lunes, 2 de agosto de 2010

Vista la apatía reinante en el blog, el caballero Feldkhon (http://www.infinitosmultiples.blogspot.com/) ha tenido que sacarnos a flote con una colaboración. Aquí va:


No sé si serán estos días de verano los que me hacen huir del calor. Tal vez sea que nunca me ha agradado, que el calor trae corrupción, suciedad, miseria. O tal vez, sin más, es el aire acondicionado que se ha vuelto a estropear.




Salgo de mis reflexiones e intento entrar en las tuyas. Como siempre, la puerta de tu alma permanece cerrada. Hace años que no abre. Hace años -muchos, ni me acuerdo cuántos- que alguien pasó por ahí y quitó el cartel de "Cerrado". Un alma tan cerrada que ya a nadie le importa que esté cerrada.



A nadie excepto a mí, claro. Yo sigo pasando horas delante de esa puerta, aunque sea domingo, aunque nieve, aunque sea fiesta nacional. No conozco tus horarios. Quizá en ese mundo al que te fuiste, más allá del velo de la consciencia, tienen distintas políticas de apertura de locales.



Los primeros años fueron los mejores. Tu recuerdo seguía vivo y, aunque no fuera lo mismo, podía pretender que aún sentía tu olor. Fingía que me preguntabas y yo te respondía, como hacíamos siempre. Entonces era feliz con ese juego, pero ahora me arrepiento de no haber aprovechado el poco tiempo que tuvimos. Si volviera a esos años sería yo quien preguntara y guardaría cada una de tus respuestas en un lugar frío y oscuro para que este maldito calor no pudiera descomponerlo.



Más tarde, a medida que mis cabellos se volvían grises y mis manos se ajaban, tu recuerdo empezó a convertirse en una fantasía creada por mi mente. Tus ojos ya no eran tus ojos, sino unos parecidos que había visto en una revista. Tu voz empezó a sonarme robótica y hueca. Con el tiempo, empecé a creer que tú nunca habías existido, que esa imagen difuminada en mi memoria nunca había correspondido a otro ser vivo.

Obviamente, la desesperación se apoderó de mí. La combatí con mi estrategia tradicional: sentarme en un rincón hasta que se pase. Parece que funcionó.



Ahora todo es más amable, más conocido. Soy un hombre viejo y ya nadie espera que haga nada útil con mi vida así que no decepciono a nadie. Nunca he aguantado decepcionar a los demás. Mi dolor y el dolor que mi dolor me provoca han pasado a segundo plano. Los siento tan naturales como los dedos de mis manos -o incluso más. Me siento delante de esa puerta, esa puerta que llevo cuarenta años sin abrir, a esperar que, por algún milagro de la naturaleza se abra y aparezcas tan radiante como entonces, tan feliz, tan joven...



Creo que hoy es el día. Me he levantado con una especie de picor en la nariz, el aire está enrarecido. Hoy tengo que abrir la puerta.

Inspiro profundamente y me acerco a ella. Cada paso retumba con el sonido de lo inevitable. Noto mi respiración acompasada con los latidos de mi corazón anciano y roto.

Agarro el picaporte y con inmensa lentitud lo giro. La puerta, para mi sorpresa, apenas chirría. Con miedo y esperanza miro el cuarto. Ahí sigue tu silla -como siempre- vacía.



Soy demasiado viejo como para pensar dos veces lo que hago. Me acerco a la silla, esa silla que te envió al otro lado, esa silla que siempre he odiado. Ahora más que un enemigo parece un viejo conocido. Eso me satisface.

Subo un pie a la silla, como hiciste tú cuarenta años atrás. Parece que sigue estable, parece que cuando toda la humanidad haya perecido esta silla seguirá impasible, riéndose de la debilidad de los organismos vivos.

Con suma cautela me agarro al respaldo y subo el otro pie. Trastabilleo y estoy a punto de caer pero me mantengo -una lástima, siempre he tenido un gusto oscuro por las ironías.

Me yergo sobre la silla y veo lo que tú viste. Una escena desoladora para un momento desolador, me parece apropiado. Miro la cuerda que usaste y que no me he atrevido a quitar -supongo que, de alguna manera, sabía que tarde o temprano le daría uso.

Me queda un poco baja, claro, la preparaste para alguien de tu estatura.

Introduzco la cabeza en el lugar correspondiente. Me queda bastante ajustada, como si me hubieras dejado una pista de lo que querías que hiciera. Ajusto la cuerda al cuello casi hasta sentir dolor.

Siento haber tardado tanto en tomar la decisión, siempre he sido un cobarde. Ya va siendo hora de reunirnos de nuevo.



Sólo puedo formular un pensamiento antes de derribar la silla:



¿Te acuerdas de mí?

6 comentarios:

Ra dijo...

Ufff Tremendo

Anónimo dijo...

Ra, te recomiendo que visites su blog.

C.

Ra dijo...

Gracias C. LO haré. Feliz Verano!

Anónimo dijo...

Estremecedor. Espero que nos visite a menudo...J.

Feldkhon dijo...

Gracias por los comentarios, y gracias a Cris por publicarme el relato ^^.

Ya de paso, os comento que me encanta vuestro blog y estoy pendiente de cada actualización.

Anónimo dijo...

Ya sabes Feldkhon que tienes un hueco en este blog. Y gracias por darnos este pequeño tironcito, ya que nosotros somos tan perros...