Soy de Ámerica Latina, un pueblo sin piernas, pero que
camina. "Calle
13"
Para este viaje volví a cargar mi maleta de libros. Todos de autores latinoamericanos. Monterroso, Belli, mi entrañable Girondo, los inevitables Cortázar, Borges y Neruda, un largo etcétera, aunque teniendo siempre en lo más alto a Benedetti y su compatriota Galeano. Viajaría en esta ocasión por Ecuador, Perú, y Bolivia, aunque quizás el tiempo, el dinero, las carambolas, la suspensión de vuelos o las huelgas de transportes, me llevasen también a Chile, Brasil o Argentina... Pretendía que estos escritores, también Pizarnik, Echenique, Quiroga, Vallejo, Martí, Futuranski y otro largo etcétera, fueran mi guía durante este viaje. Que ellos me hablasen antes de llegar yo a las sorpresas, que ellos me desvelasen los misterios de estas tierras tan plagadas de rincones. Pero una vez emprendido el camino apenas pude dedicarles tiempo. Muy pronto, en mi maleta, sus libros fueron sólo un peso muerto. El constante cansancio me impedía escuchar sus voces y entre ciudad y ciudad, la tensión de la espera lo ocupaba todo. Además, enseguida descubrí que lo que ellos me enseñaban apenas se parecía a la latinoamérica que iba recorriendo. La mayoría de las personas con las que me cruzaba en los inicios del viaje desconocían los nombres de estos autores.
La
latinoamérica real ha resultado ser mucho más directa, más agresiva, cómo sólo
puede serlo un continente habitado por supervivientes. Es una isla infinita
en la que apenas tienen cabida las ensoñaciones. Su aroma es fuerte, a ratos
amenazante, huele a restos de mercado, a sudor rancio, a arroz y choclo
hervidos, a chancho frito, a grasa y gasolina, a frutas maduras, a chicha, a
jugos y cerveza. Sus sonidos son enérgicos, su música irritante, cansina, sus
ritmos a ratos ancestrales, a ratos delirantes. Para mí, con un espíritu tan
ajeno al baile, resulta simplemente agotador, quizás hasta prescindible este
son son lastimoso y repetitivo que lo envuelve todo. La función de esta banda
sonora total es como la de un aniversario diario, como una fiesta de pueblo que
se celebrase a cada rato, me advierte, me atonta, me recuerda, no lo olvido,
que estoy en latinoamérica. Latinoamérica entera me empuja cuando voy andando
por la calle, me obliga a caminar con prisa, a desprenderme de mis
pensamientos, los que traje a modo de coraza desde España, a desprenderme
incluso de mis gestos, afuera mis certezas, cada esquina me hace evocar a mil
fantasmas, y me juego la vida cada vez que cambio de acera. Dentro del gran
viaje que estoy realizando, cada día realizo miles de viajes minúsculos y puedo
acabar charlando con los incas si compro tabaco en un puesto. Los colores de
latinoamérica son los colores de un millón de winphalas agitadas por los vientos
que bajan de las cumbres de los Andes. Todo me estalla en los ojos, llevo
siempre el sol desparramado sobre mi piel y un eco anciano en las entrañas. Su tacto es el
tacto de las piedras talladas con el sudor de otras piedras. Y el tacto de sus
minerales ya no es un tacto, es sólo el recuerdo de un tacto robado. Al pasear
por sus ruinas, sus venas abiertas, comprendo al momento todos sus fracasos:
sus ruinas no me muestran lo que fue latinoamérica, sino lo que no la han
dejado ser. Sólo queda certero, cargado de remordimientos, de tacto cargado de
auxilio y reproche, el tacto de la tierra seca, o el tacto apabullante de la
tierra húmeda, hinchada por sus ríos que pretenden ser mares. Es también
incontable el tacto del millón de hojas de todas sus selvas. ¿Y a
qué sabe latinoamérica? Sus sabores no puedo describirlos, necesitaría una
nueva lengua sólo para enumerar sus árboles y los frutos que revientan cada día
en sus ramas.
Latinoamérica
es tan grande que no cabe en ella misma. No cabe en sus libros, no cabe en las
gentes que la habitan. No cabe siquiera en sus ruinas ni en los sueños que de
ellas surgen. No cabe en sus mapas ni cabe en su historia. No cabrá, por
supuesto, en este cuento. Latinoamérica es como una gran Anaconda rabiosa. Así,
tan imprevisible e inmutable mi única certeza de este viaje será que latinoamérica
es inviajable. Me iré de aquí
deslumbrado, agotado, cargado de asombros pero sin comprender apenas nada.
Imposible llegar al final de los caminos que he emprendido, que no dejan de
culebrear delante de los pasos que voy dando. Porque en latinoamérica serán
siempre más los caminos por recorrer que los ya recorridos.
(Dedicado
a Isabel Montojo, Gema, Francisco, Sonia, Yolanda, Pilar, Isa Pelaz, Miriam,
Vanesa Arroyo, Arrate, Vanesa Salazar, Elena, Bea, Alba, Vero, Beatriz
Rubio, Ana, Itxaso y Shandu, grandes cooperantes de Macará, Ecuador)
(Escrito con el móvil, después pasado a mi diario, en Santa Cruz, Bolivia, 28 de agosto del 2013)
2 comentarios:
Julián. Sencillamente bárbaro! Me has dejado sin respiración desde la primera palabra! Majestuoso! Impresionante!!
Creo, me temo, que intuyo a través de estas letras...que estás madurando!!
Gracias por transmitir tanto.
Evolucionado.
Besos
Gracias Ra, con un poco de retraso, pero gracias, siempre fiel a la cita. Madurando, uff, espero que no, estoy, je je. me da grimita esa palabra, aunque creo que va siendo hora de escuchar un poco la vocecita de la razón.
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