de granito. Eso sí, no podían estrechar sus manos, tampoco palmear sus espaldas. Era tal el esfuerzo que debían de hacer, que tenían que recurrir a todo su cuerpo para que el ritmo no decreciese. Sus manos sólo podían usarlas para aferrarse con más fuerza a los aparatosos correajes, que se acomodaban constantemente a las curvas de sus músculos para hacer de manera más eficiente su trabajo. Pronto se quedaron sin palabras que dirigirse, y así, pudieron definitivamente volcarse por entero en su faena. El silencio que se apoderó de ellos era aún más pesado que la enorme esfera que remolcaban. Al no llevar guía, no sabían tampoco hacía dónde se dirigían. Pero eso pareció no importarles. En su recorrido, nunca les faltaba algún camino por el que transitar. Cuando llegaban a algún cruce o bifurcación, se limitaban a escoger cualquiera de las opciones, sin ningún tipo de razonamiento previo, y continuaban impasibles con su constante acarreo, en esa nueva dirección.

Llegaron así, en un tiempo que les pareció breve, al primer pueblo. Allí, para su sorpresa, ya les estaban esperando. Al igual que en su pueblo natal, toda la población se había congregado a los bordes del camino y repetían a su paso las voces de aliento y satisfacción. Algunas jóvenes hermosas se aventuraron incluso a acercarse a la silenciosa comitiva y sobre la cabeza de los jóvenes, fueron colocando coronas de flores y diversos y coloridos collares. Los muchachos recibían todos estos abalorios con semblante alegre, altanero, aunque no se permitieron realizar algún gesto de agradecimiento. Tampoco soltaron sus manos de los arreos para despedirse, cuando dejaron atrás este primer pueblo.

Y de este modo continuaron durante los primeros días. Para su asombro, ni siquiera pararon a descansar cuando llegaron las primeras noches. Al estar solos, nadie les impedía detenerse, ellos eran sus propios jefes para establecer el ritmo de la marcha. Pero prefirieron continuar avanzando, sin rumbo fijo, sin una meta determinada. Algunos de los muchachos más hábiles, pudieron incluso echar alguna que otra cabezada sin interrumpir en ningún momento su avance, sin soltar nunca sus aparejos. Pero pronto, ni siquiera el sueño o la zozobra tuvo cabida entre ellos. La tarea para la que habían sido elegidos se impuso sobre cualquiera de sus carencias humanas. Del mismo modo, llegó un momento en el que incluso dejaron de alimentarse, y todos los orificios de su piel se cerraron. Ya no sudaban ni micionaban. Al igual que su espíritu se había doblegado desde hacía tiempo, su cuerpo no tardó en domesticarse. Se hicieron inmunes al agotamiento físico o a las inclemencias del tiempo. Se convirtieron sin saberlo, en verdaderos autómatas. Se impuso al fin una voluntad suprema de arrastrar esa pesada bola de granito, por todo el mundo, durante un tiempo infinito.

III

Y pasaron los años. Los jóvenes eran ya hombres tremendos, hercúleos, completamente labrados por su sobrehumano esfuerzo perpetuo. Pasaron por cientos de pueblos, siempre siendo recibidos con la misma algarabía y aires festivos. Allá donde llegaban, suponían un motivo de celebración, el espectáculo más increíble para los habitantes del lugar. Regresaron algunas veces a su pueblo natal, donde muchos de sus familiares habían ya muerto. Aunque se les seguía recordando con un entusiasmo estoico. Todos sabían que ese era su lugar de origen y eso hacía que se hinchasen aún más los orgullos de esos superhombres. Nuestro protagonista, aquel bebé inquieto que tuvo la desgracia de nacer siendo un bebé fornido, era uno más entre ellos, aunque se podría decir que su figura, era de las que más destacaba entre el grupo que formaban. Fue por eso, siendo más alto que la mayoría de los compañeros que le escoltaban, que pudo un día alzar su mirada y observar todo lo que le rodeaba. Y en ese momento tuvo la mala suerte de cruzar su mirada con la de una muchacha, que a su vez observaba el paso de la solemne comitiva. La muchacha, al contrario que la muchedumbre que les rodeaba, permanecía en silencio, ajena a la algarabía irracional y desatada. Y en su mirada, pudo descubrir nuestro protagonista cierta inquietud: “¿Por qué arrastráis esa bola de granito?”. Quiso el hombre al instante responderle con su único pensamiento: “Debe ser así”. Pero se dio cuenta atónito, que esta vez, no podía hilvanar por completo su réplica. De repente, ante la inquisitiva mirada de una muchacha desconocida, esa premisa única y ancestral, había dejado de tener sentido. La respuesta, por lo tanto se quedó hormigueando dentro de sus pupilas, y por única contestación, le devolvió a la muchacha una mirada cóncava y triste.

Nadie a su alrededor pareció percatarse de esa momentánea zozobra. Nuestro hombre, además, continúo con el ritmo marcado. Aunque en su interior, como una carcoma latente comenzó a crecer una duda, una alarma que empezó lenta pero fatalmente a voltear su espíritu. Nuestro hombre ya no volvió a ser el mismo.
Fin de la segunda parte

LA BOLA DE GRANITO (1ª parte)

I

Tuvo la desgracia de que al nacer fuese un bebé sano, fuerte y rollizo. Además, desde sus primeros días, mostró una inquietud y curiosidad increíbles. Y ya sus primeros berridos mostraron la potencia del hombre rudo y soliviantado que llegaría a ser. Aprendió a andar antes de lo habitual, e inmediatamente, sus padres, usando unos aparatosos correajes, le amarraron a una pesada bola de granito. “Debe ser así” se dijeron el uno al otro. Y el bebé, todavía con una conciencia en ciernes, tampoco pareció dar señales de molestia ante esa carga impuesta. Muy al contrario, ese peso añadido no coartó  su innata ansia de fisgoneo, y era habitual verlo corretear por todos los rincones de la casa arrastrando tras de sí, como una extensión más de su cuerpo, esa bola de granito. Esa tara impuesta, hizo que sus músculos, su complexión, se desarrollaran con mayor rapidez y fue fácil percatarse que esa bola inicial, se le quedó pequeña en un breve espacio de tiempo. Así, conforme fue creciendo, esa primera bola fue siendo sustituida por otras de mayor peso y diámetro. El niño, se acostumbró también con notable naturalidad al lastre constante que debía de arrastrar de un lado para otro. Y en ningún momento, la bola, pareció menguar su sed de conocimiento, su atracción por los misterios de la vida que se iba desplegando delante de él. Cuando no la llevaba arrastrando por el suelo, el cual era el procedimiento más cómodo, aunque también el más lento, solía coger la bola entre sus brazos e ir a donde fuera cargando así con ella. Se le veía del mismo modo, jugando con los chicos de su barrio, algunos de los cuáles, cargaban también bolas similares a la suya. Nunca entre esos chiquillos surgió la pregunta de porqué llevaban esa piedra, es más tampoco dudaron el porqué sólo ellos y no los demás debían llevar ese lastre. “Debe ser así” se respondían así mismos, y continuaban impasibles con lo que estuvieran haciendo. Así, hasta que un buen día, todos los niños que tenían una bola amarrada a su cuerpo, que eran ya fornidos adolescentes, sin duda, los más fuertes de toda la región, fueron congregados en la plaza del pueblo. Desde allí, a su vez, fueron llevados, arropados por una improvisada procesión, hasta las afueras de la localidad, más concretamente, hasta la puerta de un enorme hangar. Uno a uno, fueron entrando en el edificio, donde, para su sorpresa, eran desprendidos de la bola de granito que habían ido arrastrando durante toda su vida, para ser amarrados inmediatamente a una bola de granito similar a las suyas, pero de unas dimensiones mayores, monstruosas. Y cuando todos estuvieron atados y asegurados a la misma piedra descomunal, gracias a unos nuevos arneses, a una señal todos empezaron a arrastrar esa nueva carga que sin motivo aparente, les era nuevamente amarrada a sus existencias. Cuando abandonaron el hangar, el pueblo les recibió con júbilo. Se había establecido a la salida una precaria feria, en la que se adivinaba por ejemplo, una orquesta tocando, algunas parejas bailando, otras pidiendo bebidas o golosinas en pequeños puestos improvisados, aunque la mayoría de las gentes del pueblo, se habían colocado en los bordes de un camino y desde allí jaleaban los primeros pasos de los muchachos. Por allí pasaron ellos y la bola, al principio con paso torpe y descoordinado, aunque poco a poco, unos y otros, siguiendo una callada orden que latía dentro de sus cerebros, que se apoderó de inmediato de todos sus impulsos, empezaron a avanzar con un ritmo constante y, casi se podría decir pese a las dimensiones de su esfuerzo, un compás elegante.”Debe ser así”, era lo único que podían pensar, mientras daban esos primeros pasos. La muchedumbre que se había congregado a las puertas del hangar para verlos, les acompañó durante varios kilómetros, sin decrecer en ningún momento los gritos de ánimo y apoyo. Aunque poco a poco, unos y otros se fueron disgregando y retornando al pueblo. Los últimos en abandonar la comitiva, fueron los padres de los jóvenes que iban impulsando la onerosa bola. Se abrazaban los matrimonios, los miraban con un amago de pena, y con un rápido giro de manos y pañuelos, los despedían, siempre en silencio, sin decirles nada. Con los rostros vencidos, emprendían entonces el regreso al pueblo. Así, los muchachos, se vieron por fin solos. Nadie se quedó para guiarlos, aunque ese detalle no impidió que continuasen la marcha. Ninguno de los que arrastraban la bola vaciló un solo segundo. Un imperativo innato seguía apoderándose de sus ánimos, acaparando todo su empuje, haciéndoles sentir únicamente el peso de la gigantesca bola, y la necesidad de arrastrarla más y más lejos. En cierto modo, se sentían orgullosos de ser ellos los que debían arrastrar esa mole granítica.
Fin de la primera parte

martes, 14 de diciembre de 2010


Dama y caballeros míos,

El tema sobre el que ha de versar el duelo que propongo es el siguiente:

                                   "Ubres de absenta"

He de dar gracias al señor Ros por tal creativa aportación. Espero, de todo corazón, que las Musas vuelvan a deambular por el Reino de nuevo. 
Sin mucho más que decir se despide,

Cris (Q.B.V.A.M.)

lunes, 13 de diciembre de 2010

SE ACUMULA LOS DUELOS EN EL REINO DE HAMLET

Pues eso. Esta vez no serán uno, ni dos, ¡¡¡sino tres!!! los duelos que hay pendientes en este arrabal literario, donde escritores borrachos, poetas malditos y guionistas de "Me llamo Earl" vienen a gastar sus últimas perrillas en cubatazos de absenta, (de garrafón, para más inri), a matarse entre ellos a golpe de cartucho de impresora, que eso de lanzarse máquinas de escribir ya quedó sólo para los románticos, o a cortarse las venas con las páginas de sus libros, poemarios y guiones que han sido rechazados hasta por las fábricas de papel de lija...

Bueno, voy al grano, que mientras escribo esto, algún buitre me estará sisando mis lingotazos y estará tirando los tejos a mis fulanas... Para esta ocasión, los temas a tratar, la fuente de inspiración para nuestros futuros cuentos serán:

Para el primer duelo se propone: La foto de la farola que ya propuso hace unas semanas nuestra corresponsal mexicana, Nataly, y que se puede encontrar unas entradas más abajo. Tranquila nataly, que sobre esa farola, van a llover ríos de tinta...

El segundo duelo: aunque previamente destripada la sorpresa por nuestro corresponsal (desde la primera tasca flamenca en la luna), nuetro misterioso amigo Willy,  yo propongo un cuento con el sencillo título de "El ventilador". ¿Habrá artilugio más evocador y sin embargo más ignorado por las más ilustres plumas de todos los tiempos?

El tercer duelo: esté espacio queda a disposición de Cris, que al parecer tiene otra ingeniosa idea. No seré yo quién la desvele, que será ella misma la que proponga el reto...


Y eso es todo amigos. Comos siempre recuerdo, tenemos una semana para demostrar nuestra valía como escritores, que como borrachos y tunantes, hace tiempo quedo demostrada... Un saludo a todos y espero con impaciencia vuestros párrafos...¡¡¡Atajo de escritores!!!...

Hamlet dixit... mientras se toca, claro...

domingo, 12 de diciembre de 2010

EL VENTILADOR


Me llamo Willy y si vuestra imaginación no es muy extensa os diré que soy un mono, concretamente un chimpancé. Quizás más inteligente que Goran o Javier pero al fin y al cabo un chimpancé.


Mi nombre nunca apareció en primera plana de los periódicos de los 60’s, sin embargo fui el primer mamífero que vio el planeta Tierra desde el espacio. Después llegaron otros con apellidos y número de la seguridad social, fueron vitoreados por la quinta avenida de Nueva York y les regalaron un Cadillac. A mí me atiborraban de plátanos (los cuales odio desde mi más simia infancia) y me centrifugaban de vez en cuando.

Mi viaje sólo tenía billete de ida pero la sorpresa fue mayúscula para los científicos cuando regrese vivo. Me volvieron a meter en la jaula y así hubiera sido hasta mi muerte si no me hubiese escapado de tanto plátano y científicos sádicos.

Tras vagabundear por las marismas de Cabo Cañaveral, acabé frecuentando un bar de carretera cerca de Miami. Los clientes me daban de comer a cambio de interpretar con el método Stanislaky escenas del Padrino, la de Marlon Brando me salía perfecta. Fueron pasando los años y gracias a una dieta pobre en sodio, solo cinco cigarrillos al día y un par de copita de bourbon a la semana, he llegado a los 60 años con algún dolor articular pero nada fuera de lo normal para mi edad.

El otro día, mi jefe siempre a la última, colocó WiFi en el bar y pude navegar un rato por la Red. Encontré por casualidad Hamlet se Toca Pensado en Ti y quise participar con mi maravilloso relato… si lo comparamos con los del borracho de Goran o su idiotizado colega Javier. Os dejo que esta noche tengo doble pase, interpreto a vuestro honor el soliloquio de Hamlet y la canción de las baldosas de oro del Mago de Oz. Ah¡ el ventilador… cada vez que lo veo dando vueltas infinitas me recuerda a Aristóteles… pero eso será otra historia…



viernes, 10 de diciembre de 2010

MUNDO DE LOCOS (una historia verdadera que me ha ocurrido esta mañana...)

Día gris, lluvioso, triste, lapidario, muy albaceteño; de esos en los que parece que el cielo plomizo está esperando un despiste para saltar sobre mí y darme una paliza. Así que camino con el cuello encogido,  la cabeza baja, y mis pensamientos gatunos vueltos para adentro, entretenidos con las pelusas de mi alma. Llevo el paso rápido, que no es día para permanecer mucho tiempo fuera. Sin embargo unas voces llaman mi atención, y me incitan a alzar la vista, buscando su origen. Pensaba que el parque por el que transitaba estaba abandonado, pero ahora descubro una figura agazapada en uno de sus bancos, justo al final del sendero por el que iba caminando. Alguien está gesticulando con grandes aspavientos y hablando a voz en grito. Está solo, no parece que se dirija a alguien en particular. “Un loco”, pienso casi al momento. Y no sé porque, pero de repente esa idea me hace sonreír. Siempre tiendo cruzarme con personas diferentes, en realidad, las busco, gente que va contra corriente, personajes desarraigados, marginales, de los que apenas se escucha su voz pero que nunca dejan de pelear. Gentes con historias inverosímiles, con ideas peregrinas, con aires noctámbulos… Bohemios, vagabundos, ¡sí!,  sin duda la persona sentada en el banco puede que sea un vagabundo increpando a ese cielo que a mí, esta mañana, me tiene tan acobardado. Conforme me acerco a su figura, crece mi expectación, intento adivinar, por ejemplo, sobre que está hablando, aunque también empiezo a notar cierto recelo que crece en mi interior. Quizás el extraño personaje, al notar mi presencia, decida escogerme a mí como diana de sus improperios, y en ese caso, seguramente, no sepa cómo defenderme. Inconscientemente, voy ralentizando mis pasos y trazando un círculo invisible para pasar lo más alejado posible del banco. Qué me gustan los locos, sí, pero me gusta verlos desde la barrera. Qué le voy a hacer, en realidad soy así de cínico. El caso es que ya estoy cerca del anónimo y solitario conferenciante y no sé muy bien lo que hacer. Ya me parece entender lo que dice, pero no logro comprenderlo. “¿Bonos del tesoro, terrenos en no sé dónde, compra-vende?¿De qué cojones está hablando? Loco y soñador, a saber qué película tiene montada el pobre hombre”. Y por fin la figura sentada en el banco se percata de mi presencia, alza la vista hacía mí. “Vaya, ya me ha visto, a saber con qué me sale ahora”. Sin embargo, apenas me hace caso, una fugaz mirada y vuelve a agachar su cabeza, vuelve a vocear y a agitar su mano derecha. En la izquierda, me acabo de dar cuenta, lleva un móvil que aprieta con fuerza contra su oreja, como si le fuese la vida en ello. Es por eso por lo que parecía que estaba hablando solo. Y al momento la sonrisa se me deshace y se me cae a los pies. ¡Qué ingenuo he sido! Si en este mundo ya no hay cabida para los locos. Locos con los que entretenerme mientras permanezco sentado en mi cómodo sofá. Y en ese preciso instante, el cielo baja hasta mí y me da una sonora y fría colleja en la nuca. Comienza a llover en Albacete, y yo, por supuesto, llego tarde al trabajo.

Dedicado a Alicia, mi lectora de Badajoz, dedicado a todos los locos, dedicado a las personas que me hacen creer en ellos, que me hacen ir a buscarlos, incluso, dedicado a las personas que me hacen serlo.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

DESDE EL VACÍO

Me llamo Eloisa, aunque de un tiempo para acá yo prefiero nombrarme vacío, vivo en un departamente, sí, un departamente donde yo soy otra cosa que vive en otro mundo, un vacío en el que mi sillón café pegado a la ventana se deshace con el vaho y la resolana, y las flores de la mesa hastiadas de su labor de adorno, en su naturaleza muerta se han secado, hartas de recibir como alimento, solo las lágrimas del tiempo que pasa por aquí… en mi mesa no conviven sino cadáver exquisito de masa amorfa y sin sabor que a modo alguno es comestible, y yo, sentada al frente sin hambre y vacía por las entrañas vaciándome mas en un espacio sucio, triste y ahuecado en el fondo a la derecha del salón, en la cocina todo se deshace enmohecido por las cosas que no me comí y que me comieron, después de imaginarme la cena erótica que tendría contigo, y a la que nunca llegué para que me comieras y no llegaste para que te probara, el peor lugar de mi vacío esta en la cama, donde los ácaros pervierten el polvo de la almohada que se cansó de esperarte para verte despertar cada mañana.

Todos los días el vacío comienza a las 6 de la mañana, cuando el reloj despertador me avisa que el día está comenzando, y yo con los ojos abiertos de una noche noctámbula sé que debo de empezar a soñar, ¿cómo que gusto tiene pegarme a las paredes para sentir algo?, aunque sea el frío mortuorio de un abrazo de ingrávido cemento y pintura desgastada, algún eco por allí me llama Eloisa y yo corriendo lo busco por los pasillos vacíos escuchando el eco de mis tacones al pisar, a veces en los cristales aún se ve mi reflejo debajo de mi cabello castaño que esta alborotado por los efectos del sudor frío, escalofríos recorren mi cuerpo cuando yo recorro este inmenso vacío, y mis pies danzan al ritmo de un amor olvidado, una canción que nunca podré olvidar, me resuena en los oídos y me hace eco en el tímpano embarazado psicológicamente de un sonido que no existe, pero que se hilvana en mi vestido para calentarme, en el vacío de mi sillón, he cocido lentamente un vestido que me cubre, lo hice con antologías de sonrisas, de besos, de caricias, de gemidos en la noche y tus reclamos de pasión, cuando me miro y estoy desnuda, se que mis recuerdos son inexistentes que nunca viví lo que me cree para mi en un cuento de hadas que escribí tomando chocolate en un rincón, y no era tu voz si no la psicofonía de un algo que quise escuchar para no volverme loca, para creer en ti, y no dejarte ir, en fin, para no sentirme tan sola.

Ayer me llamaba Eloisa, ahora me presento a los médicos como vacío, ya no tengo nada, ni pensamientos, ni ideas cuerdas, ni recuerdos lindos, soy una piel acomodada en el perchero , una piel que ya no lleva nada por dentro, soy un abrigo de huellas dactilares al que le gotean las ilusiones que quedaban coaguladas en algún resquicio de mi ultimo vagón, cuando viene la enfermera y me convence de que aquí ya no hay sillón, ni mesa, ni cama, solo la lúgubre y blanqueada pared que me impide escapar por las ventanas, el doctor me dice:

_Vacío, es que aquí no hay ventanas

_¿Y dónde esta él? _ le pregunto desesperada, hace un minuto vi su reflejo en el espejo y me abrazaba, sé que nunca estuvo, se que me vuelvo loca doctor, pero así quiero quedarme, si el está conmigo en el reflejo del espejo es ahí donde yo quiero quedarme.

El doctor me indica que no, no hay espejo, no lo hay, quizás lo hubo, en algún otro tiempo y lugar, del amor no hay que llenarse, decías tu, hay que vaciarse… y es por eso que hoy… yo ya no me llamo Eloisa, me llamo vacío.



miércoles, 1 de diciembre de 2010

10 MINUTA




A pesar de su insomnio… despertó de un largo coma. Habían pasado unos cuantos de años y al mirarse al espejo no reconoció a la tercera persona en singular que reflectaba… Perdido, llegó al inmenso salón donde como una isla en medio del Pacífico Sur, el náufrago encontró un piano. Exhausto arribó a su orilla parpando poco a poco y reconociendo cada una de sus notas en aquel curvilíneo rostro… con la misma naturalidad que se respira, se sentó y empezó a tocar una melodía que le manaba de los dedos  sin poder recordar el título…


Al fondo, una inmensa pantalla emitía canal Arte… imágenes de ciudades pulcramente barridas por seres invisibles… Apareció como un espectro de ultratumba… un edificio infectado por la viruela de la metralla y un chiquillo corriendo con un cachorro en sus manos… dejó de tocar, la última nota quedó suspensa en un Tempo infinito… un fiat 600 a modo de barricada y un par de garrafas de agua tiradas vertiendo el líquido elemento cerró el cuadro… recordó…10 minuta…10 minuta… 10 minuta…

http://www.youtube.com/watch?v=ppAn0LNU_V8


A Yuan