“... Dame la libertad del sol, de la luna, de los mares, de la tierra, del aire... y al séptimo día descansó, desde entonces nada se supo de él...”. El rabino cerró el libro lentamente quedando meditabundo. Se levantó, besó a su mujer y a sus tres hijos que estudiaban sentados a la mesa. Abrió la ventana que mostraba el anochecer de Jerusalem en todo su esplendor primaveral, cerró los ojos y respiró profundamente, mientras... se oía el murmullo de la vida que paseaba ... y sonrió.
2 comentarios:
Muy bueno Javi, ¿continúa? Porque a mí me gusta tal cual está.
C.
Y a mí también, mucho.
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