martes, 17 de mayo de 2011

IDIOSINCRASIA (o porqué Jimena se hizo bibliotecaria)(2ª parte)

Creyó comprender entonces nuestra protagonista que cada palabra era un pedacito del mundo que le rodeaba, un mundo que todavía era muy reducido: su casa, las casas de sus amigas, las calles que la llevaban a la escuela y la propia escuela en su pueblo de la montaña. Pero empezaba a darse cuenta de que esa palabras que iba recogiendo, sopesando y guardando, eran como pedazos de un mundo mucho mayor, el mundo que se extendía más allá del mundo que habitaba. Esos retales de otras vidas, eran algo así como las aves migratorias que uno ve volar en las tardes de otoño, aves que apenas nos hablan, pero que desprenden de sus alas el misterio de otras tierras.

Jimena se miraba en el espejo. Veía lo pequeña que era, lo ridículas que eran sus manitas que apenas podían atrapar los objetos, lo cortas que parecían sus piernecitas para echar a andar. Con ese cuerpo jamás podría recorrer ese mundo exterior que se le antojaba infinito Pero tenía a las palabras, mensajeras que traerían ese mundo hasta a ella.

Doblegó entonces sus esfuerzos en leer y aprender todo cuanto pasaba por sus manos. “Llegarás tarde al cole” le decía su madre. Y se le enfriaba el desayuno, absorta como estaba en leer todos los ingredientes que aparecían enumerados en la caja de cereales. “¿Jimena te gusta este vestido?” Pero ella apenas reparaba en colores o el corte de las telas, a la primera ocasión, buscaba alguna etiqueta entre los pliegues de la falda y leía: “algodón, poliéster, lavar en frío…”. “Mmmm, poliéster”, se relamía, “¿de que rincón del mundo habrá surgido una palabra tan curiosa?”. Así era la vida de esta niña de cinco años, una constante búsqueda de palabras, y un imaginarse mundos maravillosos tras cada una de ellas.

Aparte de leer, sólo había otra tarea a la que le dedicase su tiempo, y esa tarea, era por supuesto escribir. La parecía un milagro, le hacía sentirse como una diosa, el hecho de que, con un simple lápiz y una hoja de papel, pudiese recrear también esas palabras. Se pasaba horas y horas, sentada en la mesa de la cocina, copiando las palabras que había aprendido. Del mismo modo que se esmeraba en pronunciarlas con la mejor de las entonaciones, procuraba transcribirla con la más preciosa de las caligrafías. Las copiaba cientos de veces, con lentitud, con parsimonia, alargando al máximo las curvas de cada letra, disfrutando en toda su intensidad de ese momento de creación, sorprendiéndose del hermoso rastro gris, del hermoso mundo que iba desplegando el lápiz tras su devenir sobre el papel. Se sentía feliz, con esa felicidad desatada que sólo pueden sentir las niñas pequeñas, tras cada nueva creación. Por supuesto, Jimena tenía una caligrafía perfecta, atípica para una chiquilla de su edad. Era una caligrafía pulcra, barroca; creaba volutas y filigranas allá donde las letras se prestaban a ello. Una “t” podía ser un precioso árbol con unas raíces que se aferraban con fuerza a los márgenes de la libreta, una “v”, alargaba por arte de magia sus brazos hasta convertirse en un hermoso cisne, una “o” era la boca de un pozo cargado de arcanos secretos.
Era curioso, pero había una palabra, una sola palabra, que no le gustaba, es más, casi se podría decir que sentía odio por esa palabra. Era una palabra orgullosa, acaparadora, era una palabra que intentaba negar la existencia de las demás. Una palabra juez, una palabra policía, una palabra frontera. Esa palabra era “etcétera”. ¡Cómo se enfadaba Jimena cada vez que la leía al final de cualquier enumeración, como dando por concluida la frase, no dejando pasar con su severa presencia las palabras que aún quedaban por llegar! Una palabra tan intensa que no hacía falta que acudiese toda ella para hacer su trabajo, pues tan conocida era en su mundo: “Etc.”. Ah, cómo la despreciaba, tan autoritaria, con lo que le gustaba acunar entre sus labios cuantas palabras llegasen a ella. Esa palabra le privaba de un modo tan drástico de su mayor placer. Aprendió así Jimena que las palabras podían ser poderosas, incluso que podían hacer daño.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE.

3 comentarios:

Juan G. Olivares dijo...

Me gusta la primera y la segunda parte.¿Eso es bueno?
Yo quiero ponerme en contacto con el admisnistrador del Blog.
1- Para agradecerle que haya enlazado el mio.
2- Para que me explique como enlazo el suyo.
3- Para poder participar en un duelo de cuentos.

Me dedico en mi tiempo libre a buscar y dar lecturas gratis en mil Blogs en mi tiempo libre, y aqui hay mucha y buena, asi que, señor administrador, ¿como podria yo ponerme en contacto con usted?
Mi e-mail es primigeneo@hotmail.com

Idril dijo...

Que bonito!!!

Anónimo dijo...

OHH!!! QUE HERMOSO CUENTO, YA ESTOY ESPERANDO LEER LA ULTIMA PARTE, ( ME ENCANTO LA FRASE: "CUANTAS PALABRAS TENDRA ESTE LIBRO PARA PESAR TANTO"), UNA PREGUNTA: DE DONDE HABEIS SACADO LAS ILUSTRACIONES QUE ACOMPAÑAN LA SEGUNDA PARTE, ESTAN PRECIOSAS.
UN SALUDO.