Aún no lo sabe, pero ella es la culpable de que el barrio de Grbavica, sea hoy en día el barrio más triste de Saravejo. De haberlo sabido, tampoco haría nada por evitarlo, es más, eso supondría un motivo de alegría para ella. Su único motivo de alegría. Para Esma, la vida dejó de tener sentido el día que su marido Goran no regresó del frente. A Esma le devora desde entonces la pena, y no le importaría, que el resto de Bosnia fuese devorada junto a ella.
Todas las mañanas, Goran la despertaba al levantarse de la cama. Lo escuchaba trajinar en la cocina, y pronto inundaba la habitación un intenso aroma a café. Él aparecía en el dormitorio casi al momento sosteniendo un par de tazas humeantes. Se sentaba a su lado y le ofrecía una de las tazas. Charlaban cordialmente y se iban espabilando lentamente. Pasados unos minutos, él se inclinaba sobre ella, recogía de sus manos la taza vacía y le daba un dulce beso en los labios. Regresaba a la cocina y aparecía de nuevo en la puerta. Su perfil era entonces más serio, enfundado en su traje verde y con el kalashnikov colgado de un hombro.
La guerra que azotaba Bosnia era una guerra absurda, aunque eso es decir poco, pues todas las guerras son absurdas. De repente unos y otros empezaron a enfrentarse entre ellos. Pasados unos meses, nadie parecía saber el motivo de ese enfrentamiento, y lo que es peor, nadie parecía intuir el final de esa contienda. Se rumoreaba que tendrían que ser los países extranjeros, como hermanos mayores, los que mediasen y los que encontrasen la solución a esta espiral violenta y devoradora. Pero para que ese rumor se hiciese cierto, faltaban aún muchos meses. A Esma le parecía una guerra inaudita, casi irreal. Como no tenían televisor en casa, para ella, la guerra llegaba en forma de explosiones distantes y algún que otro temblor en los cristales de las ventanas. La guerra era el motivo del peregrinaje diario de su marido, como quién va al trabajo, pero poco más. Cuando regresaba, él no le hablaba nunca de cómo había sido su jornadaa, qué es lo que había hecho, no le daba detalles más concretos con los que forjar una idea más exacta de qué era eso de la guerra. Hasta que una noche, su marido no regresó. Y en pocas horas comprendió que nunca más volvería a verlo. Así aprendió Esma, de un modo tan drástico, qué era eso de la guerra.
Pese a la certeza que pronto se apoderó de ella, Esma, contraria a la razón, decidió seguir esperándolo. Para forzar su regreso, es ahora ella la que prepara el café de la noche, ella quién se lleva la taza a la cama. Espera a Goran en esa habitación tan humilde, que en poco ha cambiado desde la noche que empezó a no regresar. Las mantas raídas por la miseria, el armario quejumbroso con apenas ropa en sus entrañas, la foto de bodas de ellos dos, sobre la mesilla de noche. Y sobre esa misma mesilla, un ventilador que no ha dejado de girar. Esma se olvidó apagarlo, y así continúa, indefinidamente moviendo sus aspas, sacudiendo con sus bofetadas de aire su rostro ajado y contrahecho.
Y no sólo es esa mujer, es también ese ventilador, el motivo de que Grbavica sea hoy el barrio más triste de Sarajevo. Es tanta la pena de Esma, es tanto el odio y el sufrimiento que sigue emanando de su cuerpo cada noche, que su dolor acumulado se concreta y escapa por los poros de su piel, se transforma en minúsculos velos de aflicción, en imperceptibles efluvios que emanan de todos los rincones de su alma adquiriendo la forma de fumarolas de pena, que a su vez, el ventilador se encarga de dispersar primero por toda la habitación, después por todas las calles de Grbavica.
La guerra acabó hace unos años. Sarajevo, como un gato acurrucado, se relame las heridas, se acicala lo mejor que puede y se adecenta para una nueva etapa de su vida. En cierto modo, es una ciudad orgullosa, de nuevo confiada, aunque con una espina clavada en su costado: esa espina es Grbavica, y esa memoria, esa eterna espera que siempre se arrastra por sus calles y que no se sabe muy bien de dónde proviene y cómo atajarla.
Dedicado a Goran, y al tirón de orejas que me dió ayer por teléfono.