Yo no
pretendo en este “cuento” ofrecer ninguna solución, ya lo he dicho: la vida es
insondable y cualquiera de los caminos
que elijamos para transitarla podrá ser o no, igual de acertado. Yo sigo en
estos momentos mi camino propio, ante la “piedra” de un domingo que amenazaba
ser muy aburrido, he optado por la opción de rellenar el tedio escribiendo esto
(que está resultando a su vez algo tedioso). Esto que escribo es así la
expresión de mi “mito particular”. Lo que sí voy a intentar reflejar es qué
surge cada vez que damos un nuevo giro, cada vez que bordeamos algún obstáculo,
cada vez que ese nuevo requiebro en la vida nos hacer ser un poco más la
persona que somos. Puede que una intención de este cuento, sea el dar algo así
como una definición prosaica de lo que es el arte: la necesidad de expresar de
un modo más o menos artístico, el vértigo que hemos sentido al dar un nuevo
giro en nuestras vidas. Del mismo modo que las naciones fundan ciudades, las
religiones dan forma a su fe con mezquitas, sinagogas, catedrales o simples
monolitos de piedra y los llamados
artistas pintan cuadros o escriben epopeyas, las personas más sencillas,
aparentemente las menos creativas, hablan en el bar, en la tienda, van a casa
del vecino y vuelcan de un modo más artesanal las pequeñas sorpresas que les va
ofreciendo el día a día. Aparentemente este grupo mayoritario de personas pasan
por la vida sin encontrar “piedras” en su camino y siguiendo un camino ya
definido. Pero todos, sin quererlo, le vamos dando una forma a nuestra vida, a
nuestra historia, nos vamos labrando un recuerdo: todo aquello que se encalla
de un modo más fuerte en nosotros se va transformando en nuestros mitos. Quizás
no los labramos en piedra, quizás no los plasmamos en papel y seguramente no
sobrevivan mucho tiempo a nuestra memoria. Pero unos y otros nos aferramos a
ellos con desesperación, pues son estos, esos mitos, el reflejo más próximo de
lo que somos, de lo que ya hemos sido y de lo que estamos siendo. ¿A quién no
le han dicho alguna vez, “para, no me hables
de eso que ya me lo has contado”? ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez
recordando de manera espontánea algún amor del pasado?¿Quién no acumula de una
manera aleatoria, canciones, libros, historias, rincones de ciudad, bancos de
parque, personas que ha amado, equipos de fútbol o miradas o gestos profundos,
que considera como favoritos y con los que se siente muy identificado? Nos
encanta hablar sobre estos, son temas con los que nos sentimos muy cómodos, es
más, casi nos consideramos expertos. Es normal, es nuestra propia vida, estamos
hablando de nosotros mismos. A mí personalmente, me encantan los Conciertos de
Brandenburgo, adoro a Franz Kafka, (incluso en mi adolescencia quería ser cómo
él, lo mismo que otros querían ser bomberos, futbolistas o el de en medio de
los Chichos), me encanta pasear por Granada y sentarme en los bancos solitarios
de cualquier pueblo, veo algún que otro partido del Athletik y me emborracho
cuando gana algún título (en realidad nunca, que yo recuerde, me he emborracho
por este motivo, aunque ha sido fácil encontrar otros), ah, y cuando me pongo
meditabundo me suelo rascar con el meñique el colmillo superior izquierdo (de
hecho lo acabo de hacer ahora mismo). Estos son, a modo de ejemplo, mis mitos o
mis leyendas personales. No son catedrales, ni monumentos al soldado desconocido
y por supuesto, nunca acudirán miles de turistas a visitarme, a verme
rascándome un diente o vomitando en una esquina con una bufanda rojiblanca
anudada al cuello… Aunque quién sabe, si llego a ser famoso y me montan en
algún pueblo una casa-museo…
(Fin de la segunda parte.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario