Hubo
un tiempo que lo más cercano a la tecnología era tener un
radiocasete traído de Ceuta y aquel reloj digital que te regalaron
en la comunión marca Kasio ( con un Casio te habrían anticipado tus
padres media herencia). A finales de los setenta todo estaba por
venir como las máquinas recreativas del comecocos a cinco duros la
partida, los walkies talkies de los Reyes que duraban tanto como las
pilas de 9 voltios que traían, los bolígrafos que se podían
borrar... Una noche, medio país miraba a la pantalla del televisor
con su colección de relojes de Ceuta en la mano con la esperanza que
aquel tipo con pelo afro le ahorrara tener que tirarlos a la basura.
Con la confianza que daba la traducción casi simultánea de José
María Íñigo, Uri Geller hizo que al día siguiente todo el mundo
dijera que los suyos volvieron a funcionar... éramos entonces un
país con ganas de creer en lo que fuera tanto que aprobamos una
constitución como la del 78 con nuestro particular Uri Geller, éste
de Ávila y mejor prestidigitador que el anterior. Los siguientes
fueron de peor calidad y aunque todo el mundo les pillaba el truco,
los tíos seguían como si tal cosa... seguíamos siendo un público
fácil.
Pasó
el tiempo y ya no esperábamos nada. La tecnología no nos
sorprendía, si el tamagotchi made in japan se presentaba en mayo
como muy tarde lo teníamos para reyes de ese año, ya no éramos un
país de camiseta de Naranjito y zapatillas Tórtolas o Yuma,
calzábamos Nike y Adidas. Teníamos un tren de alta velocidad, una
exposición universal y unos juegos olímpicos todo en el mismo año.
Al siguiente, una tasa de paro tremenda y una reforma laboral que
inició el fin de la lucha obrera de más de cien años. Los noventa
empezó mal y acabó con el milagro Aznar, la popularización de los
teléfonos móviles y los españoles viajaban a Nueva York de
compras...España era una fiesta. Las fábricas de ladrillos echaban
humo, las facultades vomitaban ineptos con título a 25,000 pesetas
la expedición y los viajes del Imserso hacían furor. El milenio nos
trajo una moneda nueva, un café a 200 pesetas y la euforia de
analfabetos que jugaban con dinero del monopoli.
Mientras
el mundo encogía el culo ante una Crisis sin parangón, nuestro
prestidigitador de turno negaba la mayor de su truco pero repartía
400 euros para anestesiar la paliza que nos iba a caer. La tecnología
nos sirvió entonces para protestar desde casa con un No Me Gusta,
firmas online contra cualquier cosa y organizar una pseudorevolución
en una primavera cálida en plazas calientes. Nota curiosa : En ese
año empezó mi insomnio.
2015.
día 3. No sé que os traerán este año los reyes, si una pulsera
que os dice como vivir, un teléfono que hace de todo menos hablar
con los demás, una cosa redonda que limpia la casa dando vueltas...
no lo sé... Yo he pedido que Uri Geller nos vuelva hacer creer en la
magia.
2 comentarios:
Volver a creer en la magia... Bravo! Todo es ponerse.
Yo he pedido que alguien me cuente historias...cualquier cosa, no necesariamente"en modo Petete"...
Avanti firme!!!
Por lo pronto, el 2015 ya ha traído este cuento. ¡Y esto es mucho! Empezamos muy bien el año.
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