Si
hubiera nacido en Australia quizás no sintiera necesidad de escribir
esto. Quizás, y sólo quizás, me preocupara la caza ilegal de
canguros o los devastadores incendios que asolan este gran país en
verano. Como australiano de pro, resultado del mestizaje de
convictos, ovejas, señoras prostitutas, vacas, asiáticos, europeos
y demás nacionalidades que llegaron aquí, viviría en una sociedad
asimilada, sin raíces claras, medianamente civilizada y bastante
estable. Trabajaría de 9 a 5 de la tarde, tendría un par de
chiquillos, algún que otro divorcio a mis espaldas y los fines de
semana nos iríamos en familia a hacer surf, pesca submarina o a
disfrutar de la naturaleza en estado puro. Tendría un plan de
pensiones para jubilarme a los 60 años y cuando los chicos fueran
mayores como para coger una mochila y marcharse de casa, mi vida se
volvería algo más aburrida. Llegado a la ancianidad, vivía en una
residencia esperando una postal por navidad y una muerte rápida,
indolora y civilizada.
Si
hubiera nacido en España quizás sintiera necesidad de escribir
esto. Quizás, y sólo quizás, me preocuparía como llegar a fin de
mes, encontrar un empleo medianamente decente y sentiría miedo al
ver como dinamitan lo poco que teníamos de estado social. Como
español de pro, resultado de un mestizaje de inquisidores, burros,
conquistadores sin escrúpulos, putas, gitanos, braceros, esclavos y
gente con mucho aguante, viviría en una sociedad cada día más
orgullosa de su ignorancia donde Mandela era un jugador de futbol y
la Universidad una pérdida de tiempo. Trabajaría cuando me dejaran,
de 7 a 7 de la tarde y no tendría fines de semana de surf, esto
último sólo reservado a los hijos “rebeldes” de fabricantes de
ERE y titulares de cuentas en Suiza que una vez cumplidos los
treinta, cambian Tarifa por una oficina en la Castellana. El ocio
permitido a los de mi clase por las autoridades sería un partido de
fútbol, un par de litronas en el bar y el lunes por la mañana,
irme a la plaza del pueblo o a un polígono industrial a que alguien
me ofreciera un jornal para ese día. No tendría plan de pensiones
porque como español estaría abocado a la “caridad” del Estado.
Si
no tuviera un apartamento que me estuvieran a punto de desahuciar,
seguiría viviendo en casas de mis padres.
Si
la mala fortuna me castigara llegando a la ancianidad... desearía estar
muerto cada minuto de mi ya exigua existencia..
En
este país, la cobardía del hombre honrado ha permitido que
lleguemos a una encrucijada donde sólo podemos ser Sísifos o
Ulises.
A
los Ulises que están viviendo su propia Odisea... que no se rindan y
tengan memoria del porqué de su marcha. Si alguna vez deciden
volver a reencontrarse con Penélope, afilen espadas para acabar la
pelea pendiente.
A
los Sísifos, que dejen de cargar con la Roca,no son animales de
carga, superen su ignorancia, su miedo y conviértanse en ciudadanos.
El
destino de un hombre no lo decide los dioses del Olimpo sino su
compromiso de como vivir y morir con dignidad.
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