Ya
está... doces uvas... varias campanadas... año nuevo. Intento
imaginarme una vida donde pasado el 31 de diciembre el contador se
pusiese a cero. Deudas, enfermedades, miedos, esperanzas... todo
menos el paso del tiempo, la eternidad tiene que ser un rollo...
Cada
1 de enero amaneceríamos con la sensación de tener por delante 365
días de nuevos proyectos, ilusiones, viajes, amores... con la
libertad de saber que todo tendría fecha de caducidad. “Que bello
es vivir” la veríamos como la primera vez, el sabor de un helado
de limón nos sorprendería pero quizás nos faltaría algo... la
memoria de los hechos pasados, los recuerdos también son importantes
incluso los dolorosos...
Mientras
escribo estoy llegando a la conclusión que no me gustaría el
panorama anterior, al fin y al cabo somos memoria y la suma de todas
y cada una de nuestras vivencias... En verdad, somos capaces de poner
nuestro contador a cero cuando nos dé la gana, no hace falta doces
uvas ni campanadas ni una fecha señalada en rojo en el calendario.
Lo
bueno de nuestras vidas, es que además de tener fecha de caducidad,
podamos decidir cuantas veces nacemos o que el nuevo año empiece un
7 de julio... San Fermín...