Todo
está en calma. En la calle, la luz del mediodía es cegadora.
Apenas nadie transita salvo algún gato que con paso lento se
resguarda del intenso calor colándose por alguna rendija abierta.
Como párpados cerrados por una siesta obligada, las esterillas de
esparto caen pesadamente por ventanas y balcones protegiendo las
blancas casas del ambiente inflamado del verano meridional. Dentro,
la vida baja los latidos de seres sudorosos y lánguidos. Todo está
en calma. La oscuridad artificial de tupidas cortinas y persianas
arriadas es rota por respiraciones acompasadas, por pequeños rayos
de luz blanquecina que se cuelan por debajo de puertas y el leve
movimiento de una brisa ardiente que mece el contoneo sensual de
suaves visillos. Silencio. Todo está en calma.
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