Cuando
viajamos dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en un
extraño que conocemos bien. Cada viaje es el encuentro con ese
“otro” que en nuestra vida diaria no dejamos que salga.
Utilizamos una lengua distinta a la que usamos para pedir un café
antes de entrar al trabajo. Nuestros oídos escuchan idiomas que
tratamos de traducir y que nuestra mente intenta hacer inteligible
con una familiaridad inexacta.
Cuando
viajamos solos, observamos y reflexionamos más que en nuestra
cotidianidad. Nos sentamos en un café, pedimos un refrigerio
mientras nos convertimos en una cámara que capta cada gesto de los
transeúntes, cada detalle de los edificios, la tonalidad de la
luz que se refleja en las aceras... y nuestra mente , va traduciendo
esas sensaciones que nos genera abstractos pensamientos sobre la vida
que pasa antes nosotros, sin llegar a conclusión alguna. Nos
sentimos distintos, somos distintos.
Volvemos
a casa. Todo sigue igual pero algo ha cambiado. Regresamos a un mundo
que reconocemos pero ahora sentimos que nos pertenece menos. Los
amigos, compañeros de trabajo o la familia los vemos distintos.
Nuestra forma de mirar a cambiado. No sabemos poner un adjetivo, un
substantivo o quizás un verbo para explicar todo ello pero... no
somos los mismos.
Cuando
viajamos... los espejos se deforman.
1 comentario:
Muy bien definidas, en pocas palabras, las sensaciones que te rodean cuando estás viajando... Realmente, cuando tomas un café en una plaza de una ciudad extranjera, toda esa plaza se transforma en un escenario, y la gente que transita por ella, actores. Actores que actúan para ti. Toda una plaza, toda una ciudad, todo un país actuando para ti. ¡Hay que viajar más!
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