lunes, 30 de noviembre de 2009


Al habla Cris.

No se me atribuya la autoría del siguiente relato, pues pertenece al insigne caballero Anónimo Cobarde quien, oculto entre unos etílicos párrafos, nos acompaña en este duelo.




Es noche cerrada, y llueve a mares. El agua repiquetea incesantemente contra el asfalto. Apoyado en la grotesca fachada derruida de un edificio en ruinas, un tipo de mirada turbia y hombros hundidos da las últimas caladas a un cigarrillo, indiferente, mientras el gemido desgarrado del viento le eriza el vello de la nuca. Si está llorando, -es difícil decirlo- la lluvia arrastra sus lágrimas a las cloacas.

El tipo llega hasta el final del cigarro con una lenta última chupada, y se pone en marcha, dejándolo caer. Calado hasta los huesos, cruza con parsimonia la calle desierta para entrar en el sórdido portal de un negro rascacielos. El vigilante le mira con desinterés.
  Vengo a ver al fab...
Sí, sí, sí – interrumpe el vigilante, impaciente, de rostro cetrino. – Sólo hay una persona en el edificio a estas horas, aparte de nosotros. Planta veinticinco, puerta efe – indica, señalando al ascensor. – Le recuerdo que todo el edificio está permanentemente vigilado por un circuito cerrado de televisión, así que no haga tonterías.

Sigue las indicaciones hasta el ascensor. Mientras espera a que baje casi cien plantas, su mirada revolotea por toda la estancia como una mosca cojonera. Se alza grácilmente desde el botón del ascensor hasta las macetas rebosantes de plantas sedientas que hay justo enfrente. Después, se posa en el vigilante, que ha vuelto a sus ignotas tareas. De ahí a la mesa llena de papeles desordenados, y luego al panel lleno de monitores. Entonces, el ascensor avisa de su llegada con un estridente pitido mientras las puertas mecanizadas se abren a trompicones.

Minutos más tarde, veinticinco pisos más arriba, las puertas se abren de nuevo con el mismo pitido estridente. El visitante sale con paso firme, y echa a andar por el pasillo hasta que llega a la puerta señalada con una efe llena de florituras. Golpea enérgicamente la puerta una, dos, tres veces, y espera, espera, espera, hasta que el rumor de unos pasos arrastrados se acerca a la puerta, que se abre tímidamente hacia dentro. Un hombre bajo, gordinflón, de mejillas hinchadas y denso mostacho asoma la cabeza por la levísima abertura de la puerta, dispuesto a preguntar por la  indeseable identidad de quien interrumpe su trabajo a tan inhóspitas horas, pero se lo impide una potente patada que abre de par en par la puerta y le hace retroceder unos pasos. El visitante se lleva la mano, fugaz, al bolsillo, de donde saca algo de colores brillantes que arroja con fuerza al suelo, a los pies del gordo, que recula asustado.
   ¿Eres tú quien fabrica estas mierdas? – pregunta.
El fabricante se acerca al objeto del suelo y, tembloroso, lo recoge con cuidado. Es una mariposa de plástico.
    So... Sólo las alas – tartamudea.
¡Es defectuosa! ¡No vuela!
¡Claro que no vuela! ¡Es un juguete!
¡Es una mariposa! ¡Debería volar! – el tono sube con cada frase. – ¡Nadie me advirtió! Me ha dejado – susurra, finalmente.
¿Que te ha dejado? ¿De qué me hablas? Es más, ¿Por qué debería importarme?
Mi prometida. Nos íbamos a casar. Pero me ha dejado por tu mierda de mariposa. No vuela.
Pero, ¿qué cojones estás diciendo? De los motivos que puede tener alguien para romper contigo, una puta mariposa es el último. Ahora, si quieres te devuelvo tu dinero y te largas cagando leches de aquí, antes de que avise a seguridad.
No quiero tu dinero.
Dicho esto, se lleva la mano al cinto y desenfunda una enorme pistola semiautomática. Comienza a disparar y antes de que el otro hombre caiga al suelo le ha vaciado medio  cargador  -cuatro  balas  del .45- entre ceja y ceja. Hecho esto, muerde el frío metal, cierra los ojos, y, suavemente, acciona el gatillo por última vez.

3 comentarios:

Feldkhon dijo...

Larga vida al fabricante de alas de mariposa.

Intuía el final, pero está narrado de manera magistral.

Javier dijo...

Bienvenido Sr. cobarde.

Anónimo dijo...

Gracias, gracias, D. Feldkhon, es vd muy amables.

¿Podría conseguirme una bola de cristal como la suya? Me vendría francamente bien para el examen de lingüística que tengo el Jueves.

D. Javier, me parece vd un jovenzuelo de lo más maleducado. Como vuelva a llamarme Sr., le retiro la palabra.

A. Cobarde.