Dentro de poco empezará el espectáculo. Poco a poco los clientes van remoloneando a sentarse en los sillones que rodean el escenario. Yo prefiero quedarme donde estoy, acodado en mi barra, simulando cierta solvencia y escrutinio del panorama. El camarero me trae otra copa... Y lo que viene a continuación no sé muy bien como describirlo. Sale ella, completamente desnuda. Normalmente en este tipo de actuaciones las chicas empiezan algo más recatadas, calentando motores. Vestidas con algún estúpido uniforme y con cara de no haber roto nunca un plato. Todo resulta así artificial, plastificado, cuasipatético. Pero Eva va directamente al grano, nos fustiga a todos con sus primeras zancadas. A modo de chal, lleva la serpiente. Sus contoneos son brutales, salvajes. Sus caderas se transforman en un torbellino, sus piernas en dos látigos que enreda una y otra vez alrededor de la barra. Gatea cerca de algunas mesas con gestos felinos, sinuosos, oscilantes. La serpiente sigue una especie de danza propia recorriendo todo su cuerpo, sin desprenderse nunca de ella. Parece adherida a su piel. Sorprende la lentitud de su desplazamiento entre tanto vaivén frenético. Forman un solo cuerpo cuyos rincones uno no puede dejar de mirar. Observo como algunos borrachos hacen amago de abalanzarse sobre ella, pero, a la vez están sobrecogidos, clavados en sus asientos por tan misteriosa danza. Juegan con las miradas una partida de póker en la que ellos sólo llevan morralla. Van de farol. Los ases durante esos minutos son propiedad de Eva. Todo transcurre muy deprisa, como un polvo feroz. Los corazones laten a mil por hora, las manos agarran fuerte los vasos, los culos bien apretados al pellejo de los sofás, y las pollas como bengalas queriendo escapar de los pantalones. Pero todo alrededor de Eva huele a conato de derrota, sobre ella planean gemidos de impotencia y silencio. Y de repente todo ha terminado. Un par de piruetas finales y meneos, un último culatazo de su melena dorada y la vemos desaparecer fugaz detrás de las cortinas. Se escuchan algunos suspiros, algunos silbidos y abundan las miradas escépticas cómo de no saber muy bien que es lo que ha pasado por delante de todos nosotros. Pienso que a ese huracán tendré que enfrentarme dentro de unos minutos y me flojean las piernas. Quizás no resulte tan sencillo el nuevo trabajo que me mandó el viejo. Le pido tres copas más al camarero. Una me la tomo de un trago.
- Bonito baile, rubia. – digo esto casi en un susurro, mirando al suelo y sin atreverme a traspasar del todo la puerta de su camerino. Eva está sentada en un taburete, retocándose el maquillaje, ajustándose las medias. Me siento por unos segundos como un adolescente que entrara por primera vez a un puticlub.
Fin sexta parte
Dedicada a Yolanda, que tanto me anima a escribir
3 comentarios:
Muchas gracias.
Buenísimo.
C.
Vaya danza samarcao!
Parecía que la estaba viendo...
Eso sí, el detective me está empezando a dar pena... "Bonito baile, rubia" ????!!!!
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