miércoles, 2 de marzo de 2011

ALPINISTAS Y SAMURÁIS

Recuerdo que iba sentado en el tren que va de Victoria Station al aeropuerto de Heathrow. Volvía de hacer una entrevista a los chicos de Keane que habían tocado el día anterior en el Barfly Club. No había mucho que pensar ni decir sobre ellos. Aún así, quería mantenerme despierto, pues tenía un miedo atroz a pasarme de estación y perder el vuelo. Intentaba entretenerme mirando el paisaje fugaz que se desplegaba tras las ventanillas del vagón. Era de noche, por lo que apenas podía ver nada, únicamente las siluetas de los edificios y sus ventanas iluminadas. Recuerdo saborear de manera extraña el vértigo que sentía al pretender adivinar, en pocos segundos, todo lo que estaba ocurriendo detrás de cada una de esas ventanas encendidas. Especulaba, creaba vidas que olvidaba casi al instante, aplastadas estas por una nueva y fugaz vida inventada. ¿Quiénes vivirían en esas casas? ¿Hacia que trabajo se dirigirían a esa hora tan temprana de la noche? Eran preguntas de respuestas imposibles, que sin embargo yo disfruté haciéndome durante el breve trayecto en tren. Después he recreado ese juego cientos de veces, en todos y cada uno de los viajes nocturnos que he realizado. Cuando voy conduciendo por algún páramo deshabitado, siempre acabo descubriendo, en lo alto de alguna loma, una bombilla encendida en el porche de algún cortijo solitario, o cuando atravieso cualquier pueblo, cualquier paraje habitado, da igual lo avanzada que esté la noche, siempre acabo adivinando alguna luz que me saca de mi ensimismamiento, que acapara toda mi atención y dispara mi imaginación. Es tanta mi curiosidad, que en más de una ocasión me ha asaltado la tentación de parar el coche o de bajarme del tren, y dirigirme hacía esa casa, llamar a la puerta y averiguar qué tipo de persona la habita y qué tipo de vida lleva. Es un juego espontáneo y trivial, al que sin embargo me he vuelto completamente adicto. Realmente en todos mis viajes, me entretiene este arrebato, este ansia de hipótesis y ensoñaciones, más que cualquier disco que lleve puesto o cualquier programa de radio que estén retransmitiendo en ese momento. Es por este juego que prefiero viajar de noche.

Del mismo modo que miro todas esas ventanas iluminadas, breves e irrepetibles, miro ahora a la pareja que tengo a escasos metros delante de mí. Él es Raúl, guitarrista de Rey Sol, el grupo que he escuchado hace un momento y que he venido a entrevistar. Él se ha inclinado sobre ella para susurrarle algo al oído, aunque por supuesto, dado el volumen de la música en este local, no he podido escuchar lo que le decía. De todos modos, no me interesa lo que pudiera susurrarle. En realidad lo que me atrae de esa escena es la mirada de ella. Una mirada como ausente, pensativa, vuelta para adentro y a la vez proyectando un extraño destello hacia el infinito. Yo salgo corriendo detrás de ese destello, aunque sé que no podré alcanzarlo. Los miro del mismo modo que miro las ventanas iluminadas, atraído por esa inaudita curiosidad que ya lleva en sus entrañas la semilla de una respuesta inalcanzable. Desde mi posición apartada, sin atreverme a preguntarles nada, me resultará imposible saber todo lo que encierra esa mirada. Pero lo prefiero así. Prefiero no saber nunca la respuesta. De hecho, pienso que la mayoría de los actos, objetos y situaciones que nos rodean no tienen significado alguno. Existen únicamente para activar nuestra curiosidad, para mantenernos despiertos, para recordarnos que existimos. Intento congelar en mi memoria este momento, el segundo exacto en que el susurro de él desata esa mirada inabarcable, circundante. Me siento afortunado de estar acodado en la barra del Babilón, en el momento preciso en el que todo se crea. A ratos querría ser yo quien susurrase algo al oído de esa mujer, ser yo quién desatase esa mirada sin réplica. Quién nunca querré ser es la persona que tendría que ser esta noche, la persona que rompa ese momento evocador, la persona que llegue por detrás, tanteé el hombro de Raúl y diga: “Hola ¿Raúl?, soy de la revista Mondo Sonoro, me gustaría hacerte unas preguntas”. Así que creo que me terminaré mi copa y volveré al hotel sin hacer mi trabajo. Esto probablemente haga que me despidan, del mismo modo que ya me despidieron una vez por escribir sobre las ventanas iluminadas de Londres. Alpinistas, samuráis, cosas más raras me han de pasar.

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