lunes, 20 de junio de 2011

Sobre la soledad y mi primer polvo en un probador...

Quería escribir hoy sobre la soledad, más concretamente, sobre cómo ésta te asalta en los momentos más inoportunos, cuando pensabas que ya la tenías controlada y acotada a instantes concretos de tu existencia, guarecida detrás de determinados hábitos personales. En mi caso, hombre experto en existencias solitarias, la soledad sigue acosándome, dándome esporádicos hachazos y despertando mis temores en las circunstancias más imprevistas. La soledad es experta en asaltarme cuando tengo la guardia anímica más baja. Son curiosos sus mecanismos para mostrar su inevitable presencia y poderío. Es fulminante su golpe, por ejemplo, cuando al ir conduciendo tengo que detenerme en mitad de cualquier parte para comprobar el mapa, por no tener a nadie sentado a mi lado que vaya haciéndome indicaciones (agradecería incluso perderme por dichas indicaciones, con tal de no viajar solo). Sigue siendo agudo el dolor cada vez que llega a mí alguna imagen de Granada, ciudad a la que por ahora veo muy complicado el retorno, aunque, ahora que caigo, esto quizás sea melancolía en vez de soledad ¿no? También es visto y no visto el malestar que se apodera de mí, cada vez que entro solo a un centro comercial y compruebo cómo instintivamente, sigo un recorrido predeterminado y voy llenando el carro con los mismos productos, siguiendo una ruta marcada por los mismo pasillos. Me doy cuenta con que facilidad la rutina se ha apoderado de mi vida, y me ha convertido en un hombre previsible. En esos momentos, el ánimo me culebrea, y sin pensar estalla una pequeña revolución dentro de mí. Giro el carrito de manera brusca, un carrito con una increíble tendencia a golpearse contra los mostradores, y me meto, inconsciente, en el primer pasillo que me ha salido al paso. Me azota entonces una ola de bochorno, porque el pasillo elegido resultar ser el de la lencería femenina. Nunca las revoluciones, incluidas las personales, fueron sencillas, y pese a este valiente giro espontáneo, continúo sintiéndome solo, y ahora además, algo confundido y porque no decirlo, ligeramente excitado. Pero salgo de ese primer pasillo, con el estómago encogido, el pantalón algo más apretado y envuelto en ese vértigo gustoso que me entra cuando empiezo a filtrear con la ilegalidad. La experiencia es grata, se apodera de mí un orgullo como de salmón, experto nadador contracorriente, anárquico salmónido y padre filosófico de todas las revueltas populares. Y entonces me inflo de valor, incluso de cierta irresponsabilidad. Ya no sólo camino por secciones desconocidas, nunca antes transitadas por mí (como jardinería, electrónica o bricolaje, curiosamente, en esta última no me ha asaltado ningún barbudo vasco que me explique las ventajas de la silicona), sino que además me cambio del carril, de repente soy un kamikaze, a los mandos de un carrito del “carreful” con turboinyección, llantas de aleación y la dirección más desasistida que nunca. Voy rozando pilares, haciendo tambalearse tiestos, vasos, jarrones y demás productos frágiles de las estanterías; cual caballo de Atila por donde paso no vuelve a crecer el consumismo. Asolo estantes, zarandeo mostradores, derrumbo pirámides de latas de tomate…, hasta que ocurre lo inevitable. Al fondo del pasillo por el que zigzagueo sin control, descubro la figura, ausente pero precisa, del guardia de seguridad. Y la valentía y el aliento insurrecto que me dominaban hace unos segundos, huyen de mí cuales ratas en barco zozobrante, y en cuestión de segundos permuto de che de hipermercado a inocuo consumidor. Freno mi carrito, lo recoloco en el carril adecuado, y comienzo a llenarlo con cuanto producto en oferta me sale al paso. En media hora todo ha terminado, estoy conduciendo de vuelta a casa, con el maletero repleto y una estúpida sonrisa en la cara.

Por cierto, esta no es la historia que, como bien anuncia el título, tenía pensado contar. Y es que ocurre a veces, que en mi errático y suicida transitar por los pasillos, no han sido las fuerzas del orden con las primeras que me he topado, sino que he acabado impactando con el carrito de otra joven solitaria, de corazón también falto de aventuras y sublevaciones furtivas en estrechos probadores. Y en esas veces, a veces ocurre que brota el milagro, con un par de miradas cómplices se dice todo. La historia que surge entonces es bien distinta, digamos que con un final aún más feliz, pero que, por falta de tiempo y de espacio en este folio, tendré que contar en otra ocasión…

13 comentarios:

patim dijo...

yes, yes, yesss! me gustó julianismo!

Tresmasqueperros dijo...

Holaaaaa Pati, qué alegría volver a saber de ti... y me alegro que te guste el cuento ¿quién no ha hecho locuras con los carros de la compra?

Ra dijo...

je je je, me lo he leído enterito :O)
Fresco, me ha gustado.
Y el sexo vende mucho!!!
:)

Anónimo dijo...

Ja, ja...Esa es la idea...porque si pongo que es una historia de Julián paseando con carrito por el eroski no lo lee nadie. Un beso Raquelín y buena semana a las dos por los madriles...

Javier dijo...

y el kiki para cuando ? ay julián... Kikis for everybody ¡El mundo iría algo mejor...

Ra dijo...

Algo mejor??? MUCHO mejor!!!!
La de energía que se libera!!!
Besos contantinoplos!!

Anónimo dijo...

¿Se sabe algo de Cris?

Tempus dijo...

¡Muerte por kiki!

Leandro dijo...

1) El título como herramienta de marketing. ¿Se cree usted muy listo, eh?

2) Mi primer polvo en un probador aún está por llegar. ¿Algo que deba uno saber, alguna indicación importante, alguna cosa que no se deba pasar por alto? Se agradece cualquier orientación a ese respecto.

3) Usted y yo tenemos algunas discrepancias relativas a la cuantía y colocación de las comas (,) pero... uf, qué pereza empezar ahora otra vez con eso.

4) He visto por ahí un porque que tal vez debería ser porqué (en ...y porque no decirlo...), pero no me gustaría parecer excesivamente quisquilloso. En fin... ¿porqué? ¿Porqué? ¿Porqué?

5) Ojo con la melancolía. Como dice mi amigo José Enrique, músico, no es más que la hermana guapa de la tristeza. Y tiene mucho peligro.

6) Buen cuento, aunque disfrazado de reflexión. O buena reflexión, aunque disfrazada de cuento. No sé exactamente.

7) Si soledad le invita a un trago, eso quiere decir que va a cerrar. Téngalo en cuenta

Tresmasqueperros dijo...

Como siempre, muy agradecido por tus comentarios, y muy pendiente de rectificar los errores que me comentas. No deja uno de aprender de Leandro. Muchas, muchas, muchas gracias.

Leandro dijo...

Como siempre, con la ironía bien afilada. Eso está bien

Idril dijo...

Por dios, no sigas contando, que puedes traumatizarme de por vida, querido hermanito!!

Tresmasqueperros dijo...

Tranquila hermanita, que es pura ficción, una herramienta del artista... Besetes para toda la familia.