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Me gustan tus
manos. Con esos dedos tan largos serás capaz de hacer muchas cosas ¿verdad? – Mientras
dice eso el hombre se imagina ya siendo recorrido por esos dedos y se estremece
de placer.
Él no lo sabe, pero la mujer a quién le está hablando,
mientras acaricia sus manos de largos dedos es una gran virtuosa de la música.
El mundo lleva años sorprendido por la facilidad y originalidad con la que toca
cualquier instrumento e interpreta a los mejores compositores. Todos creen que
el secreto de su talento son sus largos, larguísimos dedos. Y es cierto, con
dedos tan interminables como caminos sin recorrer no hay para Vera partitura
que se le resista. Lo que el mundo ignora es que Vera odia sus manos, y en
particular, esos dedos tan largos.
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Ojalá pudiese cortármelas…
- responde, interrumpiendo la caricia – las odio, ¿sabes? Odio estas manos con
dedos como látigos. Y odio que todo el mundo me esté siempre preguntando por
ellas.
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¿Por qué dices
eso? Tus dedos son increíbles…
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¿Mis dedos dices?
Estos dedos son un calvario, tan largos sólo sirven para hacerlo todo tarde,
cuando ya no es necesario.
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No te comprendo.
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Con unos dedos
así, por ejemplo, cuando acaricio el pétalo de una flor, tarda tanto en llegarme
su sensación que cuando siento esa flor, solo siento ya la flor marchita… Es
algo así como mirar a las estrellas, de las que solo vemos su luz de hace mucho
tiempo…
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Como hacer el
amor y sentir el orgasmo horas después… - inquiere el hombre con cierta
picardía
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Sí algo así, me
llegan las sensaciones cuando ya no las estoy buscando. Y mucho peor con las
personas. Sólo logro palpar decadencias, arrugas, pieles yermas… El tacto que
yo recibo son sólo ecos de la pieles que ansío.
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¿No quieres
tocarme a mí?
-
¿Para qué? Para
saber en qué te vas a convertir… Seguro que no me gustará lo que sentiré… De
hecho ni siquiera me gustas ahora.
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¿Quieres que me
vaya?
-
Sí, mejor será…
Ese es el dolor de Vera. Es tanta la distancia que crean sus
dedos entre ella y el mundo que Vera se siente muy sola. Sus dedos, sus
malditos dedos que ya no considera suyos, por mucho que unos y otras se empeñen
en mostrarles sorpresa y admiración. Esos dedos son una condena para ella, un
reproche que siempre llega puntual para recordarle todos sus errores, aquello
que ya no podrá ser. Para ella es imposible ser feliz sabiendo que todo acabará
languideciendo. Verá entonces se levanta del sofá y se dirige a su habitación, con
el gesto triste, los brazos caídos y arrastrando sus dedos por la moqueta. Sabe
que mañana se despertará con la incómoda sensación de estar cubierta de polvo.
Así es la vida de Vera, condenada a llegar sólo a las ruinas.
(Un cuentecillo que se me ocurrió al ver esta pegatina en la puerta de un servicio. Dedicado a todas las personas de manos largas)
San José, Almería.