He empezado la mañana alternando mi café con miradas
furtivas a un libro de poemas de Luis García Montero, “Almudena” y a la última
novela de Julio Llamazares, “Distintas formas de mirar el agua”. Precisamente
son ese puñado de poemas y párrafos los que me han hecho, una vez terminado mi
desayuno, continuar esta mañana escribiendo en mi diario. Mi serenidad tiene
ahora mismo el tamaño justo de un islote, en el que con un poco de esfuerzo y
crujir de músculos, puedo ponerme de pie y otear el horizonte: el día que se
aproxima. Como un náufrago. Una vez escrito esto y cerrada la libreta comenzará
el vértigo. No todo es tan sencillo. Frente a mí se despliegan un manojo de
horas, cargadas de risas nerviosas y soles a medio salir, que esconden tras de
sí multitud de encerronas. Desidia, desaire, el dejarse llevar, la derrota
espontánea y el abatimiento que corren prestos cogidos de la mano a mi
encuentro. O simple pereza, porque no llamarlo así, sin tanta ostentación ni
golpe en el pecho o palmoteo al alma. También anda por ahí sueltos el miedo, el
miedo a la pérdida que conlleva cualquier elección, la renuncia a casi todo en
cada paso que damos. Los remordimientos, mi gesto compulsivo de mirar
constantemente atrás, la manía de no dar ese paso firme, no sin antes haber
apilado correctamente mis cientos de cajas cargadas de recuerdos. Apenas unas
nubes grises en el cielo y esta mañana se presenta amenazadora. Pero gracias a Luis y Julio, ha surgido hoy el milagro. Gracias a los poemas de Luis y
la prosa de Julio, me atrevo a dar esta dichosa mañana el primer paso y empezar
a caminar por encima de las aguas.
(Dedicado a todas las personas que regalan libros)
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