- ¿Tú, qué haces todavía aquí? ¿Por qué no has salido corriendo?
Soy incapaz de responder, pero me sorprende el no sentir miedo alguno, por mi estómago se agita, estúpidamente, algo parecido a resignación. Esa voz potente me sobrecoge, es como un calambrazo que agarrota instantáneamente todos mis músculos. Sólo soy capaz de encoger los hombros, aunque sin atreverme a girarme y mirarle.
- Vaya, parece que estás más loco que yo.
Desde la puerta de la cafetería llegan algunos murmullos. Los primeros curiosos se atreven a asomar sus cabezas para ver qué está ocurriendo. Yo continúo sin saber qué decir, me cuesta incluso pensar. Busco minuciosamente en algún rincón de mi cabeza alguna frase que soltarle. Alguna excusa que justifique mi quietud y que no soliviante aún más al psicópata que tengo detrás de mí.
-Qué huevos más gordos tienes! ¡Vuélvete, que te vea la cara!.
Escaneo la barra buscando mi taza de café, algo en lo que refugiarme, quizás algún objeto con el que intentar defenderme. Mis músculos obedecen por fin, aunque mi mente continúa aletargada. Me giro al fin y la pistola queda entonces a la altura de mi frente.
- ¿Quién te crees que eres? ¿No serás un poli, verdad? ¿O acaso piensas que eres un héroe?.
- No soy nada de eso.
- Me da igual quién seas. De todos modos te voy a matar. Cómo a estos pobres cerdos. - Se gira levemente y señala con la pistola los cuerpos más cercanos. - ¿Tienes miedo?
He reaccionado por fin. Estoy como en un callejón sin salida en que las opciones son mínimas. Toda se hace, de repente, tremendamente lógico. Respondo cómodo.
- No, no tengo miedo.
El sonríe. Al responder he ido agachando poco a poco mi cabeza y mi voz se ha ido apagando. Esta breve charla se parece a una partida de póker, yo no tengo cartas, pero lo que he dicho tampoco ha sido un farol. Es como si jugásemos la misma partida pero en mesas distintas, el uno muy lejos del otro: aunque continúo sintiendo el calorcillo que desprende el cañón de la pistola, ahora sobre mi coronilla.
Joder tío, deberías estar acojonado. Deberías tener miedo. Debes tener miedo.
Su voz retumba en mi cabeza. Sus palabras producen un eco dentro de mí y se superponen unas a otras, provocando que me cueste entender lo que me está diciendo. Alzo el rostro y le miro directamente a los ojos. Sus ojos no parecen los ojos de un loco, no al menos a los ojos que esperaba encontrarme. A decir verdad, su mirada no debe ser muy diferente a la mirada con la que yo suelo abandonar todas las mañanas esta cafetería. Espero que comprenda lo que voy a decirle:
- Pues no, no tengo miedo. En realidad ahora mismo no siento absolutamente nada... Es como si estuviera hueco.
Vaya, parece que lo ha entendido, pero su reacción no es la que esperaba. Mi respuesta ha sido como un empujón, la conversación ha terminado. Le he enseñado mis cartas, que realmente no tenían ningún valor. No intento demostrarle nada. No sé, realmente porque he permanecido en la cafetería y no he salido corriendo como los demás. Da un paso atrás. Él parece haberse quedado sin palabras. Sólo a la pistola le queda algo por decir. ¿Cuántos disparos ha hecho? ¿Le quedarán balas?. Continúa mientras tanto el goteo de rostros que se asoman tras la puerta, para intentar ver qué está ocurriendo dentro de la cafetería.
No, tú estás loco. Estás zumbao, estás peor que yo. Tío, estás loco...
Entonces tuerce su muñeca, dobla su codo y dirige el arma hacia su boca. Yo cierro los ojos. Él dispara. Noto un chorro de sangre caliente manchando mi cara, el ruido de su cuerpo enorme al caer hace retumbar el suelo. Parece que sus cartas tampoco tenían valor...
Y entonces vuelve el frenesí, el caos de personas entrando en tropel a la cafetería. Algunas me rodean, me dan palmadas en la espada, incluso hacen el amago de abrazarme. Alguien dice: “Yo lo he visto todo. Ese hombre es un héroe”. El barullo de policías y curioso crece. Comienza un interminable parpadeo de flases, de focos que se encienden, de agentes que extienden mantas plateadas sobre los cuerpos que yacen inertes en el suelo. Noto como entre el gentío, muchos rostros se vuelven para mirarme, con gesto mitad de recelo, mitad de admiración. Me están entrevistando. No escucho bien las preguntas y mis respuestas son automáticas, sin sentido. Todos están equivocados. No estoy loco. Tampoco soy un héroe. Hace unos minutos sólo deseaba sentarme una mesa y tomarme tranquilamente un café. Hace unos minutos, simplemente no tenía siquiera ganas de vivir. Todo esta situación es realmente absurda.
Por fin logro zafarme del ajetreo. Ahora voy por la acera camino del trabajo. Llegaré muy tarde. Espero que el jefe esté viendo la televisión y se crea el motivo de mi retraso. De todos modos ese ceporro está deseando largarme del taller. Lo que haría entonces, si me quedase sin trabajo, sería volver a la cafetería. Y entonces sería yo el verdugo. Nadie se ha dado cuenta de que aprovechando el alboroto recogí la pistola del suelo y me la guardé en un bolsillo. En ese momento fue un gesto casi mecánico, pero ahora sé muy bien lo que voy a hacer con ella. Me resultará muy fácil conseguir más munición. Y espero que la próxima vez que entre en la cafetería, haya una mesa libre...
Julián María Guzmán Tapia
Granada, 1996.
4 comentarios:
Seguro que el café tenía alguna droga o algo.
Le hicieron un test antidopaje?
Nunca entro a un local lleno, pero ahora menos aún y cederé mi asiento a todos los que estén en la barra tomando café.
Yo mi me conmigo. Y con mi pistola. Por cierto, ¿por qué en dos partes?
Era en dos partes porque es molesto leerlo en el blog de un tirón. Nos gustaría poner algún menú desplegable, algo así como poner solo el inicio y después un enlace, tipo continuar leyendo, para que resulte más cómodo leer el cuento. O también sería ideal crear el documento den pdf y guardarlo como un archivo. En fin, que estamos todavía muy verdes en este de hacer ameno el blog. Ah, y lo más importante, muchas gracias por leernos y
sobretodo por los comentarios. Nos son de mucha utilidad. Muchas gracias en nombre de los tres.
hola jodio
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