martes, 2 de diciembre de 2008

La Benevolencija Express III


La luz se filtraba a través de las enormes vidrieras, ahora desdentadas, hacia el centro del gran salón vacío. El polvo en suspensión brillaba al ser atravesado por la luz blanquecina y creaba la sensación de tener una nube multicolor en aquel insondable artesonado otomano.
En el centro de aquella desolación mobiliaria, un hombre sentado al revés, con la cabeza apoyada en el respaldo de una desvencijada silla, miraba a la nada. No tendría más de cuarenta años pero su cabeza estaba completamente blanca. Al fondo, una de las dos gigantescas puertas se entreabrió con esfuerzo. Surgió una pequeña sombra que llegó lentamente hacia el ausente. Era un pequeño que tocó el hombro para llamarle la atención, con la otra mano, le puso un papel arrugado delante de los ojos. Aquella receta hizo que dos lágrimas recorrieran las mejillas de aquella estatua humana. Cerró los ojos y se incorporó. Tomó la mano del chiquillo y lentamente salieron camino hacía la entrada.
Abrió el portón y vio un océano de miradas desesperadas clavadas en él. Aún de la mano del niño, respiró profundamente con los ojos cerrados, inclinó su cabeza al cielo… y abrió los ojos…al fondo, tímidamente la multitud empezó a corear “Beneveloncija, Benevolencija ,Benevolencija”

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