"No es mi obligación entregar a los demás lo objetivamente mejor, sino lo mío, tan pura y sinceramente como sea posible"
Hermann Hesse. Cartas.
Así unos y otros
vamos acumulando unos reflejos propios que vamos estandarizando y convirtiendo
en nuestra carta de presentación allá dónde vamos. Algo por lo que se nos
reconoce de manera rápida. Algo que hemos ido extrayendo de nuestras vivencias
y haciendo por lo tanto nuestro. Algo que remodelamos, algo que adaptamos a
nosotros. Algo que tallamos como quién talla un trozo de madera. Algo que vamos
acaparando y archivando a diversos niveles. Porqué en realidad no somos uno
sino varios los que somos. Modificará en gran media quiénes estamos siendo factores
tales como dónde o con quién estamos siendo.
No seremos la misma persona sentados en un bar y viendo un partido del
Athletik, que hablando pausadamente y con ilusión con la mujer con la que hemos
hecho el amor hace un rato. Yo al menos, siento que lo uno puede ser como un
simple chinato en un zapato y lo otro como la cordillera de los Alpes que me
retase a cruzarla.
Para
uno y otro momento tenemos innumerables opciones de ser. Y serán varios los
mitos que surgirán de nosotros, varios los rastros de camino que dejemos a los que vengan detrás de nosotros por los
mismo derroteros. Ahora bien, y este sí es quizás por fin, el motivo más
importante, el tema principal de esta reflexión. Tenemos que ser en todo
momento, sin importar la profundidad o trascendencia de dicho momento, lo más
sinceros posible con nosotros mismos. Escribía en un párrafo anterior que
cualquier tipo de vida, con sus opciones propias, es siempre válida. Pero en
realidad no, esto no es del todo cierto. Aunque no haya una proporción muy
definida para esto, una vida será más o menos acertada en la medida en la que
somos sinceros y vamos “sorteando” con sinceridad las situaciones que nos vayan
surgiendo a lo largo de la vida. Y la sinceridad se mide a su vez en el grado
de integridad que hemos logrado entre el nivel de lo que creemos que es la solución
para un determinada “piedra o caramelo” y el nivel que hemos aportado de
nosotros mismos para “vivir” dicha “piedra o caramelo”.
Una
vez dado nuestro primer beso o una vez sufrida la muerte de un familiar
nuestro, hablaremos de ello, unos más que otros, algunos buscarán consuelo en
los amigos cercanos, otros buscarán algo de comprensión en los aparentes
expertos en la materia. Algunos leerán libros, otros escribirán poemas o
pintarán cuadros, algunos de esos poemas o cuadros se harán muy famosos y
llegarán a ser obras de arte, (no ya camino sino verdaderas autopistas para
seguir), muchos simplemente permanecerán en silencio. Pero todos, al fin y al
cabo, estarán creando sus propios mitos. Nadie comprenderá enteramente qué es
lo que le ha ocurrido, en que modo le ha afectado y qué nuevas personas son
después de vivido ese momento. Pero que es sino el mito la respuesta a algo que
no se comprende. Ahora bien, el mito debe asentarse en una relativa certeza y
sobre todo en la sinceridad y la honradez. Actuar en la medida de lo posible lo
más cercanos a lo que creemos que es ser sincero, y expresar las conclusiones
del modo que igualmente creamos más honesto. El añadirle más o menos
filigranas, el querer adornar nuestros mitos, es algo aleatorio y prescindible.
Una mera cuestión estética y de modas. Además la belleza extra puede resultar
redundante, porque un mito, una expresión nuestra que surja de una necesidad o
inquietud sincera, usando unas palabras sinceras será siempre hermoso.
Resultará siempre constructivo. Así que, cuando estemos ante una persona, y
seamos conscientes de que está persona se está dirigiendo a nosotros de una
manera franca y honesta, prestémosle nuestra máxima atención, porque en esos
momentos estamos ante algo muy parecido a una obra de arte. Del mismo modo, en
cada momento que estemos siendo nosotros mismos, en cada momento que estemos
proyectando algo de nosotros, intentemos ser lo más sinceros posible, para
hacer así de nosotros mismos algo parecido a otra obra de arte. Aunque la
infalibilidad no está en nuestra mano, debemos intentar al menos, dejar un “rastro”
lo más claro y consecuente. Y siempre, siempre, desechemos los grandes mitos, los
falsos mitos de las grandes naciones y las grandes religiones, que no nacen de
una duda o una sorpresa primordial.
Centrémonos en las historias, las dudas, los milagros, los mitos mundanos
que día a día nos asaltan y son las verdaderas piedras y caramelos de nuestros
caminos: nuestra vida al fin y al cabo.
“las religiones y los
mitos son, al igual que la poesía, un intento de la Humanidad de expresar, por
medio de imágenes, precisamente esa indecibilidad que vosotros tratáis
inútilmente de traducir a llanas expresiones racionales”
Hermann Hesse, Cartas.