viernes, 15 de mayo de 2015

TRAVESÍA POR EL DESIERTO (un poema frustrado)


- De todas las extensiones que tu cuerpo puede ofrecerme seré original y sincero y te diré que prefiero siempre tu espalda…

- ¿Mi espalda? - Me preguntas mientras intentas girarte sobre las sábanas.
 
No, no te vuelvas, que para escuchar la respuesta no hace falta que me mires…
  
- Sí, tu espalda. – y detengo tu amago de giro colocando mi mano sobre el comienzo de tus caderas. -Tu espalda es sin duda, la región más extensa, aquella que ofrece, a primera vista, mayor desamparo, mayor desolación, mayor desconcierto. Miro tu espalda, (como la estoy mirando ahora), y no parece que esta vaya a terminarse nunca, todo se vuelve pronto hipnótico y me atrapa con rapidez en todas tus lejanías. Tu espalda era al principio como una isla, llegué a ella como un náufrago, con tus axilas, las curvas de tus caderas, o ese lugar donde se une con tu nuca, que no son sino calas donde uno puede desembarcar y empezar a recorrer su extensión misteriosa.  Allá, en el horizonte, aparecen tus hombros como finales de tierras planas, después de ellos sólo hay una caída infinita, el misterio, la nada, los monstruos que todo lo acechan. Todo lo que rodea tu espalda parece ser un fin. Pero una vez que te has adentrado en ella, tu espalda es como un desierto.

- ¿Cómo un desierto? – noto tu temblor, como de tierra inquieta, como una tierra que no quiere que la consideren yerma. Con mi cabeza sobre tus nalgas miro ahora el desierto de tu espalda. Mi mirada sigue el valle estrecho por el que discurre tu columna, llega hasta la árida serranía de tus omoplatos donde alguna vez las yemas de mis dedos fueron bandoleros. Tu piel, hasta donde alcanza mi mirada no parece sino estar formadas por dunas. Dunas de arena que cambian de forma con el viento que les llega de mis suspiros. Dunas cuyas sombras se tornarán ríos cuando llegue la temporada de lluvia cargada con mis besos. Recorro tu desierto con mis manos y surge otro escalofrío, otro temblor, este más sereno, como el ronroneo de un gato que se preste al inicio de un juego. Mis manos, en su inicio de vagabundeo, se calientan, se vuelven hambrientas al primer contacto con tu piel de arenisca. A pie,  por el desierto de tu espalda, cualquier intento de paseo, de comienzo, se torna rápido en desvarío,  tal es la ansiedad que emana de ella. Todo en tu espalda incita a la aventura, a la exploración, a preguntarse qué habrá más allá cuando tu espalda se acabe… Desde la altura donde reposa mi rostro, que es como una puesta de sol sobre tu cuerpo, realmente no puedo creer que sentado en el borde de tus  hombros, allá a lo lejos, se pueda ver el fin del universo. 

- Pero tu espalda es en realidad desierto principalmente por otro motivo. 

 - ¿Sí? ¿por cuál? 


- Nada de lo que te he dicho es del todo definitivo, tu espalda no es del todo un Sáhara hasta que te vuelves. Tu espalda es realmente desierto  cuando tu cuerpo se gira y se escurre entre las sábanas la arena que forman sus dunas: todo en ti se torna de repente oasis. Tus labios, tus pechos, o cada uno de tus lunares.  Todo es entonces sorpresa, deseo y encuentro. Porque ahora eres agua, mapa, riqueza y rumbo. 

Y ahora sí, vuélvete, porque estoy  perdido y muy sediento de ti. 

Y te vuelves y sobre la arena que rodea nuestra cama, quedan mis huellas, que fueron en tu busca y de nuevo, te encontraron.