viernes, 28 de noviembre de 2008

EL HÉROE (segunda parte)

...joder sí, es una pistola. La levanta lentamente, como si pesase una tonelada, entorpecido por cuerpos muy apretados contra el suyo, pero logra acercarla a la nuca más cercana. Y dispara. Dispara. Dispara. La nube de murmullos se resquebraja y surgen de ella, como truenos, tres rápidas detonaciones. Todos los rostros se giran entonces hacia el lugar del que han salido esos repentinos petardazos. Cae un cuerpo e inmediatamente se desata el pánico, algo parecido al chorro de espuma que salta de una botella de cava que hemos agitado convulsamente. La ola humana se precipita hacia la puerta. Se escuchan nuevos disparos y el ruido seco de más cuerpos que caen. El gigantón del arma continúa disparando indiscriminadamente a otras personas, pistola en alto, apuntando a las cabezas más cercanas. Todo se desarrolla con rapidez. En pocos segundos la cafetería se queda vacía y en silencio. Sólo quedamos el asesino y yo, algunas sillas caídas y los cuerpos de las víctimas, inmóviles, asemejando muñecos rotos tirados de cualquier manera. Absorto y dueño de una visión completa de todos los hechos, sorprendido por la fugacidad con que se ha desarrollado todo, no he pensado en ningún momento en salir corriendo. Ahora, con el local completamente desalojado, y con esa enorme espalda aún bloqueando mi camino, la huida se hace imposible. Creo que resultaría un blanco muy fácil. Decido girarme hacia la barra, fingir como si no me hubiese dado cuenta de la matanza que se ha desarrollado a mí alrededor. Atento, eso sí, de cualquier sonido que llegue de mis espaldas. Noto como él comienza a moverse, intuyo que va de cuerpo en cuerpo, comprobando si están todos realmente muertos. Se da cuenta entonces de mi presencia, escucho sus pasos dirigirse hacia mí. Siento un círculo de acero caliente sobre mi nuca: el cañón de la pistola.

- ¿Tú, qué haces todavía aquí? ¿Por qué no has salido corriendo?

Soy incapaz de responder, pero me sorprende el no sentir miedo alguno, por mi estómago se agita, estúpidamente, algo parecido a resignación. Esa voz potente me sobrecoge, es como un calambrazo que agarrota instantáneamente todos mis músculos. Sólo soy capaz de encoger los hombros, aunque sin atreverme a girarme y mirarle.

- Vaya, parece que estás más loco que yo.

Desde la puerta de la cafetería llegan algunos murmullos. Los primeros curiosos se atreven a asomar sus cabezas para ver qué está ocurriendo. Yo continúo sin saber qué decir, me cuesta incluso pensar. Busco minuciosamente en algún rincón de mi cabeza alguna frase que soltarle. Alguna excusa que justifique mi quietud y que no soliviante aún más al psicópata que tengo detrás de mí.

-Qué huevos más gordos tienes! ¡Vuélvete, que te vea la cara!.

Escaneo la barra buscando mi taza de café, algo en lo que refugiarme, quizás algún objeto con el que intentar defenderme. Mis músculos obedecen por fin, aunque mi mente continúa aletargada. Me giro al fin y la pistola queda entonces a la altura de mi frente.

- ¿Quién te crees que eres? ¿No serás un poli, verdad? ¿O acaso piensas que eres un héroe?.

- No soy nada de eso.

- Me da igual quién seas. De todos modos te voy a matar. Cómo a estos pobres cerdos. - Se gira levemente y señala con la pistola los cuerpos más cercanos. - ¿Tienes miedo?

He reaccionado por fin. Estoy como en un callejón sin salida en que las opciones son mínimas. Toda se hace, de repente, tremendamente lógico. Respondo cómodo.

- No, no tengo miedo.

El sonríe. Al responder he ido agachando poco a poco mi cabeza y mi voz se ha ido apagando. Esta breve charla se parece a una partida de póker, yo no tengo cartas, pero lo que he dicho tampoco ha sido un farol. Es como si jugásemos la misma partida pero en mesas distintas, el uno muy lejos del otro: aunque continúo sintiendo el calorcillo que desprende el cañón de la pistola, ahora sobre mi coronilla.

Joder tío, deberías estar acojonado. Deberías tener miedo. Debes tener miedo.

Su voz retumba en mi cabeza. Sus palabras producen un eco dentro de mí y se superponen unas a otras, provocando que me cueste entender lo que me está diciendo. Alzo el rostro y le miro directamente a los ojos. Sus ojos no parecen los ojos de un loco, no al menos a los ojos que esperaba encontrarme. A decir verdad, su mirada no debe ser muy diferente a la mirada con la que yo suelo abandonar todas las mañanas esta cafetería. Espero que comprenda lo que voy a decirle:

- Pues no, no tengo miedo. En realidad ahora mismo no siento absolutamente nada... Es como si estuviera hueco.

Vaya, parece que lo ha entendido, pero su reacción no es la que esperaba. Mi respuesta ha sido como un empujón, la conversación ha terminado. Le he enseñado mis cartas, que realmente no tenían ningún valor. No intento demostrarle nada. No sé, realmente porque he permanecido en la cafetería y no he salido corriendo como los demás. Da un paso atrás. Él parece haberse quedado sin palabras. Sólo a la pistola le queda algo por decir. ¿Cuántos disparos ha hecho? ¿Le quedarán balas?. Continúa mientras tanto el goteo de rostros que se asoman tras la puerta, para intentar ver qué está ocurriendo dentro de la cafetería.

No, tú estás loco. Estás zumbao, estás peor que yo. Tío, estás loco...

Entonces tuerce su muñeca, dobla su codo y dirige el arma hacia su boca. Yo cierro los ojos. Él dispara. Noto un chorro de sangre caliente manchando mi cara, el ruido de su cuerpo enorme al caer hace retumbar el suelo. Parece que sus cartas tampoco tenían valor...

Y entonces vuelve el frenesí, el caos de personas entrando en tropel a la cafetería. Algunas me rodean, me dan palmadas en la espada, incluso hacen el amago de abrazarme. Alguien dice: “Yo lo he visto todo. Ese hombre es un héroe”. El barullo de policías y curioso crece. Comienza un interminable parpadeo de flases, de focos que se encienden, de agentes que extienden mantas plateadas sobre los cuerpos que yacen inertes en el suelo. Noto como entre el gentío, muchos rostros se vuelven para mirarme, con gesto mitad de recelo, mitad de admiración. Me están entrevistando. No escucho bien las preguntas y mis respuestas son automáticas, sin sentido. Todos están equivocados. No estoy loco. Tampoco soy un héroe. Hace unos minutos sólo deseaba sentarme una mesa y tomarme tranquilamente un café. Hace unos minutos, simplemente no tenía siquiera ganas de vivir. Todo esta situación es realmente absurda.

Por fin logro zafarme del ajetreo. Ahora voy por la acera camino del trabajo. Llegaré muy tarde. Espero que el jefe esté viendo la televisión y se crea el motivo de mi retraso. De todos modos ese ceporro está deseando largarme del taller. Lo que haría entonces, si me quedase sin trabajo, sería volver a la cafetería. Y entonces sería yo el verdugo. Nadie se ha dado cuenta de que aprovechando el alboroto recogí la pistola del suelo y me la guardé en un bolsillo. En ese momento fue un gesto casi mecánico, pero ahora sé muy bien lo que voy a hacer con ella. Me resultará muy fácil conseguir más munición. Y espero que la próxima vez que entre en la cafetería, haya una mesa libre...

Julián María Guzmán Tapia

Granada, 1996.

El Barbero de Bagdad ( 1ª Parte )

Said era un ser entrañable de aspecto extravagante...

Paseaba por el barrio Ibn Khaliffa cuando aún se podía y zas!, un torrente de agua impactó en plena calle sin el acostumbrado preaviso sonoro. En medio de la confusión, un hombre con cara de berenjena pocha aún sostenía el cubo del delito en posición horizontal; un coro de chiquillos reían compulsivamente señalando a un occidental con aspecto de galgo recién salido del Tigris...todo un baño de multitudes...De esa manera tan cómica conocí a Said, el barbero con peor puntería de toda Bagdad.

De barba rala, calvo y un sospechoso temblor de manos, perpetraba su oficio ancestral sin apenas incidentes, salvo cuando se empeñaba en realizarte su famoso “corte de pelo”. Oficio heredado de su abuelo, aprendió “el corte de pelo” ya desde su más dura infancia entre ovejas y familiares. Sus actuales víctimas-clientes podían ser reconocidas con “orgullo” en cualquier parte del país... parecían haber salido de la misma fabrica de cacerolas.

Para quienes piensen que el afeitado a cinco hojas, con vibración en el mango de la maquinilla es lo último, para las 3/4 partes del planeta lo más parecido a eso es un barbero como Said. Ejerce en un cuchitril cuya higiene esta empadronada en una calle de Oslo y su sonrisa nos muestra que el fluor no ha llegado a su vida.

El barrio de Said era un canto al reciclaje, el Guggenheim de Babilonia, jalonado por chapas de casi todas las compañías petroleras, muros sin enlucir y siempre al fondo, un descampado con niños jugando al bíblico juego del fútbol-lata.

Nuestro Fígaro era más conocido por su trastienda que por su arte barberil. Suministraba analgésicos y lápices en el último embargo, artículos estos, vetados por Naciones Unidas en un intento de inmunizar a la población contra el dolor y de paso, evitar con el grafito de los lápices la fabricación de una bomba atómica...la de lápices que llevarán gastados los iraníes...

Si los embargos hubieran durado un poco más, la segunda lengua del país habría sido el ruso y la tercera el chino. Gracias a ellos nunca faltó en la mesa de cada iraquí un lanzagranadas que llevarse a la boca.

Para cuando se le acabaron los lápices y las aspirinas los niños habían dejado de ir a la escuela para recoger chatarra o vender baratijas a los norteamericanos y los dolores, se curaban ahora con alcohol. De repente la moda cambió, el bigote dio paso a la barba espesa sin arreglar. Eso llevó casi a la ruina a Said que al poco, vio renacer su negocio de la trastienda vendiendo artículos religiosos para los hombres de barba poblada.

Desde el día que me “bautizó” con el agua de fregar, nunca me cobraba el afeitado, a cambio, le regalaba libros de astronomía, afición que empezó cuando llegaron los malos tiempos. Algunos hombres bebían, otros se suicidaban, algunos pactaban con la nueva realidad, unos cuantos se dejaban la barba y no paraban de leer el Corán y Said, miraba las estrellas. La noche era el único momento del día que las bombas callaban, los asesinos dormían y el resto rezaba para no despertar...silencio...sólo silencio...

No era un simple acto de voyerismo celestial, miraba las estrellas para buscar soluciones al caos en el que vivía...un puro acto de filosofía práctica.

A la mañana siguiente cada afeitado era una incógnita, el argumento nunca se repetía y surgía, un relato más elaborado que el de la mañana anterior. Iba construyendo un edificio sin andamios dialécticos, no importaba...¡construir! ...¡construir!...

Para un occidental aquello era vertiginoso, llevamos siglos hablando del andamio pero nadie se ha atrevido a poner ni un solo ladrillo en nuestro edificio...si hay edificio...

Hablaba inglés como un nativo, nativo cheroki, aunque aquí en el salvaje oriente medio nos arreglábamos con tres palabras de francés, cinco en árabe y la todopoderosa imaginación el resto. Siempre coincidíamos en reírnos a la misma vez, difícil si lo que te está contando es algo triste y te ríes pensando que es un chiste, puede ofenderse y acabar sacándote la navaja por la coronilla. Tenía un telescopio de la era soviética, rústico pero de buenas lentes. Conocía todas y cada una de las constelaciones del firmamento de este hemisferio y el resto los aprendía de los libros que le suministraba. Una vez le pregunté como de la observación de las estrellas podía sacar conclusiones tan profundas sobre la condición humana, su respuesta fue clara como el petróleo -” miro al espejo cuando todo está en calma para ver mejor”—, era un filósofo en el mejor sentido de la palabra.

Una mañana al entrar en la barbería me encontré con medio barrio dentro. Con la mano aún en el picaporte, quedé indeciso a entrar. Said con un gesto me invitó a pasar. Todos tenían cara de histeria contenida y eso me asustó un poco.

A pesar de conocerlos a todos: el farmacéutico tuerto, el zapatero cojo, el ciego que regentaba la teteria. . .en fin un elenco de despojos humanos fruto de muchas guerras sin tregua, sentí inquietud. Me sentaron amablemente de un empujón en la silla de barbero y casi sin tiempo a balbucear, soltaron la noticia...

El ciego ya tenía un vaso de té que extendió al aire esperando la mano que me lo hiciera llegar, mientras el farmacéutico encendía dos cigarrillos, miró las boquillas y creo que me dio el menos higiénico...la situación no era para rechazar un cigarrillo babeado. Con cara de gastroenteritis, vaso de té quemándome los dedos de la mano y todo el miedo del mundo a punto de escapar por la parte trasera de mis pantalones, esperé las siguientes palabras con pavor. -Anoche tuve un sueño. . .-dijo Said con solemnidad.

La Benevolencija Express I

Tras mil cuatrocientos cincuenta y dos días esta mañana decidí salir a la calle. Era muy temprano pero el sol había salido en todo su esplendor. El corazón me palpitaba, tuve la sensación de que en cualquier momento iba a salirse del pecho. El miedo me ahogaba y la respiración entrecortada parecía una máquina mal engrasada. Mis manos sudorosas las llevaba cerrada en un gesto instintivo de pánico. Al llegar a la puerta de la calle, me paré un momento antes de tomar el pomo. Cerré los ojos, tomé aire y por un instante superé el miedo a morir. Crucé el umbral y una sensación de bienestar acarició mi rostro, abrí los ojos y el sol de la mañana brillaba con la claridad del final del invierno. Mil cuatrocientos cincuenta y dos días de miedo, desesperación, locura, dolor... acabaron con un simple rayo de sol. Esto es Sarajevo y yo estoy muerto.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Cuento nº 5

-Cuéntame un cuento- dijo ella, sus ojos clavados en el techo de la habitación.

Hacía meses que no podía dormir. Temía a la noche. Durante las horas en vela, sus sentidos se agudizaban, y le permitían ver fragmentos de una realidad paralela, como el gato erizado de mirada vidriosa, que dejaba de ser tal a la llegada de los primeros rayos de sol, para convertirse en un montón de ropa encima de la silla. Y de la misma manera, miles de ojos curiosos la observaban cada noche. Oía sus risas, sus correteos y sus susurros.
Ver como las luces de los edificios contiguos se apagaban a la vez que la luna avanzaba, la llenaba de angustia. El blanco de las sábanas le daba náuseas.
Él, que ya había caído en ese estado melifluo de antes de empezar a soñar, se recostó sobresaltado.

-Pensaba que ya te habías dormido.
-No- respondió ella, queda.- Cuéntame un cuento.

Haciendo acopio de todo el ingenio que pudo, comenzó a inventar una historia, un absurdo acontecer de sinsentidos, donde, conforme el sueño arremetía, la coherencia se perdía.
Pero, a pesar del suceder de delirios, el cuento pareció surtir efecto y ella se quedó profundamente dormida.
No corrió la misma suerte él, que no consiguió conciliar el sueño hasta bien entrado el amanecer.
Cada noche, ella exigía un cuento. A la mañana siguiente, con una gran sonrisa y gesto de superación, tiraba a la basura la pastilla que no había tenido que tomarse gracias a las historias que él le relataba. Pero la frescura con que ella se levantaba todos los días comenzó a chocar con las ojeras de él; y es que le resultaba imposible dormirse después de contarle un cuento. Se quedaba a merced de una multitud de paranoias que, como un parásito, engordaban noche tras noche, en calidad y cantidad. Los personajes que él mismo había inventado se le aparecían, lo abofeteaban por haber decidido un final trágico para ellos o conjuraban contra él en un sinfin de carcajadas sardónicas. Pero, él la amaba, ¿cómo dejar de contarle historias? No lo soportaría.
Una noche, mientras daban vueltas en su cabeza de manera obsesiva ciertas palabras ("patología psicótica", le habían diagnosticado) tuvo una idea. Era tan brillante que durante varios minutos, quedó tendido en la cama, extático.

"Tu cuerpo me cuenta mil historias. Me inspiras tanto, que las palabras me salen solas. Narraré sobre tu piel, me desviviré para que mis letras se unan a tu sangre, y te lleguen adentro. Alimentas mi pluma, porque tú eres mi tinta."

Así comenzaba el relato. Lo que lo diferenciaba de los otros era que éste estaba escrito con el corazón. Más exactamente, con la blanca piel desollada de ella y su sangre, dulce, y de fluir elegante. Un perfecto baile de contrastes. Recordaba más fácil la tarea, cuando él de pequeño, ayudaba a su abuela a quitarles la piel a los conejos. Con ella, había resultado algo más difícil, pero qué placer, qué satisfacción tener en sus manos tan bonito lienzo en blanco. Él no tendría que volver a pasar una noche en vela, sus ojos clavados en el techo, y ella, había pasado a formar parte de los cuentos que tanto la encandilaban. Había dejado la habitación hecha un asco, pero merecía la pena.

EL HÉROE (parte I) (Granada, 1996)

Otra vez me he quedado dormido. Y otra vez me resultará imposible encontrar una mesa libre en la cafetería, que volverá a estar abarrotada. Si alguna vez logro ese modesto objetivo, es decir, si alguna mañana soy capaz de madrugar y tomarme el primer café del día sentado en una mesa, y no de pie, aguantando los constantes empellones de otros clientes que se acercan a la barra a pedir sus consumiciones, quizás ese día logre arrancar un trocito de esperanza de ese pequeño pozo de agua marrón al que me arrojo cada mañana para espabilarme. Quizás con ese nimio triunfo, podría empezar a plantearme salir del triste y anodino ritmo en el que me he quedado atrapado desde hace varios meses. Detalles así, o que el escote de la vecina me sonría alguna de las veces que coincidimos en el ascensor, bastarían para convencerme, por ejemplo, para afeitarme cada dos días, hacer la cama todas la mañanas, o no dejar que la pila de platos sucios se apodere de toda la cocina.

Otra vez, sin nadie con quien hablar, la taza parece tener un pequeño agujero en el fondo. Pronto se quedará vacía, sin que yo la haya tocado apenas, y se esfumará así mi última excusa para demorarme en mi camino al trabajo. Los primeros cigarrillos también se consumen con inusitada rapidez. Observo intranquilo el bullicio que se desarrolla a mi alrededor y no encuentro ningún saliente al que aferrarme durante otro par de minutos, entre el humo, el aroma a café y tostadas, el concierto de cucharillas y agitar de periódicos. Comadreo in creccendo, pesado y pegajoso que se forma cada mañana al juntarse en un local tan pequeño varias docenas de rumores y prisas matutinas, Ningún rostro conocido que se vuelva y me pregunte “Ey, tío, ¿cómo te va?”.

La primera hora de mi nuevo día parece desarrollarse dentro de una monotonía establecida. La taza sobre la barra, el poso de café, oscuro como un reproche, sin futuro, y yo comenzando a estirar un brazo con el que hacer palanca y abrirme un hueco entre el gentío. No avanzo mucho entre la compacta marea humana y me doy de bruces con una espalda enorme, inamovible, ajena a mis tímidos empujones. Mi primer reflejo al descubrirme atrapado en ese callejón es estirar el cuello y buscar una salida alternativa. La puerta que da a la calle está muy cerca, me siento algo ridículo, y no me atrevo a hablarle a la persona que bloquea mi camino. El bullicio es tan ensordecedor que para que ese desconocido me escuche deberé elevar demasiado mi tono de voz, y eso, en estos momentos de zozobra me produce cierta vergüenza. Opto por retroceder de nuevo a la barra y retomar el hueco que había dejado, y que milagrosamente sigue libre.

Me pido otro café, sin dejar de espiar la gigantesca espalda que se interpone entre la puerta y yo. Busco su más mínimo giro, que deje un pequeño hueco para catapultarme hacia la salida. Pero esa espalda permanece rígida. Comprendo entonces que ese hombre está también atrapado por la muchedumbre, incapaz siquiera de aprovechar su considerable envergadura para hacerse espacio. En cierto modo es una imagen ampliada de mi propio encierro. Veo que él comienza a ponerse nervioso, que agita la cabeza hacía todos los lados. De repente, con sus manazas, el enorme desconocido comienza a tantearse los bolsillos. Busca algo y pronto parece dar con él. Es un objeto recio, como una barra de acero doblada que aprieta con fuerza, y que deja escapar un pequeño guiño metálico.

Es una pistola...
(fin primera parte)

miércoles, 26 de noviembre de 2008

LARGA VIDA A LOS LINGOTAZOS DE ABSENTA O HIDROMIEL...

    Otro bendito blog de literatura, eso es en principio lo que somos... aunque vamos a intentar serlo de un modo un poco diferente. Un poco irreverentes, un poco reveldes, con una enorme tendencia a la vagancia y sintiéndonos siempre irremediablemente atraídos por las barras de los bares, santoslugares que aquí veneramos con aún más empeño que la palabra escrita, altares y cloacas donde se suelen cocer no sólo personas sino también alguna que otra historia (lástima que por la mañana, no recordemos ninguna)...
      
     Ahora que dicen que está pasándose de moda eso de escribir cuentos, en estos tiempos locos parece más un oficio de políticos que de poetas o trovadores. También parece que se está perdiendo el ancestral placer de leer, como demuestras que dos terceras parte de los fundadores de este blog sean bibliotecarios y el cien por cien de los mismo esté en el paro...aunque culillos de mal asiento, no sabemos estarnos quietos...

    Aquí llegamos nosotros, a buenas horas mangas verdes, con nuestros cuentecitos y demás historias que pretenden ser originales. Dubitativos en nuestros primeros pasos y recelosos también de hasta dónde podremos llegar, vamos al menos a intentarlo y a darle una pequeña oportunidad a la que es nuestra gran afición, (aparte de pasar, repito, las horas muertas en un bar), que no es otra que la literatura en general y la escritura en particular. En principio vamos a ir dejando caer por aquí los cuentos e iluminaciones que se nos vayan ocurriendo. Esperamos que poco a poco esos relatos os vayan gustando y os animéis también vosotros a enviarnos alguna cosilla, o simplemente a dejar alguna crítica o comentario. Somos tres aprendices de vividores desperdigados cual pipas de melón por la geografía española y agradeceremos cualquier atención que nos prestéis. 
Muchas de estas historias han ido surgiendo de inesperados encuentros en cafeterías, o simples conversaciones por teléfono, a modo de duelo verbal  o apuesta. Los temas, o los títulos, incluso las situaciones narradas suelen ser la mayoría de las veces fruto de la improvisación o la curiosidad por experimentar y comprobar cuan hondos y numerosos son los recovecos de nuestras enajenadas seseras. 

Con esto os quiero decir que no seáis muy duros, valoramos más la originalidad, la chispa de la inspiración que la calidad técnica, por decirlo de algún modo. Sin más, ya acaba esta presentación. Esperamos aguantar en esta aventurilla mucho tiempo, y que vosotras y vosotros, nos ayudéis a ello.
Cuál cosa no vale para empezar, lo mismo que el viaje más largo siempre empieza con un primer paso, la historia  más larga, y la más corta, siempre empieza con una primera palabra. Suelta aquí esas palabras, a ver dónde nos lleva cada una de ellas...

¡¡¡Dejad de tocaros cuál mandriles y coged vuestro lápices, cinceles y pinceles, cámaras de fotos, cualquier cosa nos vale para emprender un camino desde este olvidado rincón entre Dinamarca, Utrera y  La Mancha...!!! 

martes, 25 de noviembre de 2008

PRIMERA APUESTA EN EL ÉPOCA...(Albacete, donde surgió todo)

con la sangre de mis venas sobre tu piel blanca escribiré algún día mis mejores versos le decía damián después de hacer el amor ambos permanecían unos minutos tumbados boca arriba sin mirarse ni abrazarse empapados en el sudor del otro con los gemidos de él latiendo todavía dentro de ella con finos arañazos rojos diluyéndose en la piel de él como signos interrogantes a los que les faltasen las preguntas no recuerda ainara cuanto tiempo llevan juntos ni cuántas veces habían hecho el amor y cuántas veces le había repetido él las mismas palabras sí recuerda que la primera vez que se las oyó decir le parecieron simplemente maravillosas desde hacía varias semanas sin embargo empezaban a aburrirle llevaban años viviendo en ese cuarto desvencijado cada vez que recorría con la mirada las mismas paredes los mismos cuadros los mismos objetos desperdigados por el suelo las mismas hojas con las mismas poesías inundando los estantes las promesas de damián le parecían cada vez más imposibles piensa Ainara y le invade cierto abatimiento permanece rígida en la cama con miedo a girar la cabeza y encontrarse con la mirada inquisitiva de él se lo imagina sonriente satisfecho por haber vuelto a penetrar su cuerpo ajeno a los pensamientos de ainara a la zozobra que va creciendo dentro de ella que cerca estaban el uno del otro hace unos minutos y sin embargo ella se siente cada vez más extraña más difusa ainara diferente a la muchacha que hace varios años se enamoró del cuerpo que yace jadeante a su lado cree sin embargo encontrar ciertas respuestas en la rutina que cada día arrincona más y más horas en su pequeña habitación y se ve durante unos segundos con fuerza para decirle todo esto a damián sólo tendrá que encontrar el momento adecuado ir preparando con silenciosa meticulosidad la huida meditar y anular todas sus posibles excusas dar con cada reproche un paso atrás y salir corriendo cuando esté segura de que él ya no puede alcanzarle todo debe ser rápido quiere evitar una encerrona del remordimiento aunque no adivina ainara que eso nunca será posible hace unos minutos ha tenido a damián escarbando en sus entrañas arrancándole lentos gemidos que como metales preciosos escasean cada vez más dentro de su cuerpo y sin embargo ese hombre sigue siendo un completo desconocido para ella un extravagante latente que no aceptará su marcha un cándido que nunca ha aprendido que la vida es una serie de derrotas de pequeñas emboscadas de las que muy pocas veces se puede salir indemne ni vivo... no sé agente que me ha pasado yo la quería llevábamos años viviendo juntos y nunca me había reprochado nada éramos sin muchos ademanes felices no sé que me pasó cuándo me dijo que me abandonaba me volví loco me nublé creo que la golpeé y lo siguiente que recuerdo es ver su cuerpo tendido sobre el suelo quieto inerte le quise pedir perdón pero su cuerpo seguía sin dar respuesta pensé que estaba rehuyendo mis disculpas y la única manera que se me ocurrió de que me escuchase es esta todo lo que he hecho ha sido para evitar que se marchase para decirle que la quiero para pedirle perdón por haber perdido los nervios pero el agente de policía casi no le escucha permanece a cierta distancia del sospechoso de ese hombre desnudo nervioso y quebrado cubierto de sangre no sabe muy si es la suya propia tiene los brazos y el pecho llenos de tijeretazos o del cuerpo de mujer que está descuartizado repartidos sus trozos por toda la habitación el mismo cuerpo que parece haber sido despellejado fragmentos de piel cuelgan de las paredes y de los respaldos de la silla hay también amontonados pequeños trozos sobre las sábanas de la cama como formando una baraja macabra o mejor asemejando un libro otro de los agentes coge uno de esos trocitos lo sostiene con inevitable arcada de repulsa cerca de sus ojos y lo contempla al tras luz parece que sobre esa piel hay algo escrito no los mejores versos que pueda escribir un hombre sino una minúscula retahíla de sílabas que repiten siempre lo mismo como una plática desesperada o una oración inocua como una disculpa que resulta mediocre y tardía entre tanta carnicería en el trozo piel que sostiene el policía y en los otros que aun no ha examinado están repetidas hasta el infinito que alcanza el pellejo de una mujer lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento lo siento