Miro
a través de los cristales empañados a la calle. Hace frío. No veo
a nadie ni tan siquiera algún automóvil en dirección a su hogar.
Nadie. De fondo, el rumor de un programa soporífero con risas
enlatas no perturba el silencio que reina fuera. Me doy la vuelta y
observo la habitación bajo la tenue iluminación de bombillas de
bajo coste. La chimenea sigue ardiendo con el lento crepitar de la
madera húmeda. Vuelto a mirar a través de la ventana. Nadie.
Pienso. Hace un año me encontraba mirando la calle desde la misma
ventana. Nadie. Pienso. Vacío. La televisión se apaga y las risas
falsas son sustituidas por el sonido aterrador del segundero del
reloj de pared. Rio. Me acuerdo de la época cuando sustituí los
relojes por un gato chino que daba puñetazos, un puñetazos... un
segundo, sesenta puñetazos... un minuto... Al fin y al cabo, el
tiempo también nos golpea. Enciendo un cigarrillo y sigo mirando a
la calle. En verano suelo decir que prefiero el invierno, en invierno
suelo decir que prefiero la primavera... me doy cuenta que no lo
tengo claro. Doy un sorbo a un rioja de oferta. Entiendo porqué está
en oferta. Es lunes. Ayer me acordé anotando la fecha en los partes
de trabajo que era 14 de diciembre. San Juan de la Cruz. Durante años
viajaba siempre en ese mismo día hacia Madrid sin saberlo hasta que
una vez encontré los billetes de tren en varios libros a modo de
marcapáginas. También hacía frío pero los
reencuentros te hacían entrar en calor y olvidarte que había pasado
un año.
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