lunes, 15 de diciembre de 2014

Un billete de tren


Miro a través de los cristales empañados a la calle. Hace frío. No veo a nadie ni tan siquiera algún automóvil en dirección a su hogar. Nadie. De fondo, el rumor de un programa soporífero con risas enlatas no perturba el silencio que reina fuera. Me doy la vuelta y observo la habitación bajo la tenue iluminación de bombillas de bajo coste. La chimenea sigue ardiendo con el lento crepitar de la madera húmeda. Vuelto a mirar a través de la ventana. Nadie. Pienso. Hace un año me encontraba mirando la calle desde la misma ventana. Nadie. Pienso. Vacío. La televisión se apaga y las risas falsas son sustituidas por el sonido aterrador del segundero del reloj de pared. Rio. Me acuerdo de la época cuando sustituí los relojes por un gato chino que daba puñetazos, un puñetazos... un segundo, sesenta puñetazos... un minuto... Al fin y al cabo, el tiempo también nos golpea. Enciendo un cigarrillo y sigo mirando a la calle. En verano suelo decir que prefiero el invierno, en invierno suelo decir que prefiero la primavera... me doy cuenta que no lo tengo claro. Doy un sorbo a un rioja de oferta. Entiendo porqué está en oferta. Es lunes. Ayer me acordé anotando la fecha en los partes de trabajo que era 14 de diciembre. San Juan de la Cruz. Durante años viajaba siempre en ese mismo día hacia Madrid sin saberlo hasta que una vez encontré los billetes de tren en varios libros a modo de marcapáginas. También hacía frío pero los reencuentros te hacían entrar en calor y olvidarte que había pasado un año. 

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