No
hubo alfombra roja pero sí una enorme olla de ese color a fuego
lento. El director del certamen iba añadiendo caldo de pescado,
almejas y me enseñaba con orgullo un paquete de judías al vacío
que a mí me parecieron minis esmeraldas.
De
vez en cuando, cuchara en mano, levantaba la tapadera para probar
aquella poción que olía cada vez más a “alegría de vivir”,
sonreía como el druida de Asterix y acto seguido me ofrecía una
Franziskaner para celebrar el buen progreso de la receta. Era otoño
del 2010 y los participantes iban llegando.
Vino
blanco, vino tinto...vino... En la sobremesa se hablaba de viajes,
sueños, libros, morteros de porcelana, de paragüeros, de manzanas
sin hierro... risas... vidas...
Fue
un festival inolvidable... esperemos que la tecnología nos deje
enviar pronto como archivo adjunto un kilo de verdinas o al menos que
“Inés Rosales” le dé por exportarlas.
Dedicado
al Druida de las Verdinas.
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