lunes, 18 de agosto de 2014

CABO DE GATA

Cada persona un mar,
cada corazón un puerto,
cada caricia un canto de sirena,
una orilla en mis manos, una cala en mis labios,
y en cada poema,
un faro.
           
 Soy una playa y con cada ola
atraca en mí todo un mar, y otro mar, y otro…
Algunos esconden tesoros,
o eso cuentan las leyendas marineras,
aunque desde hace tiempo,
sólo fondean en mis litorales
robinsones,
corsarios
o restos de naufragios.
           
     Desde los tiempos de los barcos de vela
soy un galeón desarbolado cabotando Atlántidas,
la brújula perversa del holandés errante,
la infructuosa carta de navegación
del Mar de los Sargazos: 
     Soy una isla buscando encallar en otras islas.

 

viernes, 8 de agosto de 2014

CAPERUCITA NEGRA



-         Me gustan tus manos. Con esos dedos tan largos serás capaz de hacer muchas cosas ¿verdad? – Mientras dice eso el hombre se imagina ya siendo recorrido por esos dedos y se estremece de placer.

Él no lo sabe, pero la mujer a quién le está hablando, mientras acaricia sus manos de largos dedos es una gran virtuosa de la música. El mundo lleva años sorprendido por la facilidad y originalidad con la que toca cualquier instrumento e interpreta a los mejores compositores. Todos creen que el secreto de su talento son sus largos, larguísimos dedos. Y es cierto, con dedos tan interminables como caminos sin recorrer no hay para Vera partitura que se le resista. Lo que el mundo ignora es que Vera odia sus manos, y en particular, esos dedos tan largos.



-         Ojalá pudiese cortármelas… - responde, interrumpiendo la caricia – las odio, ¿sabes? Odio estas manos con dedos como látigos. Y odio que todo el mundo me esté siempre preguntando por ellas.
-         ¿Por qué dices eso? Tus dedos son increíbles…
-         ¿Mis dedos dices? Estos dedos son un calvario, tan largos sólo sirven para hacerlo todo tarde, cuando ya no es necesario.
-         No te comprendo.
-         Con unos dedos así, por ejemplo, cuando acaricio el pétalo de una flor, tarda tanto en llegarme su sensación que cuando siento esa flor, solo siento ya la flor marchita… Es algo así como mirar a las estrellas, de las que solo vemos su luz de hace mucho tiempo…
-         Como hacer el amor y sentir el orgasmo horas después… - inquiere el hombre con cierta picardía
-         Sí algo así, me llegan las sensaciones cuando ya no las estoy buscando. Y mucho peor con las personas. Sólo logro palpar decadencias, arrugas, pieles yermas… El tacto que yo recibo son sólo ecos de la pieles que ansío.
-         ¿No quieres tocarme a mí?
-         ¿Para qué? Para saber en qué te vas a convertir… Seguro que no me gustará lo que sentiré… De hecho ni siquiera me gustas ahora.
-         ¿Quieres que me vaya?
-         Sí, mejor será…

            Ese es el dolor de Vera. Es tanta la distancia que crean sus dedos entre ella y el mundo que Vera se siente muy sola. Sus dedos, sus malditos dedos que ya no considera suyos, por mucho que unos y otras se empeñen en mostrarles sorpresa y admiración. Esos dedos son una condena para ella, un reproche que siempre llega puntual para recordarle todos sus errores, aquello que ya no podrá ser. Para ella es imposible ser feliz sabiendo que todo acabará languideciendo. Verá entonces se levanta del sofá y se dirige a su habitación, con el gesto triste, los brazos caídos y arrastrando sus dedos por la moqueta. Sabe que mañana se despertará con la incómoda sensación de estar cubierta de polvo. Así es la vida de Vera, condenada a llegar sólo a las ruinas.

(Un cuentecillo que se me ocurrió al ver esta pegatina en la puerta de un servicio. Dedicado a todas las personas de manos largas)
San José, Almería.