sábado, 10 de abril de 2010

Queridos lectores que no existen (Leandro, ya sé que existes, pero sólo me fio de mis sentidos, y tu anonimato se convierte en inexistencia a los hechos), al habla Cris.

Hace apenas dos horas, Julián y yo andábamos buscando un sitio propicio para la escritura. Cuando por fin topamos con él, vimos que no sólo habíamos encontrado el lugar, sino también el ambiente. La música acompañaba la tímida luz de las velas, y creedme si os digo que no estoy utilizando metáfora alguna. Por no sé qué alineación de los planetas, hoy ninguna luz salvo las pequeñas llamas iluminaba el rincón que frecuentamos últimamente.

Haciendo acopio de velas, sacamos unos cuantos folios y decidimos escribir dos historias. Cada uno empezaría una de ellas con una frase que el otro continuaría, y así, uno por uno, y frase por frase, crearíamos algo. Por supuesto, el bueno de Goran Zelic hubiera hecho de nuestra velada algo más especial, pero guardaremos nuestras mejores letras para cuando estemos los tres juntos.

Quizá el resultado no sea algo espectacular, pero uno también quiere a su hijo aunque sea feo, ¿no?
 
                                                           ***

Nunca he pasado hambre. Nunca he peleado en una guerra. Lo más fácil es pensar en una personalidad alejada de conflictos de toda índole. Podría creer que soy un hombre al que los libros y no la sangre han educado, y que mi alma es apátrida y libre. Pero no. Soy un cobarde. Las palabras son sólo una excusa, los libros, una huída, la verdadera lucha está en las trincheras. Pero el enemigo que me rodea es invisible. ¿Cómo puedo enfrentarme a él? El pavor ante una hoja en blanco es verdadero y más real que las visiones con un fusil en la mano. Aunque nunca he peleado en una guerra.
Los fantasmas, los sueños, las dudas y los miedos acechan desde mil frentes diferentes. Una bala, un obús, se anuncian con un silbido antes de taladrar tu cuerpo. Pero, haz el favor, Julián, échame un poco más de ese té tuyo.

                                                           ***

Entonces decidí callarme, dejando que mi olor intercediera por mí y dijera lo que yo callo. No parecía una persona tonta, seguro que le bastaría aspirar un par de veces mis vapores corporales para saber qué clase de persona era. No tendría que hacerme muchas preguntas para saber toda mi vida. Tampoco parecía listo. Eran esos ojos... No, tampoco era eso. Trascendía de los sentidos, y no los necesitaba. Bastaba un parpadeo para que yo supiera que él lo sabía. ¿Hasta dónde llegaba el mudo psicoanálisis? ¡Cierra los ojos, cabrón, y aspírame! ¡Acerca tus manos y pálpame! ¡Huelo a dinero, tengo el tacto de un puto fajo de billetes! Aspírame y deja de hurgar en lo que no te importa. ¿Qué es lo que quieres, y por qué hace que mis manos suden? Si realmente fuera un fajo de billetes, ahora me estaría destiñendo y si tuviera ya una pistola en las manos, casi seguro que se me caía. ¡Dame el trabajo, cabrón! Soy tan capaz como tú de atracar ese puto banco!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Tendríamos que haberle dado un repaso antes, Cris, y sacar una cosilla más currá, pero bueno, todo sea por seguir buscando la inspiración. Un besazo y hasta otro té.

Leandro dijo...

Inexistencia y anonimato sólo son dos grados de la misma cosa. Interesante juego, por cierto. Muy interesante

Ra dijo...

El olor de cada persona es TAN especial... pero... ni idea a cómo huele un atracador de bancos ni vuestro hijo feo!
El mundo de los olores corporales también es de inspiración, pero seguro que os váis por los caminos más deprimentes, así que mejor que no... que ya está el día suficientemente gris. Besos

Anónimo dijo...

maricones, porqué os dieron un teclado
dejarse ya de sandeces y dedicaros a la luz solar, que os dé en la cara que estais mu blancos

Anónimo dijo...

cristina pa la calle que se te trasparentan las venas

Anónimo dijo...

Bonito experimento, aunque señorita Cris, espero que me permita simplemente esta opinion mia personal, y es que no digo que no lo hagan, pero no suelo estar a favor de escribir sobre una cobardia tan volatil, ni aunque sea con hermosas palabras..