Comencé con el procedimiento habitual. Mucha gente me debe muchos favores y era hora de empezar a cobrarme algunos. Pregunté en recepciones de hoteles, en barras de bar, y mostradores de sex shop, incluso me dejé caer por alguna que otra comisaría de los barrios del extrarradio, por si la rubia que buscaba no era trigo tan limpio como me había comentado el abuelo. Un tipo extraño, ese viejo. Alto, enjuto, con una gran barba blanca y vistiendo un largo abrigo de color claro. Pese a lo avanzado de su edad, sus gestos fueron en todo momento rápidos y precisos. No mostró en ninguno de ellos síntomas de algún achaque físico. Al hablar movía las manos casi con gesto beatífico, y sus frases arrastraban un deje como de sentencia, o como de arenga que no admite reproche. Joder, ahora que lo pienso, quizás fuese un cura, o alguien relacionado con las altas estancias religiosas. Quizás por eso había recurrido a mí. Querría actuar con discreción, sin que a él se le relacionase en algún momento con la mujer que buscaba. No era muy habitual encontrarse a un obispo, o cardenal, vete a saber, picoteando por los tugurios menos recomendables de los peores barrios de la ciudad. Noté el grueso fajo de billetes que guardaba en uno de los bolsillos de mi pantalón, y me dije a mí mismo que quizás no debería especular tanto sobre la identidad de ese anciano. Quizás fuese mejor saber lo menos posible sobre él. Pagaba bien y con eso me bastaba. Pero, y ella ¿quién era ella? Llevaba también la foto en el sobre junto al dinero. La sacaba una y otra vez para contemplarla. Su gesto siempre me resultaba frío y distante. La mirada perdida hacía el infinito, su pelo rubio cayendo lacio, bordeando unas mejillas de piel extremadamente blanca. Y unos ojos verdes, que pese a su inexpresividad, a su ausencia de vida, por un momento parecían desprender cierto brillo atrayente, hipnótico, casi evocador. Un brillo, que al estudiarlo más detenidamente, creí haber visto antes. A todos los que preguntaba, parecía despertarles las mismas sensaciones. En todos los sitios en los que había indagado había recibido respuestas muy parecidas.
- Adam, rubias como esta conozco cientos en esta ciudad. Pero no creo que alguna de ellas sea la chica que estás buscando.
Algunos, al igual que yo, habían notado cierto culatazo del recuerdo al fijarse en sus ojos verdes: sin duda lo más seductor de la fotografía. Pero acababan torciendo el gesto y devolviéndome la estampita sin darme ninguna información clara.
- Lo siento, Adam, estoy casi seguro de haber visto esos ojos en algún sitio, pero ahora mismo no recuerdo dónde. Cuando sepa algo te aviso, ¿de acuerdo?
- Tranquilo, no hay prisa, tómate tu tiempo. No quiero reventar todavía la gallina de los huevos de oro. Quien busca a esta mujer está dispuesto a pagar mucho dinero y pienso exprimirlo un poco.
- Estás hecho todo un profesional, cabronazo.
- Ya sabes, en mi oficio, rebuscando en la basura, muy pocas veces encuentras un tesoro.
Fin de la segunda parte.
4 comentarios:
¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?
Todo un Marlowe
Ra, espera a que se vaya desvelando el misterio, aún no me he liado mucho, ¿o no leiste la primera parte? Un besazo, por cierto, aún no he llamado a quién tengo que llamar para que os vengáis por aquí.
Claro que me leí la primera parte... es que... en fín.. te lo diré con un par de cañas.
Anoche hablásteis, no?
Tendré que llamarte yo o algo para fijar un finde pero ya, que se nos acaban....
Besosss
Publicar un comentario