Treinta y cinco años en el mismo lugar de trabajo, sentado en la misma silla, con las mismas vistas a las chimeneas de la ciudad, que, desde hacía más de treinta y cinco años, llevaban esputando incansablemente su humo. En su juventud, aquella visión se le antojaba como síntoma de industria y progreso, ahora, parecían escupirle.
La misma máquina de escribir, ya vieja y oxidada.
Las mismas caras, pero cada vez más arrugadas y marchitas sus sonrisas, los mismos buenos días automáticos y los mismos papeles amarillentos que cada mañana durante treinta y cinco años le esperaban en su mesa.
La estación comenzaba a llenarse de gente. El señor X reparó en un cartel publicitario que tenía enfrente. Una pareja de jóvenes sonreían, bajo algún eslógan absurdo y poco creíble. Sus sonrisas eran extremadamente grandes y deslumbrantes. En relación inversa a la sensación de afabilidad que el anuncio quería transmitir, se encontraba el grado de veracidad de éste. ¿Por qué él no podía ser feliz también?
La marabunta humana que ahora esperaba el metro, hacía que el señor X comenzara a sentirse incómodo. El periódico era el primero en sufrir su nerviosismo: era enrollado y desenrollado una y otra vez; el sudor de sus manos corría la tinta y distorsionaba las letras a su acomodo. Los titulares pasaban a ser una leve reseña emborronada e ilegible de lo que había pasado el día anterior.
El punto álgido de su ansiedad llegaría en el momento en que el tren llegara y abriera sus puertas, entonces el enjambre irrumpía, sin piedad ni miramientos hacia el resto. Pasada la situación crítica, podría respirar hondo y dirigirse, inexorablemente, a su trabajo.
Ese día, el señor X no tendría que pasar por el martirio continuo que, durante treinta y cinco años, y todos los días, había sufrido.
Perfectamente inmersos en el trasiego de las siete treinta y cinco, dos hombres vestidos con un mono gris, bajaban las escaleras que conducían a la parada donde el señor X miraba su reloj por cuarta vez esa mañana.
El tren ya silbaba a lo lejos.
Un panfleto rasgado bajo sus pies llamó la atención del señor X, que se agachó para poder leerlo:
"... Los planes de exterminio han sido creados siguiendo el noble propósito de mantener una sociedad feliz, íntegra, pragmática y..."
Fue lo único que pudo leer antes de ser arrollado por el tren, debido a un empujón que lo arrojó a las vias, justo en el momento en que la máquina pasaba delante de aquellos jóvenes del anuncio, que aún seguían sonriéndole.
Dos hombres vestidos con un mono gris, subían las escaleras, dirigiéndose al exterior.
9 comentarios:
Como diría el señor Banks... Excelente ¡
Me uno a la opinión de WieWu. Además he visto las fotos que haces y me han impresionado.Me ha dicho un pajarito que eres una persona muy creativa, con mucho potencial y unas inquietudes que parecen un río apunto de desbordarse. Eso es bueno, sigue así, Cris. El mundo agredecerá los rayos de luz que salgan de tu pincel, tu lápiz o tu objetivo...
Reserva algún momento del día o la semana para poner algo... wiewu
Ufff... me has dejado sin respiración mientras leía... un placer.
Me siento vestido con mono gris, arrojando negros a la vía del tren en la que solo se puede encontrar miseria; a través del volar de mi alma consigo olvidar que no quiero renuciar a la vida práctica, a mi internet y a mi Ribera del Duero..
Negros y judíos.
Y moros..
A mi personalmente me encantan los mundos grises e industriales, me has sorprendido con este relato que se sale de tu temática habitual. Enhorabuena.
PD. Por cierto a ese paradigma de la raza humana también llamado Nasser le diré que no sea obtuso y no le ponga color político a un texto que lo único que persigue es transgredir los convencionalismos sociales.
Me gusta cómo introduces toda la historia en el momento que pasa mientras espera el tren. Y me encanta el detalle de que coincidan los minutos de su reloj con los años que lleva en el trabajo justo cuando lo arrolla.
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