LA PRIMAVERA
El verano. Tórrido, inaguantable. La época de la recogida, en la que los niños veíamos como las mulas famélicas con al alforjas llenas, caían reventadas camino del pueblo cuando, por fin, su alma bendita pasaba a mejor vida. Y nosotros, sudorosos, cansados y escuálidos, las mirábamos, cargados como íbamos, con envidia, al sobrepasar al animal que ahora descansaba en el suelo mientras el amo, maldiciendo y pateándola, iba sacando su carga para llevarlo él mismo en varios viajes.
El verano. Tórrido, inaguantable. La época de la recogida, en la que los niños veíamos como las mulas famélicas con al alforjas llenas, caían reventadas camino del pueblo cuando, por fin, su alma bendita pasaba a mejor vida. Y nosotros, sudorosos, cansados y escuálidos, las mirábamos, cargados como íbamos, con envidia, al sobrepasar al animal que ahora descansaba en el suelo mientras el amo, maldiciendo y pateándola, iba sacando su carga para llevarlo él mismo en varios viajes.
En otoño no veíamos el sol en mi pueblo. Una cortina de agua cubría todos los alrededores. El gris dominaba nuestras vidas y nos volvía a todos grises. Los días en los que el cielo, clemente, dejaba de arrojar sus húmedos litros, una espesa y empapada niebla venía a sustituir la cantidad diaria necesaria en el ambiente para que todos pareciéramos gatos escaldados, con el pelo pegado a la cabeza y los ojos entornados para poder ver.
El invierno. Frío. Sabañones en las manos y en las orejas. Y el mismo hambre. Cuando, con respeto y pidiendo permiso al tiempo, asomábamos las narices por la puerta de nuestra casa nos recibía invariablemente un viento helado que nos reprendía por osar enfrentarnos a él.
Pero la primavera… Todos soñábamos con la primavera. Es lo único que añoré cuando dejé ese pueblo de extremos. La tierra parecía despertar, y pequeños animales con bellos colores aparecían a tu alrededor alegrándote el camino. Era una época en la que no había tanto trabajo en el campo. A nosotros, seres bastos, duros, nos brillaban los ojos y nos asomaba una sonrisa por los labios volviéndonos, durante unos pocos meses, a las mujeres coquetas y a los hombres gallardos. Fue en primavera la única vez que me enamoré de un hombre y fue en primavera cuando dejé, llorando, mi casa.
El invierno. Frío. Sabañones en las manos y en las orejas. Y el mismo hambre. Cuando, con respeto y pidiendo permiso al tiempo, asomábamos las narices por la puerta de nuestra casa nos recibía invariablemente un viento helado que nos reprendía por osar enfrentarnos a él.
Pero la primavera… Todos soñábamos con la primavera. Es lo único que añoré cuando dejé ese pueblo de extremos. La tierra parecía despertar, y pequeños animales con bellos colores aparecían a tu alrededor alegrándote el camino. Era una época en la que no había tanto trabajo en el campo. A nosotros, seres bastos, duros, nos brillaban los ojos y nos asomaba una sonrisa por los labios volviéndonos, durante unos pocos meses, a las mujeres coquetas y a los hombres gallardos. Fue en primavera la única vez que me enamoré de un hombre y fue en primavera cuando dejé, llorando, mi casa.
5 comentarios:
Cachis, Maribel, se me ha caido una lagrimita. De repente tengo ganas de ir a mi pueblo, o al menos, darme una vuelta por La Roda. Muy bonito el cuento, que buen fichaje para el blog.Julián.
...primavera...primavera...
Javi, Javi,¿Y tu cuento para cuándo? Mira que te sanciono. Que Maribel está deseando proponer tema... Por cierto, y una fotoa tuya, para enseñar a las sección femenina (no hace falta que estés favorecido, eso seria pedirle peritas al olmo. Por otro lado, shalom, y suerte con todo.
Relato entretenido, pero con demasiadas comas. No me han gustado las subordinadas. La primavera es la época de las alergias. Un saludo a todos, me gusta el blog.
Chico Maravilla.
Es mi gran problema, las comas (tal y como ves) ja,ja. Lo revisaré, a ver si algún día tenemos más de diez minutos para escribir esto...
MB
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