domingo, 31 de octubre de 2010

CARICIAS

Se llamaba A. La primera vez que lo vi no dudé y le dije:

- Que nombre tan bonito.

Él era extranjero y me gustaban mucho más sus ojos azules que se confundían con el cielo cada vez que volteaba verlo hacia arriba, En la segunda cita me besó. Fue bello aunque no mágico. Cuando se acercó y puso sus labios sobre los míos, cerré los ojos en silencio, rogando que fuera mi oportunidad de volver acariciar y ser acariciada. Entonces supe que ya no estaba sola pero, al mismo tiempo, me sentía más sola que nunca.

Por supuesto que la historia no duró demasiado. Aunque lo quería, era sólo eso. Un sano sentimiento.
Tome la decisión cuando me preguntó algo que no dejaba margen a la duda:
-¿Me vas a querer eternamente?
-¿Y que es eternamente?, interrogué.
-Que vas a quererme siempre.

Primero el silencio. Después los reclamos. Al final, el adiós.

Cómo prometerle amor cuando pensaba en otros labios. En el hombre de mis sueños. Cuando soñaba con que me acariciara los senos por encima de la camisa. Cuando pensaba en sus manos, grandes, que se amoldaban a la perfección a los pliegues de mi cuerpo. Como si hubieran sido hechas para eso.

Desde la primera vez que lo vi me estorbaron los kilómetros de ropa que nos distanciaban, también fue el momento en que supe que mis manos querían recorrer solo los kilómetros de su piel con caricias, oración del cuerpo, y con besos, ¿con besos qué?.

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F. tenia 28 años, castaño y de ojos oscuros. Vivía en Granada a miles de kilómetros de mí, aun así coincidíamos todas las tardes- noches en el universo paralelo del internet, primero con platicas sutiles sobre los versos que se deshacen en el cuerpo, los gemidos porno-ortográficos que se salen del corazón al paso de la eyaculación premeditada de las letras. Y así fue como durante una hora, mientras sus padres no estaban, casi al terminar el día, sin ruido y con los últimos rayos de luz, F. acomodaba la palma de su mano sobre mi vientre que estaba mojado, y no eran sus manos precisamente, eran las mías.

Yo tocaba, pero él no, y entonces mi cuerpo se limitaba a ser el refugio de mis propios tentáculos, todas las caricias, las imaginables y las inimaginables se volvieron obligatorias, F. me acariciaba con el viento, con levedad, de forma inesperada y por todos lados usando mis dedos como instrumento. Besando una almohada aprendí a besarlo y acariciándome aprendí a sentir. Hasta que sus caricias a la distancia que me daba con mis manos se convirtieron en un sello indeleble dulce, amargo, inocente, apasionado y fugaz.

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Desde entonces ninguna caricia paso sobre mi piel por que mi cuerpo se acostumbro a F., que me acariciaba con mis propias manos: ya antes me habían acariciado, con caricias de lengua, caricias de labios, caricias con ruido, caricias destinadas a estremecer, caricias por compromiso, caricias de despedida y caricias solo caricias, pero, caricias inolvidables solo las de F. amándome a lo lejos.

F. que tanto ha acariciado, F. que me ha enseñado, sabe mejor que yo que hasta los huesos, sólo calan las caricias, que aun no me ha dado.

Por qué a pesar del paso del tiempo y de las distancias, de mi vida y de su vida, es su beso y su caricia lo que yo sigo esperando.
                                                                      Un cuento de Nataly Benhumea.
Gracias desde el reino de Hamlet...

3 comentarios:

Tresmasqueperros dijo...

Espero que sea el primero de muchos cuentos. Y espero que seas la primera de muchos. Gracias por darle este toque cálido al blog.Un beso.

Anónimo dijo...

Muy bueno, Nataly, me ha gustado mucho, y me alegra que te hayas decidido a acompañarnos en el blog.

Cris

BENHUMEA dijo...

Juli, espero lo mismo, que seamos muchos, en cuanto a lo otro, pues dalo por hecho, Un besazooooo¡¡¡

Gracias Cris, es un placer de veras estar por aqui, cuando nos regalas una foto para el proximo cuento? Besos.