Ya desde niño, Cuchipuy se sintió atraído por el vasto mar que se desplegaba desde su pequeño poblado hasta el infinito. Nunca miró Cuchipuy a sus espaldas. Para él, las agrestes negruras de la selva no le parecían en algo interesantes. Desde muy joven acompañaba gustoso a su padre en las largas jornadas de pesca. Y siempre se preguntaba qué habría más allá de esa línea azulada del horizonte, la cual se empeñaba en retroceder conforme el joven Cuchipuy se acercaba a ella. Se encaramaba sobre su precaria balsa, construida con hojas de palma y oteaba el horizonte, en busca de algún punto de referencia en tan vasta extensión de mar. Nunca encontró nada Cuchipuy en sus precarias vigilias, pero siempre emprendía el retorno a su poblado imaginando que más allá debía de haber miles de islas repletas de tesoros, cientos de continentes en los que vivir increíbles aventuras.
Así pasaba Cuchipuy su vida: mirando a través de esa interminable alfombra azul que en su poblado apodaban simplemente “el lago”, y que exploradores españoles, venidos de más allá de la tierra de fuego acabaron llamando océano pacífico. Buscaba noche y día Cuchipuy la manera de atravesarlo, para llegar a unas tierras que él creía cuajadas de misterios. Construyó en sus ratos libres cientos de balsas pero todas se fueron a pique con las primeras embestidas del oleaje. Construyó también un enorme arco con su enorme flecha, a la que curvó la punta para darle forma de ancla. Pensaba entonces Cuchipuy que si él no era capaz de llegar hasta el otro lado del mar, se traería para sí lo que allá hubiese. Congregó a todos los muchachos de su pueblo, y les pidió que juntos tirasen de la cuerda del arco y la tensasen. Colocó entonces, cuando el arco estaba en su punto, la flecha, y todos a una orden suya, dispararon. Había atado en el extremo de la flecha una soga, y esa soga formaba un enorme ovillo que durante varios días fue enflaqueciendo más y más. Parece ser que fué largo el vuelo que realizó y que, milagrosamente, al final, acabó en alguna lejana isla, donde se trabó e hizo mella en la tierra. Allá donde cayó, hizo un enorme boquete, que de tanto arrastrar el ancla, se hizo aun más grande. Con el tiempo, los habitantes del lugar llamaron a ese agujero Rano Kau, el cual llegó a ser tan profundo que alcanzó hasta el mismísimo centro de la tierra. Los mismos habitantes de esa isla, asustados por la llegada repentina de la enorme saeta, construyeron grandes cabezas de piedra que miraban al mar y vigilaban la costa… Pero esa es otra historia de la que el propio Cuchipuy nunca tuvo noticias, pues aunque pasó varios meses tirando y tirando de la cuerda que iba atada a la flecha, no logró atraer hacia sí ni un solo centímetro el pedazo de tierra al que la arcaica ancla se había aferrado. Aun con las palmas de las manos agrietadas y llenas de rozaduras, y los músculos doloridos por tan titánico esfuerzo, no desistió Cuchipuy en su empeño. Que fueron miles las ideas que se le ocurrieron después, y miles las intentonas que fracasaron.
Se le veía ya anciano a Cuchipuy, inclinado en la orilla del mar, y con sus manos formando un cuenco, intentando vaciar el océano. Creía él que era esa idea genial, que pronto abriría con sus manos un camino entre el agua, y que podría ir, por fin, allá dónde quisiera. Pensaron entonces en el poblado que Cuchipuy había enloquecido. Se colocaba un bromista a su lado y le preguntaba: “¿Qué haces, Cuchipuy, pescas peces?. “No, no pesco peces.” respondía Cuchipuy, “Quiero vaciar el mar para llegar al otro lado”. Y el bromista, al escuchar su respuesta, estallaba en risas. ¿Me dejas Cuchipuy que te ayude?. “Claro, ayúdame si quieres, a vaciar el mar”. “Te ayudaré, Cuchipuy, pero entonces deberé ir a por un cazo…” Y se alejaba el bromista, dejando a Cuchipuy, encorvado a la orilla del océano, intentando vaciarlo a manotazos.
Así pasaba Cuchipuy su vida: mirando a través de esa interminable alfombra azul que en su poblado apodaban simplemente “el lago”, y que exploradores españoles, venidos de más allá de la tierra de fuego acabaron llamando océano pacífico. Buscaba noche y día Cuchipuy la manera de atravesarlo, para llegar a unas tierras que él creía cuajadas de misterios. Construyó en sus ratos libres cientos de balsas pero todas se fueron a pique con las primeras embestidas del oleaje. Construyó también un enorme arco con su enorme flecha, a la que curvó la punta para darle forma de ancla. Pensaba entonces Cuchipuy que si él no era capaz de llegar hasta el otro lado del mar, se traería para sí lo que allá hubiese. Congregó a todos los muchachos de su pueblo, y les pidió que juntos tirasen de la cuerda del arco y la tensasen. Colocó entonces, cuando el arco estaba en su punto, la flecha, y todos a una orden suya, dispararon. Había atado en el extremo de la flecha una soga, y esa soga formaba un enorme ovillo que durante varios días fue enflaqueciendo más y más. Parece ser que fué largo el vuelo que realizó y que, milagrosamente, al final, acabó en alguna lejana isla, donde se trabó e hizo mella en la tierra. Allá donde cayó, hizo un enorme boquete, que de tanto arrastrar el ancla, se hizo aun más grande. Con el tiempo, los habitantes del lugar llamaron a ese agujero Rano Kau, el cual llegó a ser tan profundo que alcanzó hasta el mismísimo centro de la tierra. Los mismos habitantes de esa isla, asustados por la llegada repentina de la enorme saeta, construyeron grandes cabezas de piedra que miraban al mar y vigilaban la costa… Pero esa es otra historia de la que el propio Cuchipuy nunca tuvo noticias, pues aunque pasó varios meses tirando y tirando de la cuerda que iba atada a la flecha, no logró atraer hacia sí ni un solo centímetro el pedazo de tierra al que la arcaica ancla se había aferrado. Aun con las palmas de las manos agrietadas y llenas de rozaduras, y los músculos doloridos por tan titánico esfuerzo, no desistió Cuchipuy en su empeño. Que fueron miles las ideas que se le ocurrieron después, y miles las intentonas que fracasaron.
Se le veía ya anciano a Cuchipuy, inclinado en la orilla del mar, y con sus manos formando un cuenco, intentando vaciar el océano. Creía él que era esa idea genial, que pronto abriría con sus manos un camino entre el agua, y que podría ir, por fin, allá dónde quisiera. Pensaron entonces en el poblado que Cuchipuy había enloquecido. Se colocaba un bromista a su lado y le preguntaba: “¿Qué haces, Cuchipuy, pescas peces?. “No, no pesco peces.” respondía Cuchipuy, “Quiero vaciar el mar para llegar al otro lado”. Y el bromista, al escuchar su respuesta, estallaba en risas. ¿Me dejas Cuchipuy que te ayude?. “Claro, ayúdame si quieres, a vaciar el mar”. “Te ayudaré, Cuchipuy, pero entonces deberé ir a por un cazo…” Y se alejaba el bromista, dejando a Cuchipuy, encorvado a la orilla del océano, intentando vaciarlo a manotazos.
Es poca cosa, pero está dedicado. como no, a Mario Benedetti.
9 comentarios:
¿dónde se puede comprar una de esa para salir de mi isla?
LAS fotos muy bonitas pero el relato regu.... El de la pera me encanto.
Un abrazo.
Hola, tu cuento me parece dulcísimo y como siempre delata tu caracter soñador. Muchos de los personajes de tus cuentos están cargados de grandes esperanzas y una lucha optimista por conseguir los sueños.
¡qué bien colocadita la frase del duelo!.
Vaya anónimo, y a mí parece muy regu el de las peras y creo que a este le puedo sacar más chicha. Ten en cuenta que a veces en un folio, siguiendo las normas de los duelos, queda todo muy comprimido. Mi idea es de hacerlos más extensos y añadiendo más detalles. Pero muchas gracias por los comentarios. Se agradecen y se aprende de ellos. Un saludo.
Me ha gustado mucho el cuento, pero se me ha quedado un poco corto, quería saber mas....q hubiese pasado en esas mil aventuras q vienen a la imaginación según se va leyendo este hermoso relato. Tb tengo q decirte q el relato de las peras tb me gusto mucho (te deje un comentario).
Y como no...siempre un hasta luego para Mario Benedetti...
SIEMPRE OCURRE UNA VOZ
En todos los silencios de la vida
siempre ocurre una voz / una indiscreta
que en mayo nos achaca que es setiembre
o nos inventa un fuego congelado
entonces nos lanzamos a pensar
que nunca estamos solos / que la sangre
conviere al corazón en un arqueo
con todas sus ganancias y pérdidas
en normales silencios siempre estalla
un brote inesperado de vergüenza
que no es ni mas ni menos que la llave
que abre las puertas de un silencio ajeno
nunca el silencio es tal silencio / vuelan
entre sus sombras que todo lo callan
ternuras y pasiones como éstas
que te consagro en el silencio mío.
Mario Benedetti.
Insomnios y duermevelas.
Sabes que no me gusta dejar escrita mi opinión, sin embargo, el tema de este últmo cuento me gusta tanto que...creo que un folio es poco, te animo a desarrollarlo más.
Un saludo de tu compañera.
Cuando quieras tomamos una corona más...
Bien. Con sabor a leyenda tradicional. Demasiado, para mí gusto; pero sólo es eso, cuestión de gusto, y cada uno tiene el suyo.
Se nota que está constreñido por el espacio máximo que os habéis marcado. Yo hubiese quitado la referencia a las miles de ideas y a las miles de intentonas. Elipsis pura y dura, y punto.
El intento de vaciar el mar recuerda un poco de más a San Agustín.
Y ojo: no es lo mismo el vasto mar que el basto mar.
Tendré que leer el de las peras.
Gracias Leandro por tus comentarios. Los valoramos mucho. Razón tienes en lo apretado del espacio, pero las reglas son las reglas. no sé que historia es esa de San Agustín, se me ha adelantado con la idea el muy joio, pero ahora mismo la estoy buscando. Es que no se me ocurría otra cosa para meter el famoso "cazo". Y con lo de basto y vasto, se me coló la falta con las prisas. Otra vez gracias por los comentarios. Escribimos para eso. Un saludo.
Lo de San Agustín es un cuentecillo con moraleja que nos contaban en clase de religión. Es que yo soy muy mayor. Si no lo encuentras por ahí, yo te hago un esbozo por aquí.
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