Todas las mañanas, después de tomar el té y rezar sus oraciones, el pequeño Al-Zugabi corretea por las estrechas callejuelas, detrás de su abuelo, hasta la puerta de la kasbah, y se sienta junto a él. Durante el resto del día lo único que hará será observar el gesto estirado y silencioso del padre de su padre, su mirada perdida apuntando hacia el norte, hacía más allá de las dunas, hacía más allá del desierto, hacía más allá de donde termina el mar.
Sentado sobre su piedra, la espalda apoyada en el adobe, el pequeño Al-Zugabi, intenta atrapar en silencio el porqué de la tristeza y la nostalgia de su abuelo, para qué sirven los recuerdos, de dónde mana el par de lágrimas que todas las mañanas recorren sus mejillas. Ese único y matutino par de lágrimas. A veces, su abuelo, se agita nervioso sobre su asiento, menea su trasero y se estira la chilaba, parece incluso que vaya a decir algo. Pero el movimiento de acomodo dura sólo unos segundos. Se quiebra la esperanza de Al-Zugabi de escuchar la voz de su abuelo, que recupera rápido su mirada ausente y su actitud hermética. Así pasa, Al-Zugabi, sus días, junto a su abuelo.
Y así pasa también sus semanas y sus meses. La aldea es pequeña, apenas unos pegotes de barro encaramados a un baldío altozano. Es Al-Zugabi el único chiquillo del pueblucho, y no tiene amigos con los que ir a tirar piedras a los camellos, o con los que subirse a las palmeras a recoger dátiles. Poco a poco, sentado en su piedra, su pequeña atalaya, a la espera de las palabras de su abuelo, ha aplacado su alma infantil y ha aprendido a pasar las horas sentado en silencio, observando al viejo que observa.
Pero un buen día, la piedra que sirve de asiento a su abuelo, amanece vacía. Al-Zugabi, en su suprema ingenuidad no intuye el motivo de esa ausencia. Será su abuela Azam la que le explique:
- Nunca llegará la primavera a nuestro pueblo, querido nieto. Alá, en su infinita sabiduría hizo a los pueblos diferentes. A cada uno de ellos les dio unos dones, pero también unas carencias. A nosotros nos dio valor, nos dio la fe, y nos dio las cimitarras y los camellos. Pero también nos dio el desierto. Y tampoco nos dio la primavera, aunque sí nos dijo dónde encontrarla.
- ¿Y dónde está la primavera, abuela?
- Allá, allá lejos.- Y Azam mira y señala también hacia dónde siempre miraba el abuelo - Más allá de las dunas, más allá del desierto, más allá de donde termina el mar.
- ¿Y porque no volvemos a por la primavera abuela?
- Ya la tuvimos una vez, pero nos la robaron los infieles.
- ¿Y el abuelo ha ido a recuperar la primavera, abuela?
- No, pequeño Al-Zugabi.
- Pues yo pienso ir a por ella, y traerla al pueblo.
Al día siguiente son dos las piedras que amanecen vacías, a la entrada de la kasbah. Y desde ella, unas pequeñas huellas que parten y que pronto cubrirá la arena del desierto.
La primavera existe, la primavera tiene un nombre. Y ese nombre es Granada.
8 comentarios:
Chicos, chicos, venga que se nos duermen los lectores. Desde distintas embajadas he recibido avisos para que nos demos prisa con los cuentos de este duelo. Que se impacienta el populacho y le da por revelarse. Un saludo a los tres. Por cierto, un poco forzado el mío, Javi, es que esto de la primavera no acaba de inspirarme. En fin...así le saco un poco de provecho a mi viaje a Marruecos.
Simplemente...GENIAL ¡
Qué bonito Julián!
Me ha gustado mucho mucho!
Gracias.
No sé, Javi, un poco forzado. Intentando hacerle un pequeño homenaje a la Granada de mis amores. Un saludo, espero con ganas tu relato.
A mi me ha encantado. Siempre hay algún trocito que se puede arreglar... pero en el tiempo que los escribimos es imposible! Uno de los que más me gustan.
Maribel
Me ha gustado mucho especialmente lo referente a Ala: bonita reflexion.
Como se nota tu amor por Granada.
Un abrazo.
Hola Julián!!!!:
Me ha gustado mucho este cuento.
Es curioso q aunq en Granada apenas disfrutemos de primavera…sin embargo para muchos el significado de primavera sea Granada.
Un beso.
Éste es el que he leído hoy. Más poético que narrativo, y con el sabor de los cuentos más clásicos. No sé si es forzado, no conozco las reglas del duelo del que surgió este cuento, pero no lo parece
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