Una vez que terminó de fregar, el suelo de
linóleo empezó a secarse y, mientras lo hacía, el agua que iba quedando formó
algo así como un archipiélago de islas[...]
|
Mapa de mi Atlántica particular. |
Leyendo este poema de Manuel Moyano,
“Mundo efímero”, me ha venido a la
mente un recuerdo de la infancia. A mí, cómo al autor, cuando era un niño, también
me gustaba inventarme islas. En mi caso, las islas no surgían de rastros de
agua mal secados, sino de las manchas de humedad que surgían en el cemento del
suelo del patio de mi casa. Esas manchas iban definiendo sus formas con
los remiendos que mi padre iba haciendo
conforme ese suelo se iba deteriorando por las lluvias o por el constante
pisoteo. Picaba, levantaba el cemento más desgastado y cubría el hueco con una
mezcla más compacta. Esta mezcla, inevitablemente, tenía un color diferente. Surgieron
así unas manchas con unas curvas retorcidas, como fiordos, como golfos o como
deltas que destacaban de manera clara, al menos para mí, en uno de los rincones del patio. Pues bien,
esas manchas, pronto me imaginé que eran islas, y el resto del suelo, de un
color más apagado, por supuesto era el mar, que aunque de apenas unos metros
cuadrados, mi imaginación infantil lo hizo infinito. Como infinitas fueron las
veces que arribaron a esas manchas convertidas en destinos mis barcos primero
de papel, luego de cartón y al final de metal o plástico, cargados de todo tipo
de muñecos aventureros. Pasé muchas horas sentado en el suelo del patio.
Empujando de un lado para otro barcos que yo mismo me construía, haciendo
ruidos con la boca que simulaban desde un oleaje bravío hasta los cañonazos de
un abordaje. También pasé muchas horas trazando sobre papel las arqueadas
costas de esas islas surgidas de la chapuza y el remiendo. Les inventé
ciudades, ríos, montañas, una geografía completa que fue surgiendo conforme mis
muñecos se adentraban en esas islas. Y alrededor de ellas, además de mares,
añadí nuevas islas, nuevas tierras, continentes enteros. Me inventé al final un
país, alrededor del cuál fueron girando
todos mis juegos de la infancia. Tomé, por decirlo de algún modo, posesión de
esas tierras. Todo a lo que jugaba debía tener lugar dentro de esas escuetas
fronteras. Mis batallitas fueron guerras contra países que querían invadir mis islas
de cemento. Todos y cada uno de mis juguetes, que nunca fueron muchos porque
los destrozaba con rapidez, tuvieron una función muy importante en este país
inventado. Así un cochecito cualquiera, podía llegar a ser el coche oficial del
presidente, o cuatro mondadientes pegados con pegamento “Imedio”, el Santísima
Trinidad, buque insignia de toda mi Armada.
No sé cuántos años pasé jugando a
estos juegos, cuántas fueron las guerras, algunas de ellas incluso perdidas,
cuántas las conquistas, cuántos los nuevos territorios descubiertos. Supongo
que no fueron tantos; la infancia, aunque el recuerdo nos la haga eterna,
apenas dura unos años. Acabé prefiriendo salir a jugar con mis amigos, a pasas
las horas de la tarde jugando a fútbol en el parque. Era inevitable. Los atlas,
los mapas, las improvisadas cartas marítimas dibujadas a lápiz con trazo
infantil, se fueron perdiendo, barridas por lentos expolios. Y al final, como
un tremendo maremoto que todo lo asoló, mi padre acabó haciendo una obra
definitiva. Un buen día se acabaron los parches de argamasa: en unas semanas
alicató todo el patio. Quedó precioso, decían las vecinas, con esos azulejos
estilo moruno, y ese arriate plagado de geranios y jazmines. Ya no hubo manera
de descubrir nuevas formas en esa dictadura cuadriculada que cubría todo el
suelo. Tuve que resignarme, yo que sin saberlo, había sido dueño de toda una
Atlántida. Además, mi imaginación daba muestras de agotamiento. Empezaban a
surgir nuevas inquietudes, empezaba a descubrir que tras mi mundo imaginado,
había otro, que quizás no fuese tan grande, pero que avanzaba implacable.
Dedicado a Alicia,
que un día me regaló un pedacito de su infancia,
y a mi hermana Sheila,
que fue sin saberlo, alcaldesa de una de mis ciudades inventadas.
1 comentario:
Jejeje, que bonito, me he emocionado y todo. Por cierto, claro que sabía que era alcaldesa de una de las ciudades, pero si yo jugaba contigo!!! jeje
Publicar un comentario