El café no era bueno, en realidad era malísimo. La costumbre hace al hombre y al final, pasó a ser un simple café. La mesa, un poco alejada del resto, tenía ante ella toda la ciudad de Roma para sí y ello, compensaba cualquier expresso de cicuta que sirvieran. El agua “frizzante” facilitaba el transito por la garganta y aliviaba al torturado paladar. Mientras, el tiempo y la luz se aliaban para mostrar un espectáculo único de luces, sombras y colores… del anaranjado atardecer avainillado hasta un cian amagentando por cielo…
Las pupilas inexpertas quedaban abrumadas con el rápido giro de colores y el tiempo, en un rincón, se reía del espectador.
Los lugares no son nada sin la luz, el tiempo…el tiempo…la luz…
Cuando la noche llega, el espectro de luz transforma a la ciudad. Una pequeña plazuela, escondida entre los callejones del Albaycin, resulta el Alfa del amor entre tú y yo… un andén de tren de madrugada, nuestro particular Omega…
Lugares, Luz, Tiempo… Tiempo…Luz… Lugares…
Llega el amanecer… la Luz nos desvela el engaño… los Lugares desaparecen…y el Tiempo nos confirmará la luz que no cesa…
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