martes, 26 de octubre de 2010

MURMURAN QUE STENDHAL ES UNA DE ESAS CIGÜEÑAS...

Conforme me acerco a la ciudad, son más y más las personas que me hablan de ella. De hecho, me atrevería a decir que en cada hospedería o posada en la que voy pernoctando no se habla de otra cosa. Y así, mi curiosidad, azuzada por tantos y tan variados elogios va creciendo en mi interior. Devoro entonces las leguas con ansia, espoleando al jaco al límite de sus fuerzas. Apenas me detengo ya en las fondas, solo lo justo para beber un poco de vino, comer algo de queso y refrescar mi quebrantada montura. Por supuesto, continúo escuchando con avidez todo cuanto me cuentan sobre ella. Da igual que quién se dirija a mí sea un hidalgo, un tabernero o un simple labriego. Me sorprende cómo la sola mención de su imagen los transforma a todos en ilustres poetas, convirtiendo sus toscas y rudas palabras, en una furiosa avalancha de adjetivos, suspiros y grandilocuente castellano.”¿Pero de verdad es tan hermosa?”, pregunto a todo aquel que me platica sobre ella de manera tan desatada. Y todos me responden con la misma mirada perdida y las mismas palabras encendidas. Desde hace días no tengo ya dudas sobre las historias de esos extraños. En verdad ha de ser sublime aquella de quién murmuran, por cuando encuentro en mi trayecto que todo aquel que la ha contemplado tiene ahora el alma partida y la mente disminuida. He de reconocer, que yo mismo, sin haberla avistado todavía, empiezo a notar como crece dentro de mí,cierto barrunto de deseo, cierto mariposeo de tripas que casi me atrevo a llamar amor. 

Tras varias jornadas impelido por unas prisas repentinas y rozando la angustia, llego a la villa donde sé que he de encontrar mi dicha: Palencia, año del señor de 1481. Venía aquí por humanos temas terrenales; disputas de tierras, reconocimiento de títulos y el regateo con algunos comerciantes judíos a la espera de recuperar ciertos reales de a ocho que de un tiempo a esta parte venían faltando de mi maltrecha saca. Pero ahora, a las puertas de esta ciudad, apenas puedo pensar ya en eso. Ahora sólo quiero verla a ella. A la dueña de los sueños y los anhelos que han ido creciendo en mí a lo largo del viaje. A ese pedazo de paraíso erigido sobre la tierra. Dejo atada mi montura, que hasta de mi jamelgo tengo celos, y nada más cruzar el puente que sortea el río Carrión me pongo a buscarla como un poseso. No me atrevo a preguntar a alguien, no vaya a ser que note mi ansiedad y se ofrezca acompañarme en la búsqueda. La quiero para mí solo. Atravieso con el alma en vilo estrechas callejuelas, espero el impacto de su presencia al doblar cada esquina. “Sabrás que es ella nada más verla”, me han dicho todos, y esas palabras son mi única guía en esta demanda desesperada.

¡Y por fin la encuentro! Al salir del corral de Gil Fuentes casi caigo de rodillas a sus pies. Es la hora punta de mercadeo en la plaza Inmaculada, bullicio tremendo de comerciantes y mercaderes, de compradores, vagabundos y tunantes, pero entre tanto ajetreo, allí esta ella, plantada en medio de todos, ajena al vocerío y al intercambio de miserias humanas. Sobrevuela impávida la marabunta de medianías con una hermosura divina, con una mirada altiva, alzando al cielo su beldad blanca, fría e inalterable. Es tremendo el pasmo que siento al tenerla por fin tan cerca. Me escabullo dentro de una cancela e intento allí recuperar la vida que parece quiere escurrírseme por la boca. De repente me falta el aliento y me flojean las piernas. Las gentes que me hablaron de ella no mentían. Realmente es muy hermosa. Casi me duele la multitud que discurre alrededor de ella sin reparar en tamaño milagro. No sé cuantas horas permanezco escondido en la cancela, al resguardo de las sombras, temblando de amor y de deseo. Oscurece el cielo, las gentes del mercado ya se han esfumado, cuando me atrevo otra vez a asomar la cabeza por la puerta. Y por supuesto, allí sigue ella todavía. Son las horas de la tarde y la quietud, cuando comienza su perfil a imperar y a engrandecerse, a apoderarse con su presencia de toda la plaza, y casi me atrevería a decir que de toda la ciudad. Descubro también con una mirada fugaz que hay otras sombras al acecho. Intuyo que otros amantes están apostados tras los portones, armándose de valor y esperando el mejor momento para acercarse a ella. Es inevitable la lucha. Tan divino premio exigirá grandes dotes de valor e ingenio para obtenerlo. También me contaron durante el viaje, que han sido muchos los jóvenes que se han batido en duelo por ella, muchas las espadas que se han quebrado por conquistar su atención, cientos las dagas que se han enfrentado al ansía rival. A su vez, me han relatado que nadie aún ha sido capaz de obtener de ella el más mínimo de los guiños. Su talle frágil nunca se ha torcido en señal de respeto ante quiénes la han pretendido. Esa es mi esperanza, y la de todos los que la acechan desde los rincones de la plaza. Pero he de ser yo quién consiga quebrar su altivez y conquiste por fin una señal de su consentimiento, aunque no haya sido el primero de los amantes que han pretendido a la “bella desconocida”...

continuará... aunque no sé cómo... 
Cuento dedicado a la ciudad de Palencia y a su bella desconocida...


6 comentarios:

Javier dijo...

continua...continua...

BENHUMEA dijo...

ey que buen relato, muero de curiosidad por saber mas de la bella desconocida y de su amante.

Un besito muy grande Juli¡

Anónimo dijo...

Molaría que tu bella desconocida fuera una dama sin genitales. Eso explicaría que no sucumba a ningún encanto varonil.

....¿Que haría el andante con una mujer como un angel en todos los sentidos?...jejejejej....

Chantilly & Picatostes

Julián Mª Guzmán. Club de Lectura Aljaima dijo...

Hola Chantilly, ¡qué alegría verte por aquí! Y espero verte mucho más. Por cierto, he querido varias veces devolverte la visita pero no me dejan entrar en tu blog, no sé si serán los ordenadores de la junta. Ya sabes que están preparados para no dejarte entrar a nada que tenga algo de cultura y calidad. En fin ahora mismo voy a probar otra vez. Un besazo y otro para toda la gente maja de cuenca.

Anónimo dijo...

Por cultura y calidad.... no creo que ninguna de esas dos cualidades sean la causa de la censura a mi rincon. Carece de las dos cosas, pero es algo asi como el que tiene un hijo feo....es suyo y lo quiere...je

da por hecho lo de los besos a la gentecilla, desde aqui te mandamos otro bien gordo para ti, Julianillo

Leandro dijo...

Más bella que desconocida, creo. No acabo de hacerme con el título, aunque es llamativo, me gusta